Libros | El manantial de donde brota el lenguaje

Libros / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (carlosjverucchi@gmail.com)

Tal vez la poesía sea el género literario que menos lectores ha podido conservar y sin embargo, paradójicamente, resulta el más imprescindible de todos.

Esa, al menos, es la sensación que invade al lector después de leer “El áspero crepitar de la luz”, poemario de Edgardo Zouza publicado recientemente por Ediciones Del Altillo. Es que cuando un libro de poemas provoca dudas en quien lo lee, hace tambalear concepciones preestablecidas o derriba prejuicios, podría afirmarse que largamente ha cumplido con su razón de ser. Con maestría, Zouza sabe ponerse al costado de las cosas, logra mirarnos a todos, pero también mirarse a sí mismo, desde afuera, desde una perspectiva que toma distancia para rescatar ese costado absurdo o ridículo de la realidad que de tanto transitarlo hemos empezado a sentir como natural y hasta, en cierto modo, confortable.

Muchos son los temas que recorren las páginas de El áspero crepitar de la luz, tocaremos aquí apenas un par de ellos para dejar al lector con hambre de más, con la necesidad de ir por el resto.

Tal como advierte el autor en uno de los mini ensayos que acompañan a modo de introducción a cada una de las secciones del libro, y en relación a las actitudes suicidas que ha tenido el hombre en relación al uso de los recursos del planeta (y en este caso el rechazo al empleo del lenguaje inclusivo es deliberado), “De nada sirve caminar más lento. Lo imperativo es cambiar de rumbo, antes de entrar en una cuesta abajo irreversible”. Por eso Zouza le canta a la naturaleza perdida, a las elevaciones rocosas y raleadas que se destacan en medio de la llanura, a sus habitantes originales, a los picapedreros, a los pájaros. Añora el tiempo en el que no había fronteras ni alambrados, ni herencias, tiempos en los que “nuestros pies besaban la tierra” antes de que llegara el patriarca y la espada. Antes de las cruzadas exterminadoras. Antes de que Catriel se fuera.

Absorto y confundido, el autor intenta comprender el recorrido que nos trajo hasta aquí, pide disculpas, busca posibles justificaciones, vislumbra un volver a empezar de cero, “Recordemos, y al recordar/ perdonemos/ toda esta locura, tal vez/ fue necesaria/ Recordemos/ en futuro espiral/ el origen que vendrá”.

Pero si hay un tema que exaspera las tribulaciones del autor es el de la paternidad. Zouza se confiesa, a través de su poesía, desconcertado en su rol de padre, ansioso por hallar la manera correcta de ejercer esa paternidad que lo abruma, “Pero soy tan torpe, niña/ y tengo tanto amor”. Ante su afán de abrir a su hija el camino de la felicidad (“Sembrar tu pecho quiero/ hija/ de alegres soles.”), se sospecha incompleto, limitado: “Pero soy tan poco, niña/ arrastro cansadas noches/ de silencio y soledad.” O, yendo a un extremo: “…hoy me siento tan humano/ tan confuso y amurallado/ que me da miedo hasta besarte/ y romperte.”

Pero ese descubrimiento de debilidad o incapacidad, o ese temor por el daño que pueda causar, parecen desvanece no bien se convierten en poesía, una salida que le permite al autor reinventarse como padre y surgir, airoso, como un faro para todos los padres. A través de sus poemas, Zouza decide desnudar sus miedos, dejar al descubierto sus secretos mejor guardados, legarle a su hija en formato de copla su mejor riqueza.

Si todo esto por sí mismo no fuera capaz de justificar “El áspero crepitar de la luz”, agreguemos, a modo de yapa, que en cada uno de sus poemas se sostiene bien en alto, inclaudicable, la función que el autor le asigna a la poesía, ese “manantial de donde brota el lenguaje”. La poesía no como expresión última o más acabada del lenguaje sino como su punto de partida, la poesía como alimento esencial y materia prima del lenguaje.

Un hallazgo más de Ediciones del Altillo para redondear un catálogo de lujo en el ámbito de las editoriales independientes y consolidarse como uno de los acontecimientos culturales más interesantes de los últimos tiempos en Olavarría.

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