Día del Medio Ambiente: La hora de resarcirse

Argentina y mejores escenarios energéticos posibles.


Cuando hay un solo tema que ocupa la primera plana, y además representa una situación que atraviesa la existencia a lo largo y ancho del país, es muy difícil jerarquizar el resto de las discusiones. Pero incluso antes de que el coronavirus obligue a resguardar en aislamiento a media población mundial, existió y aún existe otro asunto urgente que atender. Que siempre fue difícil de jerarquizar porque toca bases muy consolidadas del entramado económico y productivo de las naciones, aunque incluso se pueda analizar como una causa de todo lo que se está viviendo en esta época: el cambio climático.

Hace más de 40 años que la Organización de las Naciones Unidas instaló el 5 de junio como el Día Mundial del Medio Ambiente, como fecha para fomentar la acción ambiental e impulsar a pensar sobre las prácticas de consumo y los modos de producir (alimentos, bienes, servicios). Y para poder mejorar el panorama, que de seguir así no es en absoluto alentador, se necesitan voluntades, profesionales de disciplinas científicas, de las ciencias naturales, sociales, económicas, de la política, educadores, jóvenes.

Cuantos más, mejor. Y así como hay organismos sociales impulsando cambios, hay otros buscándolos, como es el caso del Centro de Tecnologías Ambientales y Energía (CTAE), de la Facultad de Ingeniería de la UNICEN. Este núcleo de investigación asesora, desarrolla y es referente regional en estudios de generación de bioenergía, esto es, energía a partir de compuestos orgánicos que en muchos casos son residuos (domésticos e industriales) que actualmente no tienen ningún uso.

Hacia un futuro no tan lejano


Todo un desafío, pero si no se revierte el camino actual, el punto de no retorno llegará en un par de décadas cuando la temperatura media global sobrepase en 1,5°C los niveles preindustriales. Los gases de efecto invernadero (GEI) que provocan este aumento de temperatura provienen, de acuerdo al Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), en más de un 70% del uso de combustibles fósiles, utilizados para la producción de la energía que se usa para cocinar, para iluminar, calentar y enfriar las viviendas, el traslado, y para producir todo lo que se consume; desde los teléfonos inteligentes hasta la ropa que vestimos. El resto de las emisiones provienen de las actividades agrícolas y ganaderas que producen alimentos, y de la deforestación asociada a estas actividades.

Daniela Keesler y Gabriel Blanco son docentes de la Facultad de Ingeniería de la FIO e investigadores del CTAE, y fueron invitados por la Fundación Ambiente y Recursos Naturales, a participar del Informe Ambiental 2020. Allí abren la discusión hacia un posible escenario sin combustibles fósiles, de la mano de cambios profundos; tecnológicos y económicos, pero también sociales y hasta culturales.

Respecto a la emisión de gases nocivos, en Argentina la situación es más repartida que en los índices globales: el 53% de las emisiones de GEI provienen de la explotación y uso de combustibles fósiles, mientras que el 37% son generadas por la actividad ganadera, la agricultura basada en agroquímicos, y la deforestación de bosques nativos asociada a estas actividades (el resto proviene de residuos y la industria, de acuerdo a datos nacionales). Algunos procesos industriales y el manejo de los residuos generan el resto, según datos nacionales. Esto ha permitido que la producción de bienes y servicios se hayan “divorciado” de los ciclos naturales del planeta. Podemos comer tomate todo el año, o tener pollos listos para el mercado en la mitad del tiempo, simulando luz de día a pesar de la noche.

Tiene que ver también, con satisfacciones inmediatas; “sería impensable hoy en día que llegara la hora del programa favorito de televisión y que el aparato de TV no encendiera porque no hay sol, o viento, o madera disponible para generar la energía que ese aparato necesita para funcionar. El petróleo corre por nuestras venas, y la pregunta es cómo hacemos para descarbonizar nuestra economía, que es lo mismo que ‘descarbonizarnos’. El desafío es enorme, y más que eso. Ni siquiera es una cuestión tecnológica, eso sería más o menos sencillo, es una transformación cultural la que tenemos por delante”, sostienen Daniela Keesler y Gabriel Blanco.


