Escritores de izquierda

Escribe: Carlos Verucchi.


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En su ensayo “Literatura de izquierda”, Damián Tabarovski (Buenos Aires, 1967), trabaja sobre la disyuntiva que se produce en el terreno de la literatura ante la confrontación entre propuestas de avanzada o renovadoras y propuestas convencionales. El problema no es nuevo. Como toda disciplina, la literatura se desarrolla en un contexto dinámico. Esta dinámica no implica evolución en términos de progreso y retroceso sino simplemente de cambios. Cambios que se dan en relación al contexto histórico en el que se escribe, en el desgaste o saturación de ciertas propuestas, o simplemente en la necesidad de muchos escritores de perseguir originalidad.

La dicotomía que asalta a todo escritor es: ¿repetir fórmulas literarias ya probadas y aceptadas por muchos lectores o intentar extender los alcances de la literatura hacia nuevos horizontes? A esta opción última, Tabarovski la define como literatura de izquierda.

Enfocado en el plano de la literatura argentina, los precursores del grupo de  “escritores de izquierda” serían, entre otros, Osvaldo Lamborghini, Néstor Sánchez, Perlongher, Puig y, siempre según Tabarovski, en cierto modo Juan José Saer. Todos ellos, que a excepción de Puig han sido muy poco leídos, han servido de fuente de inspiración a escritores posteriores como Aira y Fogwill o los más contemporáneos Guebel, Bizzio, Chefjec.

Alguna vez sostuvimos en esta columna que la literatura de Aira debe entenderse como un intento de escribir en contra del boom. Como un intento de romper con un estilo que ya no tenía nada más para ofrecer. Tabarovski define como “retrógrada” a la tradición literaria del neoclasicismo de Sara Gallardo y Bioy Casares, también al “cuento mecánico escrito bajo el modelo vulgar de iniciación-desarrollo-desenlace (de Abelardo Castillo a Liliana Hecker)” y al “compromiso social vacuo” de Giardinelli o Cortázar. Los escritores de izquierda pretenden renovar esta tradición caduca, agotada.

Pero toda acción implica resistencia. Y a ese intento de búsqueda de nuevos modelos se contrapone la reaccionaria apuesta de los escritores que Tabarovski denomina “jóvenes serios”. Los jóvenes serios escriben muy bien por cierto. Son políticamente correctos, los respalda un bagaje de reglas establecidas durante años y años por grandes escritores, reglas que jamás contradicen. Los jóvenes serios excluyen la paradoja, eluden la falta de sentido en sus textos, van a lo seguro: cada causa tiene como consecuencia un efecto, así construyen tramas con finales redonditos, tal como aprendieron de sus maestros. Esta cruzada conservadora, siempre desde la perspectiva de Tabarovski, se manifiesta paradigmáticamente en novelas como “La mujer del maestro”, de Guillermo Martínez, “Filosofía y letras” de Pablo de Santis, “Los impacientes”, de Gonzalo Garcés o “Historia de hombres casados”, de Marcelo Birmajer.

Novelas, y escritores, todos estos, muy leídos. Muy leídos ya que supieron encontrar qué y cómo escribirles a lectores que se formaron leyendo Sobre héroes y tumbas o Cien años de soledad. Y que aferrados a esa tradición literaria ven a César Aira como un excéntrico que entre otras cosas no sabe cerrar con un buen final sus novelas.

El problema es que esa opción, más que abrir puertas, las cierra, a esta altura queda bastante claro que nadie escribirá una novela que supere a Cien años de soledad. Salvo que esa novela se escriba fuera del contexto, escapando a la estructura con la que fue concebido el texto de García Márquez. Los jóvenes serios de la literatura argentina se autoimpusieron un techo. Ganaron el mercado, es cierto, renunciando a la posibilidad de intentar un aporte realmente original y superador.

Paradójicamente, la definición de literatura de izquierda que utiliza Tabarovski nada tiene que ver con el partidismo político. La metáfora busca poner de manifiesto el carácter revolucionario o renovador de los escritores irreverentes respecto al conservadurismo de los “jóvenes serios”.

La literatura, como cualquier otra disciplina, se renueva contradiciendo reglas, desafiando directrices de los grandes maestros, poniendo en duda verdades incuestionables, escribiendo distinto. El tiempo, los lectores, las circunstancias, dirán cuál de todas esas propuestas distintas se convierte en unos cuantos años en el nuevo canon. Momento en el que habrá que volver a empezar todo de cero.

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