El peronismo de toda la Provincia se reunió en Areco invocando a Francisco

Intendentes - San Anotonio de Areco
En la jornada del lunes Intendentes y dirigentes del PJ se congregaron en San Antonio de Areco para ratificar el llamado “pacto de Padua” en defensa del techo, la tierra y el trabajo.
Del encuentro participaron una decena de intendentes, legisladores y dirigentes como el ex embajador en el Vaticano, Eduardo Valdez, que, siguiendo los preceptos del Papa Francisco y su “Encíclica Laudato Si”, firmaron hoy el Compromiso de San Antonio de Areco y ratificaron así el Pacto de San Antonio de Padua.
El anfitrión Francisco Durañona afirmó “es vital que hoy más que nunca consolidemos nuestros horizontes en las tres T” y agregó que “nadie puede poner en discusión el programa económico que plantea el Papa Francisco”.
Su par de Merlo, Gustavo Menéndez, promotor del grupo, fue todavía más allá y se permitió parafrasear a la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner en su defensa de “el hombre, la mujer, la familia”, que, dijo, “están en el centro de nuestra acción y en pensamiento”.
“No podemos permitir que se los use como mercancía o medio de producción. Los números no pueden cerrar con la gente afuera”, agregó.
Entre los presentes, además de Durañona y Menéndez, se anotaron Gabriel Katopodis, intendente de General San Martín, Verónica Magario, intendenta de La Matanza, Eduardo Valdez, diputado del Parlasur y ex embajador argentino en el Vaticano, Francisco Echarren, intendente de Castelli, Juan Ignacio Ustarroz, intendente de Mercedes, la diputada Juliana Di Tullio, Hernán Ralinqueo, intendente de 25 de mayo, Juan Matteo, Secretario Ejecutivo de la Federación Argentina de Municipios, Ariel Sujarchuk, intendente de Escobar, Néstor Álvarez, intendente de Guamini y funcionarios de diversos distritos bonaerenses.
El texto completo del Compromiso de San Antonio de Areco firmado hoy:
Los intendentes y jefes comunales aquí firmantes, algunos de los cuales ya hemos asumido y suscripto el compromiso que se dio en llamar Pacto de San Antonio de Padua, asumiendo -en la misma línea de lo allí expresado- la responsabilidad indelegable de acompañar a nuestro pueblo en este momento difícil que se encuentra atravesando, nos vemos en la obligación de plantear a la dirigencia política, económica, social y cultural de la Argentina, la urgente necesidad de concebir, planificar y concretar, en conjunto y a partir del diálogo sincero, un modelo político y económico que no olvide ni deje en el camino al hombre concreto de nuestra Patria.
Es preciso que nuestra acción concreta se vea precedida de una definición de estructurar un modelo productivo en torno a la búsqueda de realización de la persona y su familia, en lugar de orientar el mismo sobre la única premisa de maximizar la ganancia del empresario o la renta del sistema financiero.
Quienes profesamos la doctrina peronista sabemos que ello no es posible si la política no es la que conduce a la economía y si la economía no se diseña en el servicio al pueblo, ya que, como enseña el Papa Francisco en Laudato Si’, “el mercado por sí mismo no garantiza el desarrollo humano integral y la inclusión social”.
Nuestro rol como jefes comunales, en la organización productiva de cada una de nuestras localidades, pensadas a su vez como regiones, define de manera concreta esquemas más humanos, más solidarios, pero que a su vez contribuyen a fortalecer la economía nacional, la real, de manera de dotarla de mayor soberanía y orientar las fuerzas productivas, desde la política, para que las mismas no sean colocadas a merced de los intereses financieros globales. Dichos intereses que, como se sabe, ya disputan palmo a palmo con la soberanía popular y con los Estados, el control de los territorios nacionales, los recursos naturales y la utilización del hombre como un factor más de la producción, incluso por debajo en escala de valores al dinero o el capital.
Esta disputa es, sin dudas, la que el Papa Francisco define como una Tercera Guerra Mundial en etapas. Una guerra mundial que opera hacia adentro de los estados nacionales, en el corazón de su institucionalidad y hasta se debate en el interior de la dignidad de la persona humana, último bastión de resistencia frente al imperio del dinero.
Todo nuestro desvelo está orientado a hacer de la Argentina una Nación Grande (de allí que jamás dejamos de soñarnos unidos en lazos solidarios con el resto de las naciones sudamericanas, como parte de una sola Patria Grande). Pero jamás debemos olvidar que quien protagoniza esa historia es el pueblo, hombres y mujeres que deben procurar su felicidad, su realización personal y comunitaria. Siempre el hombre, la mujer -la familia- se encuentran ubicados en el centro protagónico del hecho político, social, económico, cultural y, por lo tanto, también del hecho productivo.
