El lado de atrás de las palabras

Escribe: Carlos Verucchi


Libros / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

Cuando viajamos a otros países de habla hispana notamos, a veces con estupor, que ciertas palabras adquieren en ese lugar un significado particular, distinto al que los argentinos le asignamos habitualmente. A todos los que hemos cruzado la cordillera se nos ha advertido: ojo, acá en Chile no digas tal o cual cosa porque significa esto y aquello. Lo mismo para otros países. Es en esos momentos cuando caemos en la cuenta del vínculo rígido que mantenemos con una convención lingüística preestablecida y estanca. Comprendemos la utilidad limitada y arbitraria que damos a las palabras, al lenguaje, a las formas de expresión con las que intentamos comunicarnos. Hemos llegado a un extremo en el que las cosas solo pueden decirse de una manera. La retórica de estos días es extremadamente limitada, no logra escapar a esas convenciones que en forma de latiguillos nos asaltan y nos facilitan la expresión, pobre y burda expresión.

Cualquier hecho de actualidad, política, fútbol, lo que sea, se explica con no más de diez frases. Cuál se pone primero y algún cambio menor en el sujeto que precede al verbo permiten adoptar una posición frente a un tema, permiten fijar una postura. Pero además de eso, el intento de explicar algo con diez frases, recorta el análisis que del hecho mismo hacemos. Porque todo tiende al lenguaje, todo razonamiento se hace con palabras, los lugares comunes que utilizamos nos impiden poder ir más allá de una mirada torpe y superficial de todas las cosas.

Por eso resulta imprescindible leer poesía. Sobre todo buena poesía. La buena poesía busca decir las cosas de otro modo, lucha por encontrar nuevo sentido a las palabras, desecha la banalidad y lo vulgar, nos exime de los lugares comunes. Porque decir distinto es concebir de distinta forma la realidad, ver de otro modo el universo. A fuerza de decir distinto vamos a ver las cosas de otro modo.

“Quinto elemento”, nuevo libro del olavarriense Alberto Sánchez Graf, publicado por ediciones del Altillo, demuestra con claridad toda esa magia y potencial que tienen las palabras, potencial que muchas veces descartamos o ignoramos. El autor juega con el sentido de adjetivos y verbos, busca como un sabueso el significado oculto y perdido de cada palabra, rompe esas ataduras fijas y preestablecidas con las que los prosaicos de hoy ejercitan su retórica rudimentaria, esquiva esas repetidas y absurdas asociaciones que conducen a la incomunicación.

Sánchez Graf nos ayuda a salir de esa estructura racional y convencional que sugiere una comunicación basada en preconceptos, en estándares consensuados en pos de simplicidad. Que nos hace pensar que la piel recibe caricias o concebir el tiempo como un hilo, que un dios es un viejo de barba y que cada pesadilla lleva un trueno como sonido de fondo.

A través de sus poemas, el autor nos muestra el lado de atrás de las cosas, construye un lenguaje singular y ese lenguaje describe la realidad desde una perspectiva distinta, inventa el mundo nuevamente y nos salva del otro, gastado y empobrecido, diseñado por un “…dios que llueve desde siglos!”

Pero si hay un lenguaje nuevo que inventa un mundo nuevo, las imágenes de ese mundo desconocido no pueden menos que sorprendernos: “Aquí / Envuelto en joven espesura / Formas que las formas deforman / Entregado al sexo del sol / Sin molestar la hormiga que camina el antebrazo velludo / Mi lengua / Un Renoir que guardo celosamente en el cuenco húmedo / Pienso en millones de lenguas. / Aquí / Joven espesura / Sol / Hormiga / Lengua / Silla vacía / Donde los días se sientan a esperarnos”.

Carolina Mariano lo dice mejor en el prólogo: “Los poetas reinventan un mundo en el que sí queremos estar, uno de letras y de sensaciones que se hilan y enredan de un modo sutil y profundo. Y así nos salvan, sin darse cuenta”.

Necesitamos cada vez más esa salvación, sea ingenua o no. En tiempos en los que los recursos puestos en juego para comunicarnos son cada vez más precarios, en que se intenta argumentar con un meme, un chiste, un hecho anecdótico fuera de contexto, contar con alguien que lleve esa retórica a un extremo opuesto, que describa esta realidad en la que estamos inmersos con arte poético, con profundidad y con mirada reveladora, resulta un alivio. Porque como declara desde la contratapa del libro el chileno Rolando Toro Araneda: “… de frente a la soledad inexorable del infinito, los seres humanos buscan una respuesta en los ojos”.

Los poemas de Sánchez Graf nos ayudan a mirar, nos sostienen, estoicos, en esa soledad inexorable manteniendo severa la mirada, pero sin permitirnos perder la capacidad de asombro.

También podemos pensar los poemas de Alberto Sánchez Graf como un bastión desde el cual se resiste. Se resiste a la globalización, por ejemplo, que de manera cada vez más evidente nos arrastra al precipicio: “Vivo en un planeta / donde unos mueren porque otros se aburren. Por eso / imagino otro lugar / acaso posible para  mí. / Por eso, acaso / el que escribe siempre es otro”.

Se resiste a la barbarie: “Con el cabello de las / prisioneras el nazismo / planeaba hacer ropa. / Sólo una hebra / me condena al fantasma de tu orgasmo devenido en holocausto”.

A veces los buenos libros nos tocan, nos buscan, se nos cruzan por azar o entran al cuarto rompiendo el vidrio de una ventana. En mi caso, también me dejan cierta sensación de nostalgia: ya nunca más podré ver el mundo como antes de leer “Quinto elemento”.

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