Juan Harjalich, el descuartizador de las empanadas misteriosas

Era pizzero y vivía en La Plata. Mató y desmembró a su cuñado por problemas de dinero. Corrieron rumores de que usó los restos como relleno para la comida que vendía.


Por Marcelo Metayer de la redacción de DIB

Frente a la estación de trenes de La Plata supo haber décadas atrás, donde ahora se levanta un edificio alto y delgado, una construcción de dos niveles. En la planta baja se destacaba una pizzería “de mala muerte”, según decían. Se llamaba El Partenón y su dueño era el griego Juan Harjalich. Durante los primeros meses de 1963, muchos habitués contaron que la receta de las empanadas que vendían allí había cambiado: eran más dulces, más sabrosas, más baratas además. Más de uno se preguntó cuál era el ingrediente secreto. El rumor que se corría era terrible… y tenía que ver con lo que pasó ese caluroso verano entre Harjalich y Andrés Suculea, su cuñado y víctima.

Todo empezó, según cuenta el investigador Nicolás Colombo en el segundo tomo de “Misterios de la Ciudad de La Plata”, cuando otro ciudadano griego, un tal Juan Giorgia, descansaba en su casa de calle Colón, camino a Ensenada, una tarde de enero de 1963. En eso, “su compadre Juan Harjalich se presentó con dos bolsos y un colchón. Le pidió que los guardara por unos días, ya que tenía cosas que hacer y luego volvería a retirarlos, Regresó esa misma noche, e hizo una terrible confesión sobre su contenido: ’Son los huesos de mi cuñado’”.

Juan Harjalich y Andrés Suculea. (Gentileza Nicolás Colombo)

Según las versiones, Harjalich le dijo a Giorgia que su cuñado se había suicidado, o que él lo había asesinado. Lo cierto es que confesó que “planeaba quemar el colchón y los restos para hacer desaparecer la evidencia, para lo cual necesitaba su ayuda. Ante la negativa, amenazó a Giorgia con un revólver pidiéndole que guardara el secreto”. Harjalich se fue y un aterrorizado Giorgia salió para hacer la denuncia en la comisaría del barrio El Dique.

Enseguida la Policía fue a buscar a Juan Harjalich para detenerlo. Vivía a dos cuadras de la pizzería, en la avenida 1 al 710, junto a su esposa Elefteria Suculea, su cuñado Andrés Suculea y una sobrina de éste, Sofía. “El presunto asesino, que se encontraba solo en la casa, no opuso resistencia y fue llevado a la comisaría para un interrogatorio”, continúa Colombo.

La casa del crimen, en 1963. (Gentileza Nicolás Colombo)

En tanto, las fuerzas policiales fueron hasta la casa de Giorgia y secuestraron restos óseos y el colchón ensangrentado. Cuando analizaron los huesos, “los investigadores se percataron de que el esqueleto estaba incompleto: el cráneo había sido cortado con una sierra y faltaban varias partes como la mandíbula, costillas, y algunas vértebras. Tampoco estaban los brazos, y del miembro superior sólo se encontraron los omóplatos. Todos los restos estaban limpios, desprovistos de musculatura y articulaciones”. Por unos arreglos dentales identificaron fehacientemente que se trataba de Andrés Suculea.

Hipótesis

¿Suculea se había suicidado como decía Harjalich, o lo habían asesinado? El pizzero se mantenía en sus trece, y aseguraba que su cuñado estaba muy deprimido. De hecho, en el diario personal que llevaba Andrés, los investigadores encontraron frases como “ya no dan ganas de vivir”. Entonces, afirmaba Harjalich, dos días antes de que se descubriera todo oyó una detonación en la habitación de su cuñado. Al acudir al lugar, lo encontró muerto sobre su cama de un disparo en la cabeza. El griego tenía antecedentes y temió problemas con la Policía, así que, contaba, decidió hacer desaparecer el cuerpo haciéndole creer a su esposa que su hermano se había ido de viaje. Descuartizó en la cama el cadáver, separando con cuchillas los huesos de los tejidos blandos. Al mediodía y para para no levantar sospechas, acudió a almorzar a la vivienda de unos amigos donde se encontraban de visita su esposa y la sobrina. Volvió a la casa de avenida 1, cargó los músculos y la piel en su auto, y los arrojó en el río, al final de la avenida 66. En cuanto a los huesos, luego de llevarlos en valijas a la casa de Giorgia, los esparció en los terrenos pantanosos alrededor de la destilería.

Cuando la Policía registró la casa de Harjalich hallaron dos revólveres, varios cuchillos, un martillo, una sierra, una bandeja, una picadora de carne y el diario íntimo del fallecido.

La noticia conmocionó a los medios de la época. (Gentileza Nicolás Colombo)

Con el correr de los días, Harjalich se enredaba en sus declaraciones. Primero había dicho que no sabía de la existencia del arma con la cual su cuñado se habría quitado la vida, pero luego admitió que la había visto varias veces en sus manos. También dijo que había encontrado el cuerpo de Suculea de espaldas, con las manos entrecruzadas sobre el abdomen y el revólver del lado izquierdo. Pero el muerto no era zurdo. Encima, se supo que Harjalich tenía pensado abandonar el país en esos días, ya que había adquirido pasaportes para que él y su esposa viajaran a Grecia.

“El miserable inmundo”

Varios amigos de Suculea manifestaron que había problemas con Harjalich, y que el fallecido les había dicho que “no se lo podía sacar de encima” y que “nos tiene amenazados a mí y a mi hermana”. También aparecieron referencias en el diario íntimo, donde hablaba acerca de él como “el miserable inmundo”.

El griego, como ya se ha dicho, no era trigo limpio. Había nacido en Creta y salió del país tras la Segunda Guerra Mundial, huyendo de un juicio por traición. Llegó a Argentina y luego a Chile y a Venezuela, con la mente puesta en EE.UU. Pero del país caribeño se escapó con varias denuncias por estafas y terminó de nuevo en Argentina, donde se casó con Elefteria Suculea, también de la comunidad griega. En nuestro país tenía prontuario por lesiones leves y contrabando.

Con su cuñado, que era perito en la Policía bonaerense tenían frecuentes discusiones. Harjalich era un hombre violento y golpeador, incluso con las mujeres de la casa. La sobrina de Suculea, Sofía, huyó para casarse en secreto con un novio y poder salir de la asfixiante atmósfera de la casa de avenida 1.

“Harjalich había hipotecado la casa de 1 y 46 para abrir su comercio, pero Suculea, al ver que estaba cerca de ser rematada, la puso en venta junto a otros terrenos de la familia. Esto habría sido la causa principal del fatal desenlace”, asegura Colombo.

En la esquina donde estuvo El Partenón actualmente hay un edificio. (Google Maps)

Juan Harjalich fue juzgado y hallado culpable del crimen de su cuñado. Trasladado a la Cárcel de Olmos, murió allí años después. Pero la pizzería El Partenón siguió abierta varios años, manejada por un exsocio del griego. La gente siguió acudiendo en búsqueda de esa rara receta de las empanadas, pero se había perdido con Harjalich. Porque la leyenda cuenta que el pizzero hizo algo muy peculiar con esa picadora de carne que secuestró la Policía en el allanamiento: molió los restos de su cuñado para preparar un aromático relleno, que “tenía gusto a pollo algo dulzón”. Verdad o no, la historia perduró, y todavía quedan platenses que la recuerdan cuando pasan por la esquina de 1 y 44, donde hoy se levanta un edificio alto y delgado. (DIB) MM

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