Siempre en el centro de nuestra acción, en el corazón de nuestro pensamiento, está el hombre y su relación con la comunidad. Un hombre que siempre está en camino y que no puede ser cercenado en esa búsqueda. Ese hombre, capaz de formarse, de trabajar, de reflexionar en libertad sobre la enorme trascendencia de su aporte para la construcción de la comunidad, es el que no podemos permitir que se utilice como una mera mercancía o sólo en cuanto factor de la producción. Ningún número puede cerrar sin el hombre adentro. El hombre no puede ser jamás un factor de ajuste para que algunos pocos surjan victoriosos en sus beneficios económicos o desvelos ideológicos.
El Papa Francisco, en su Evangelii Gaudium, nos pone luz en esta idea, tomando dimensión de lo que podría ser un concepto absolutamente revolucionario a la hora de definir un modelo productivo de raíz social cristiana: “Se trata de privilegiar las acciones que generan dinamismos nuevos en la sociedad e involucran a otras personas y grupos que las desarrollarán, hasta que fructifiquen en importantes acontecimientos históricos. Nada de ansiedad, pero sí convicciones claras y tenacidad”.
Nos proponemos seguir al Papa Francisco, con hechos, no sólo con palabras ni fotos de ocasión, cuando tan claramente nos dice que “el gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien” . No nos resulta ajeno ese mensaje. Debemos y queremos encarnarlo con decisiones puntuales, por duras que a veces parezcan para algunos intereses.
No quiere decir esto que debamos renunciar a un modelo de producción que evolucione materialmente, incrementando sus potencialidades. Muy por el contrario. Hoy el mundo tiene el enorme desafío de resolver el alimento a millones de hermanos y, a pesar de que es imperioso pensar este problema desde el prisma de la justicia distributiva, desde la resolución de terribles e inadmisibles desigualdades, no es esto óbice para seguir profundizando en métodos que incrementen la producción. Pero no a costa de generar mayores desviaciones y desigualdades.
La tarea a llevar adelante en la Argentina, con la convicción de estar aportando con ello a un verdadero y profundo cambio en el corazón de una cuestión que los grandes líderes vieron y ven como la matriz de la injusticia social, es la de colocar al hombre -como ser comunitario, ético, solidario, trascendente y arraigado a un entorno territorial y cultural determinado- como promotor de un nuevo modelo de desarrollo productivo.
Asumiendo las palabras del Papa Francisco, “el crecimiento en equidad exige algo más que el crecimiento económico, aunque lo supone, requiere decisiones, programas, mecanismos y procesos específicamente orientados a una mejor distribución del ingreso, a una creación de fuentes de trabajo, a una promoción integral de los pobres que supere el mero asistencialismo” .
Decisiones, programas, procesos y mecanismos concretos. Creemos que debemos profundizar los procesos de industrialización, sobre todo de los ámbitos territoriales rurales, que es desde donde podremos diagramar verdaderas políticas de población y ocupación territorial armónica. Es allí en donde se hacen reales y concretables las banderas de Tierra, Techo y Trabajo. Esto es, mayor tecnología, mayor productividad, pero logrando el agregado de valor a cada uno de nuestros productos, desarrollando los distintos eslabones de la cadena productiva en el lugar de producción. Se trata de una visión macro, pero de impacto territorial; es decir, con impacto social, con mirada en el hombre que vive, crece y se realiza en un determinado territorio.
Muchos de los aquí firmantes son intendentes de grandes ciudades o del conurbano. Bien se sabe, son los que caminan junto a su gente; muchos de nuestros hermanos que allí viven y aún conservan en su piel, en sus tonadas, en sus comidas y en sus costumbres el don de su cultura provinciana. Conocemos y sufrimos ese desarraigo, tanto los que tienen que ver con que su tierra expulsa a sus hijos, como aquellos que generosamente los reciben y sienten ese dolor como propio.
La potencialidad productiva de la Argentina, orientada en una matriz diferenciada que no produzca sólo materias primas, debe replantear seriamente su organización logística. Y también incluir en ello, además de la infraestructura, a las corrientes de migración interna, teniendo en cuenta a los trabajadores de esa nueva ruralidad industrializada y auténticamente federal. Estaremos hablando de un nuevo tipo de trabajador en vastas zonas de nuestro interior productivo. Familias enteras que se radicarán en sus pueblos de origen, que podrán y deberán tener el derecho al acceso a la tierra y a la vivienda, que podrán y deberán aspirar a un trabajo formalizado, estructurado en empresa, calificado en cuanto a los nuevos requerimientos de formación y de conocimiento; trabajadores que convivan con la innovación, con las nuevas tecnologías, que se capaciten en escuelas, terciarios y universidades que orienten su currícula a la potencialidad productiva de cada región y que se radiquen en cada uno de los pueblos que lo demanden. Como contrapartida, ese trabajador enaltecido en su dignidad, podrá exigir el pleno cumplimiento de sus derechos y se organizará sindicalmente conforme a las nuevas tareas y especialidades que demande esta ruralidad industrializada.
