Musiquita piola pal perreo

Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

Mi hija sube al auto y me pide el celular. Pone en pausa a Guasones, que sonaba en Spotify, y programa, paciente, su propia playlist. Primero ubica la nueva canción de Tini Stoessel, Cupido, después agrega algunas de Paulo Londra y otras más, todas del mismo estilo.
El viaje se hace corto acompañado de música.
Algunas canciones me gustan, tienen buen ritmo y me alejan un poco de otros géneros, como el rock, por ejemplo, que no ha logrado renovarse y empieza a languidecer.
Lo que me llama la atención son las letras. No me refiero a su calidad poética (no hago juicio de valor sobre eso) sino más bien al vocabulario, a las expresiones que usan. Son en su mayoría formas de expresión totalmente ajenas a las utilizadas tradicionalmente en el habla cotidiano de los argentinos. En primer lugar, usan el “tu” y no el “vos”, prefieren un español neutro en vez del argentino mezcla de cocoliche con español tradicional que utilizamos al menos en la zona centro del país. Por otra parte, la mayoría de las letras recurren a giros lingüísticos que nunca usamos, eliminan adrede las “eses” en las mayúsculas y cortan las palabras, “pa” en lugar de para. Expresiones que no responden a la forma de hablar de los argentinos y que provienen más bien de otras regiones de Latinoamérica. Noto, incluso, en algunos temas, cierto intento de fingir acentos centroamericanos, de impostar la voz con el fin de esconder el acento que cultivamos en el barrio.
Me siento tentado de aventurar una reflexión. Podría tratarse todo esto de una moda pasajera, lógicamente, pero si no lo fuera, estaríamos experimentando un cambio de roles en la influencia que nuestra música ha tenido y tiene en relación al resto de Latinoamérica. Me refiero a que, en otros momentos de la historia, Argentina exportaba (tal vez la palabra no sea la más adecuada) música. El tango, por ejemplo, se expandió por todo el continente y luego llegó a Europa y a otras regiones del mundo. El rock en español es un invento de Tanguito, de Litto Nebbia o de Miguel Abuelo, con el aporte de Moris, Javier Martínez y algunos más, pero nació acá y después “prendió” en España, en México y finalmente en todos los países hispanoparlantes. Incluso en el folclore mismo, nadie puede negar la influencia que han tenido algunos músicos argentinos sobre el resto del continente.
Ahora pareciera que esa tendencia se invirtió. En lugar de chilenos intentando imitar la voz de Goyeneche para sacar un tango más o menos decente, escuchamos a músicos argentinos que copian modismos típicos de otras regiones. Insisto en que no es mi intención plantearme si esto es bueno o malo, es más, creo que ese interrogante no tiene demasiada validez. Lo que sí me intriga es saber si estos cambios obedecen o están emparentados con cambios más profundos, si guardan relación con transformaciones sociales que sí han sido estudiadas y son innegables.
Argentina pasó de tener el PBI por habitante más alto de Iberoamérica a estar en el pelotón del medio en pocas décadas. Ese retroceso derivó en cambios importantes en el entramado social al menos de las ciudades más pobladas. Evidentemente, los nuevos grupos sociales que surgieron de esos cambios económicos, tienen que haber provocado nuevas necesidades discursivas o nuevas expresiones. Expresiones que tarde o temprano buscan a la música, entre otras posibilidades, como vehículo para darse a conocer. Y es probable que para decir lo nuevo no alcanzara con lo que teníamos a mano en materia cultural y haya sido necesario buscar por otro lado.
También es lógico que esa pérdida de posicionamiento económico en el continente limite la influencia cultural. Hubo un tiempo en el que Sudamérica veía películas argentinas, hubo un tiempo en el que la literatura argentina marcaba tendencia, no es descabellado pensar en que son los más poderosos económicamente hablando quienes tienen más chances de imponerse en todos los aspectos, incluido el aspecto cultural.
También se ha dado, posiblemente, una adaptación al medio. Cuando decimos que descendemos de los barcos (descender en un sentido genealógico), esos antepasados europeos van quedando cada vez más lejos en el tiempo. Nuestros viejos eran los hijos de italianos, polacos o españoles. Algunos crecieron hablando dos idiomas o una mezcla de dos idiomas. Nosotros fuimos los nietos y apenas recordamos anécdotas, nuestros hijos ya ni siquiera reconocen o perciben que llevan apellidos de origen extranjero. La influencia cultural se fue perdiendo. Si se decía que el tango era producto del lamento de ese trabajador golondrina que extrañaba a su pueblo y mitigaba las penas en un prostíbulo, sería lógico pensar en que las nuevas oleadas inmigratorias nos empujen culturalmente hablando hacia otros lugares.
Tal vez, como dijo Borges, hayamos encontrado por fin nuestro inevitable destino latinoamericano.

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