El golpe de timón que convirtió a la FIO en refugio de posguerra

Roque Amoroso supo que estaba en la guerra horas antes de desembarcar en Malvinas. Tenía 18 años y planeaba estudiar Ingeniería Electromecánica cuando las bombas empezaron a “salpicar muy cerca”. Pasó hambre, frío y demasiado miedo. Por eso, volvió dispuesto a dar vuelta la página, aferrándose a su familia, sus amigos y la Facultad como abrigos más preciados.


“El 14 de junio, a las 10 de la mañana, cambió el sonido de la guerra. El ruido ensordecer, tremendo, de las bombas que salpicaban muy cerca había terminado. Quedaban los incendios, el llanto de los heridos, las sirenas de las ambulancias, la explosión de arsenal”, cuenta Roque Amoroso y sus palabras cortan el aire, conmueven y describen con dolorosa perfección aquel campo de batalla que, 41 años después, sigue lastimando.

 Roque Amoroso obtuvo su título de ingeniero electromecánico en 1990. La FIO fue un refugio en los tiempos de posguerra.

Mucho antes de que esas Islas Malvinas aparecieran en su mapa, cuando planeaba estudiar Ingeniería Electromecánica en la Facultad de Ingeniería de Olavarría, el destino hizo que solo pudiera rendir los exámenes de ingreso. Se había salvado del servicio militar obligatorio por número bajo pero igual lo convocaron para sumarse al Batallón de Comando de Comunicaciones 181, en el Puerto Belgrano de Bahía Blanca.

Roque Amoroso zarpó de Bahía Blanca el 28 de marzo de 1982. Tenía 18 años y acababa de rendir el examen de ingreso a la FIO.

El 28 de marzo de 1982 terminó zarpando en el Cabo San Antonio, un barco sin quilla que transportaba unidades de desembarco y vehículos anfibios. “Partimos para la guerra sin saberlo”, relata a la distancia. Lo confirmaron a los tres días, cuando el parlante del barco anunciaba que estaban en Malvinas y debían desembarcar. Una chapa que aún conserva con “mi número de prisionero” sería testigo de todo ese horror.

“Tenía un miedo tremendo”


Roque tuvo a cargo las tareas de comunicación en Puerto Argentino pero fue tan hondo todo el sufrimiento que prefiere poner en pausa esos días y hablar del después, de lo que vino tras la rendición.


“Estuvimos caminando 7, 8 kilómetros encolumnados. En Malvinas llovía, llueve permanente. Íbamos de uno en uno, tirando fusiles y pertenencias y cuando pasamos la valla donde estaban los ingleses. Nos metieron en galpones donde esquilaban ovejas que fueron hospital de campaña durante la guerra. No nos daban ni agua ni comida, tomábamos agua de lluvia y de los charcos del piso. Comida nada; tampoco teníamos mucho hambre”, dice este ex combatiente que nació en Olavarría pero actualmente reside en Buenos Aires.

El traslado al continente llegó en menos de una semana. Primero en “un barquito de pesca, como los que hay en Mar del Plata. Yo tenía un miedo tremendo”, admite, refiriéndose a las condiciones de vulnerabilidad y de despojo en que estaban. Luego pasaron a un barco inglés “tipo crucero, el Nordland, donde la Cruz Roja nos empezó a dar de comer cada 12 horas”, apunta con entereza.

 


Un pasacalle inolvidable


Llegaron a Puerto Madryn y de ahí a Trelew para un primer traslado en avión hacia Buenos Aires y después en tren hasta Bahía Blanca. Olavarría quedaba de pasada en esa hoja de ruta. “Le avisé a mi familia. Pedí permiso en un negocio para que me dejaran hablar por teléfono a mi casa y les dije que íbamos a pasar por la noche”, explica, recreando días de enorme incertidumbre y muchísima angustia.

“Fue el primer contacto que tuve con mi familia. Me esperaron en la Estación. Estuvimos media hora y después nos llevaron a Bahía, donde estuvimos hasta que nos dieron de baja, recién en septiembre”.

Volvió a Olavarría en primavera, en un presagio que entendió muchos años después. “Cuando volvimos de la guerra, el recibimiento de mi familia y amigos fue muy lindo. Me acuerdo que habían puesto un pasacalle que decía ´Bienvenido Roque Luis, ahora el barrio está feliz´. No me lo olvido nunca más”, confiesa. Tiempo después llegó el reconocimiento institucional, con medallas que guarda en la memoria y el corazón.

 


Volver a empezar


En ese contexto, el regreso a la Universidad se planteaba como todo un desafío. Inició charlas con los que hubieran sido sus compañeros y compañeras de cursada que generaron muchas expectativas porque “decían que era linda la facultad, exigente, y empecé a mirar temas técnicos, a estudiar e ir preparándome para arrancar al otro año”, recuerda Roque, entrelazando un rosario que reafirma su fe.


Inicialmente estuvo en un Centro de ex Combatientes pero no pudo sostener la mochila de estar cara a cara con la guerra en cada uno de esos encuentros. “Sentí que no iba a ser bueno y di vuelta la página. Me dediqué a la carrera y me recibí en 1990”, comenta, consciente de que la FIO fue uno de sus refugios clave.

Antes de obtener el título logró hacer una práctica rentada en Cementos Avellaneda y tres años después lo trasladaron a San Luis, donde se instaló y formó su familia. “Trabajé como jefe de mantenimiento y luego en la gerencia por 16 años hasta que en 2020 me ofrecen hacerme cargo de la gerencia de un desarrollo de combustibles alternativos en Buenos Aires, apuntando a la sostenibilidad. Lo ambiental me encanta, es lo que se viene”, dice Roque, sin arrepentirse de tomar el desafío y dejar los aires puntanos atrás. Sus hijos ya vivían en Capital Federal y eso facilitó las cosas.


Hoy vive muy cerca del Obelisco y muy lejos de aquellas islas que lo han marcado para siempre. Con relatos que deberían ser olvidables pero que resultan imposibles de borrar. Hay momentos, rostros, nombres, historias que guardará toda la vida. También vivencias, como aquella de haber estado dos meses sin poder bañarse hasta que “un día nos dicen que había un lugar donde metían a las ovejas, con agua de mar, fría, y aclaran que no lleváramos jabón. ¿Cómo no íbamos a llevar jabón, si teníamos? Era un corral con techo y nos bañamos con el jabón que se hizo engrudo por el agua salada y se nos pegaba en la piel… no lo pudimos sacar por mucho tiempo. Tenían razón. Así pasamos más de 74 días sin bañarnos y con ese olor subimos al avión de línea que salía de Trelew con otra gente y por eso nos tuvieron que ir intercalando entre los asientos vacíos”. Empezaba la otra guerra, la del olvido, el destrato y la vergüenza.

Pero Roque Amoroso decidió mirar hacia adelante y hacer su segundo desembarco en la FIO, dispuesto a que fuera el definitivo. Eran otros tiempos. La democracia traería el respiro. Era marzo de 1983, un año bisagra para la historia del país y en su propia historia.

“El 28 de marzo de 2022 se cumplieron 40 años del día que salimos de Bahía Blanca para Malvinas y ahí nos reencontramos con los muchachos del mismo batallón que fuimos a la guerra. Fue una emoción tremenda. Había algunos que no los veía desde hacía 40 años”, cuenta este ex combatiente graduado en la FIO, recreando esa escena de hace un año, con la garganta anudada y el dolor a flor de piel.

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