Ese nuevo trabajador industrial, con arraigo en su pueblo, con “techo, tierra y trabajo” (las tres T que el Papa Francisco identificó como derechos sagrados) en su lugar de origen, va a producir con una responsabilidad muy distinta y un mayor compromiso. En esos ámbitos de cuidado mutuo, se puede discutir y resolver sin tanta abstracción teórica, temas que hacen a la sustentabilidad de un medio ambiente que los tiene como protagonistas directos y se puede comprender con mayor claridad lo que significa seguridad alimentaria.
Si se piensa que nuestros pueblos producen alimentos para 400 o 500 millones de personas en el mundo, no será poco relevante que adoptemos sistemas de producción amigables con el ambiente y que protejan la seguridad de los alimentos que producimos. Los dirigentes políticos en cada pueblo de la Argentina deben tomar dimensión de la enorme responsabilidad que se tiene a la hora de implementar este tipo de políticas. La cuestión del trabajo, de la innovación tecnológica, del cuidado del ambiente o de la seguridad alimentaria no se resuelve en las grandes salas de los centros del poder mundial, allí se trabaja en el sentido contrario. Dice Francisco, enalteciendo la tarea de nosotros como dirigentes comunales, que “todo acto económico de envergadura realizado en una parte del planeta repercute en el todo; por ello ningún gobierno puede actuar al margen de una responsabilidad común.”
Un nuevo modelo productivo nacional, del pueblo y para el hombre, es lo que pide que realicemos nuestro Papa Francisco. Así lo expresó en su reciente gira sudamericana por Ecuador, Bolivia y Paraguay -de manera muy particular en el discurso dirigido a los movimientos populares en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra-, y también en dos documentos de enorme riqueza antropológica, social y religiosa, como fueron la exhortación apostólica Envangelii Gaudium y las más la reciente encíclica Laudato Si’.
Su lucha por los pueblos, por los hombres y mujeres concretos que el sistema va dejando relegados en pos de la ganancia y el dinero, no debe dejar nunca de conmovernos y, sobre todo, ponernos en acción. En Envangelii Gaudium nos dice que “con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son explotados sino desechos, sobrantes.”
Un sistema de producción orientado a la generación de empleo, fomentando el arraigo a partir del acceso a la tierra y a la vivienda, la generación de polos educativos que consoliden el agregado de valor, la innovación tecnológica y la calificación de la mano de obra (es decir de las personas), es un sistema que incorpora esos “desechos” de los que habla el Papa Francisco y los hace protagonistas de su propia felicidad.
Por último, es menester hacer algunas reflexiones que impactan en el modelo productivo, desde la mirada del cuidado de la casa común. Laudato Si’ es un llamado a la humanidad, que define con claridad la necesidad de “tomar conciencia (para) realizar cambios de estilos de vida, de producción y de consumo”, identificando como causa indudable del drama medio ambiental que vive el mundo “al actual modelo de desarrollo y de la cultura del descarte en la vida de las personas”.
El Papa Francisco no duda en plantear como parte de los problemas de nuestro medio ambiente a los componentes sociales del cambio global: “los efectos laborales de algunas innovaciones tecnológicas, la exclusión social, la inequidad en la disponibilidad y el consumo de energía y de otros servicios, la fragmentación social, el crecimiento de la violencia y el surgimiento de nuevas formas de agresividad social, el narcotráfico y el consumo creciente de drogas entre los más jóvenes, la pérdida de identidad. Son signos, entre otros, que muestran que el crecimiento de los últimos dos siglos no ha significado en todos sus aspectos un verdadero progreso integral y una mejora de la calidad de vida. Algunos de estos signos son al mismo tiempo síntomas de una verdadera degradación social, de una silenciosa ruptura de los lazos de integración y de comunión social” .
Todo análisis que hagamos sobre los modelos productivos y de consumo, debe contemplar la cuestión ecológica, atendida desde la perspectiva humana; es decir, como un auténtico planteo social, intergeneracional, que sea presidido por el concepto de justicia y, de ese modo “escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres” , poniendo en crisis el mito del progreso indefinido y considerando la necesidad de un cambio de fondo, con fundamento en razones éticas y modélicas.
Se trata entonces de volver a poner a la economía al servicio del hombre, en términos de la Comunidad Organizada y no dejarse llevar por un pretendido dominio “del paradigma tecnocrático” para volver al equilibrio de “una justa dimensión de la producción, una mejor distribución de la riqueza, un cuidado responsable del ambiente o los derechos de las generaciones futuras” .
 

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