Descarbonización y desarrollo


Si bien el modelo ha generado crecimientos importantes y mejoras en la calidad de vida de las personas, esto no ha sido siempre positivo en todas las regiones, ni ha alcanzado a todas las poblaciones. Pero ha instalado una capacidad difícil de transformar. “Una vez que una sociedad decide, por el motivo que sea, adoptar y basar su desarrollo en ciertos recursos naturales, se desencadenan una serie de transformaciones para que el uso de esos recursos se difunda y llegue a cada sector de esa sociedad. Esto implica el desarrollo de infraestructura para la extracción de esos recursos, para su transformación, su transporte y distribución. Finalmente, también se asocian al aprovechamiento de los recursos disponibles, las tecnologías para su uso y consumo final (vehículos a combustión, calefactores de tiro balanceado, electrodomésticos, entre muchas otras, las tecnologías especialmente pensadas para permitirnos el uso final de esos recursos energéticos)”, exponen Keesler y Blanco.

A lo largo del año pasado, el Centro de Tecnologías Ambientales y Energía (CTAE) de la Facultad de Ingeniería de la UNICEN, en colaboración con la Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN), desarrolló una serie de escenarios energéticos que permitirían llegar sin emisiones en este sector al 2050, con el objetivo de evaluar los requerimientos en materia tecnológica de ese objetivo. Los diferentes escenarios de referencia abordan la electrificación de la demanda (la energía eléctrica es posible de obtenerse de energías limpias como la solar o eólica), el uso de biocombustibles en el transporte, y la producción y uso de hidrógeno, con el mismo fin. ¿De qué se trata este último? “El hidrógeno es un elemento disponible en el agua junto con el oxígeno, que si es separado y luego vuelto a unir, genera mucha energía”, explicó la ingeniera Keesler. “Lo difícil es obtenerlo. Pero, por ejemplo, si tenés energía eólica en un momento en el que no la precisás, pero se genera porque sopla el viento, podés utilizarla para obtener hidrógeno. Lo bueno que tiene es que sí se puede almacenar y trasladar. Y una vez que hacés la reacción de unirlo con oxígeno para obtener la energía, lo que te queda es agua, no tenés emisiones ni contaminantes”, sostiene. Mucho más fácil que almacenar rayos de sol y ráfagas de viento. De hecho, esta tecnología ya está desarrollada en autos, con puntos de recarga en Japón, Alemania, y Estados Unidos, principalmente.

Para los escenarios que plantean la electrificación de la demanda, y la producción de hidrógeno los resultados obtenidos muestran que la potencia total instalada debería incrementarse entre 50 y 60 veces para 2050 con respecto a la existente; considerando, además, que la potencia instalada deberá ser 100% renovable.

En el caso de los biocombustibles, el escenario es un poco más complicado, porque debería aumentarse un 740% la superficie sembrada con cultivos destinados a esta producción, que sería casi toda la capacidad de siembra total del país. Lo que en principio no dejaría lugar para la agricultura, por un lado, y por otro significaría más desmonte y menos superficies destinadas a bosques nativos o cultivados, imprescindibles para el ambiente.


La ley, a paso lento


En 2016 Argentina reglamentó la Ley 27.191 para el fomento del uso de fuentes renovables de energía que estipula gradualmente la incorporación de energías renovables y al 31 de diciembre de 2019 debía representar el 12% del consumo total. Actualmente esta cifra no llega al 5%, de acuerdo al seguimiento en tiempo real que se puede hacer a través de la Compañía Administradora del Mercado Mayorista Eléctrico (CAMMESA).

“Hubo un crecimiento pero está muy lejos de lo que dice la ley”, señaló Keesler, y explicó que se requiere mucha inversión para aumentar ese porcentaje. “Hubo muchos programas interesantes, pero a la vez que se estimulan estos aspectos se deberían desestimar otro tipo de inversiones como Vaca Muerta”, observó. “Sigue aumentando el uso de combustibles fósiles, todavía llevan las de ganar. Por eso se necesitan muchas más políticas de Estado, más inversión”, subrayó nuevamente. “Hay que cambiar la forma de trabajo, de cultivo, de cría de ganado. Diversificar la matriz productiva para no depender económicamente de la agroindustria”. En este sentido sostuvo que hay prácticas muchos más sustentables que incluso son económicamente rentables. “Hay estudios que dicen que volver a prácticas tradicionales sin usos de agroquímicos rinden bien. Actualmente el uso intensivo de agroquímicos daña el suelo y genera contaminación. Y también la cría intensiva de ganado. Volver a prácticas más amigables sería una forma de ganar emisiones”, alentó.

Hay estrategias, ideas, desarrollos. Faltan políticas y mayor compromiso con el futuro. El presente ya nos da señales de lo que nos espera al final de este camino.

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