Gente legalmente privilegiada

Por Carlos Paladino.

En anterior publicación mencionamos a ese organismo político usado en el bloque de países comunistas, conocido como «Nomenklatura» y, dijimos, conformado por un listado de agentes de privilegio. Élite nombrada según las conveniencias del Partido Único, estructura exclusiva de su sistema político. Los designados son elegidos minuciosamente, puesto que las funciones administrativa-burocrática por las cuales han sido escogidos son de gran responsabilidad y extrema lealtad hacia el Estado. Por lo dicho se entiende que los servidores de estos  imperialismos de izquierda (por diferenciarlos de alguna manera) son altamente recompensados. Si no cumplen o traicionan los postulados del Partido sufrirán castigos ejemplares.


Desde la filosofía clásica hasta los dogmas legalizados en el presente, la política viene siendo asistida por un sinnúmero de modificaciones, acomodamientos, que más que una evolución que la eleve, es una regresión que la desmerece. Allí se originó la democracia; al decir de aquellos, los gobernantes, los jefes, no poseían el poder absoluto de la teocracia. Los gobernados estaban sujetos a un concejo elegido por la autoridad del pueblo.

Nosotros (los argentinos) históricamente, no copiamos políticas de quienes saben más que nosotros. No, no copiamos de los demás y menos si son «imperialistas». Nuestra inventiva nos impide copiar. Hacemos la nuestra. Y bien que nos ha ido. Algún día el mundo caerá postrado a nuestros pies y ya van a ver. Como no imitamos a nadie, construimos nuestras propias políticas y, naturalmente, una Nomenklatura (Fatti in casa), ajustable a nuestros criterios y bagaje cultural. En nuestra Nomenklatura, a nadie le será aplicado un correctivo, ni le pesará ninguna aflicción por incapacidades o deslealtades. Los beneficios que se brinda a los agentes es de doble propósito. Funciones específicas y fuente de estabilidad laboral. Los organismo públicos, mediante la compra de conciencias  – licencia de que se valen la Iglesia y la Política Argentina –  consiguieron perfeccionar las bondades de la Nomenclatura comunista de un  modo asombroso («La corrupción del alma es más vergonzosa que la del cuerpo» , José María Vargas Vila). Se han legalizado las funciones honorables de una élite de la que forman parte los diseñadores de las políticas públicas, dándoles forma de Pequeñas y Medianas Empresas (PYME); pero, con un  sello innovador.                                 

Esto es: sin aporte de capital privado y con mucha mano desempleada cuyos trabajadores, no son trabajadores. Por el contrario, son los privilegiados del sistema. No obstante estas minucias, se da (¿trabajo?) de tiempo completo a mucha mano de obra desocupada.

¿Será que el Estado Benefactor necesita de muchas leyes? Si es así, estamos en problemas; Tácito, cónsul, senador, etc., ya lo advirtió algunos siglos atrás (c.55-c.120) cuando dijo: «Muchas son las leyes en un estado corrompido».                                                                                                                                                           

Mientras tanto, los servicios prestados al país, el  Estado Nacional los recompensa con salarios y otras gangas, semejantes al proceder utilizado por las monarquías europeas para gratificar a los baronazgos en la Edad Media. El rey feudal, para dejar conforme la vanidad de sus ínfulas daba el título nobiliario de Barón a un montón de vasallos bajo la condición de que le guardaran fidelidad tanto en la guerra como en los tributos que debían pagar. En ese manipuleo estamos hoy.

El estado argentino no puede enfrentar las exorbitancias del gasto público, pero, lo obligan las iniciativas  asumidas para solventar el gasto político, Determinaciones que hallan sustento en la alta  investidura presidencial quien ha opinado que solicitar una reducción a los legisladores y demás cargos ostentosos, sería un acto demagógico (¿populista? del que no se quiere valer. Tampoco se vale del recurso demagógico para aumentar sueldos; por ejemplo, a jubilados, a empleados administrativos, de la salud pública y otros paupérrimos que advertimos a diario.


Nada de lo expuesto es desconocido por la nomenklatura nacional. La élite vigente, los diputados y senadores, conocen del desprestigio que han instalado en la sociedad. ¿Cómo ignorarlo si es un clamor silencioso que cunde en el pueblo, Sus oídos son sordos o, tal vez, convenga serlo por el tiempo que duren sus mandatos.


En nuestra democracia, el abuso político es el viejo gravamen que pesa sobre nosotros, y sin miras de ser resueltos a la brevedad. Ahora no hay tiempo para el tratamiento de ciertos temas; estamos ocupados contando contagiados y esperando la vacuna salvadora. Estamos en presencia de una emergencia que afecta a la moralidad ¿Habrá en el futuro una vacuna contra la deshonestidad, el desenfreno, la prevaricación, en fin, contra todos los actos de inmoralidad que padecen la mayoría de los servidores públicos?. La gente de a pie – como se acostumbra decir señalando al conjunto de personas normales atribuladas por una gestión de gobierno nefasta – necesitamos estar protegidos contra un bicho que pica y contagia sin distinguir privilegiado alguno.

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