La bisagra del mundo


Libros / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

Algunos libros envejecen mal, como “Rayuela”. Cuando salió, le cambió literalmente la vida a muchos lectores, los jóvenes de aquella época salían a derribar las bases de la burguesía con la novela de Cortázar en una mano y el fusil en la otra. No hubo escritor en ese tiempo que no haya intentado imitar aquel tono entre sentimental y cruel de “Rayuela”. Sin embargo, los hijos y los nietos de aquellos lectores subyugados por la prosa de Cortázar, ya no leen “Rayuela”. Si lo hicieran la encontrarían presuntuosa, inocentemente compleja, insostenible, inacabada, falsamente enigmática.

Otros libros envejecen bien, como “Un puente sobre el Drina”. La generación de la postguerra (Ivo Andric publicó su novela en 1945), encontró en ella algo de sosiego después de los años de ocupación Nazi. La narración de Andric (Bosnia, 1892 – Serbia, 1975) está constituida por un largo número de fábulas que transcurren a lo largo de cinco siglos, desde la construcción del puente hasta el inicio de la Primera Guerra Mundial.

Las aguas del Drina separan la actual Bosnia de Serbia. La construcción del puente, en 1566, cuando toda la región se hallaba bajo el poder del imperio Otomano, resultó esencial para comunicar Sarajevo con Estambul, esto es: oriente con occidente, un mundo del otro, nada menos. Más allá de meras cuestiones de geografía, la región que alguna vez se intentó unificar bajo el nombre de Yugoslavia, constituyó durante muchos siglos el teatro de operaciones de las guerras entre cristianos y musulmanes. El poder Otomano en la región fue extinguiéndose de a poco. Recién en 1909 los habitantes de los Balcanes pudieron liberarse de la hegemonía turca, y no para recuperar su autonomía sino para convertirse en un eslabón más del imperio Austro-Húngaro.

La novela de Andric, sin alejarse nunca del pequeño pueblo que se yergue al costado del río y que elevó significativamente su importancia a partir de la construcción del puente, mantiene durante todas sus páginas una atmósfera de equilibrio inestable. A lo largo del tiempo, a las disputas raciales y nacionalistas, se le sumaron las de carácter religioso. En el pequeño pueblo conviven, en la perpetua inminencia de un estallido de violencia, musulmanes turcos y musulmanes autóctonos, serbios cristianos ortodoxos y bosnios convertidos al Islam, judíos afincados en la región y viajeros de todas las latitudes que se valían del puente, como vimos, para traspasar las fronteras entre dos mundos irreconciliables.

Los hijos de aquellos primeros lectores, leyeron la novela de Andric con más atención que sus padres. Tal vez buscaban en ella la explicación a las divisiones intestinas de Yugoslavia, al sentimiento de rencor que se iba cultivando en cada una de las regiones que conformaban el país, a los sentimientos de odio hacia los Serbios (que explotaban económicamente a las regiones más productivas), al destino aciago del que no lograban escapar.

Pero cuando la cápsula que mantenía unidas a todas aquellas voluntades en nombre del comunismo estalló, y las disputas internas derivaron en las guerras civiles que en los años 90 mantuvieron en vilo al mundo entero, los nietos o biznietos de aquellos primeros lectores de Andric, comprendieron que aquella novela, además de reminiscencias a “Las mil y una noches”, escondía también las causas de tanto odio, explicaba el desmembramiento inevitable, predecía, de algún modo, el horror que vino después.

Muchas veces los libros de historia o los artículos periodísticos que tratan de explicar las guerras de los Balcanes, hacen referencia a “Un puente sobre el Drina”. Es como si dijeran: bueno… hay cosas que no pueden explicarse a través de un ensayo, a través la aplicación minuciosa de procedimientos científicos que se han mostrado exitosos en otros casos, mejor lean al poeta, lean a Andric, ya que sólo a la través de la ficción, es decir de la mentira, puede contarse algunas veces la verdad.

Hay libros que envejecen mejor que otros.

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