Opinión | El velo patriótico


 

Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (carlosjverucchi@gmail.com)

Después de la ley Saénz Peña y los gobiernos de Yrigoyen, la oligarquía argentina recuperó el poder mediante un golpe de estado que luego intentó legitimar mediante al famoso fraude patriótico. Los votantes ―declaraban los voceros de aquella pseuda democracia― no están aún formados para ejercer con responsabilidad el derecho que se les ha concedido, caen fácilmente en la demagogia y el populismo, votan sin tener en cuenta el futuro de la nación y por ende necesitan una tutela. Ese rol tutelar, lógicamente, lo ejercía la oligarquía. Cuando no alcanzaba con el apriete a opositores se recurría directamente al  fraude electoral.

Casi un siglo después, la clase dirigente actual recurre a lo que podríamos definir como “el velo patriótico”. Con la complicidad de los medios de comunicación y parte del poder judicial, el gobierno construyó una realidad paralela en la que todos los males son atribuidos a los gobiernos anteriores o a circunstancias imponderables. En esa realidad virtual, que sólo existe en las páginas de los principales diarios y en las pantallas de televisión, no hay lugar para las malas noticias y, en el caso de que alguna de ellas se filtre, su origen es presentado como la consecuencia de la mala administración de gobiernos anteriores, de casos de corrupción reales o inventados o de los avatares de la economía global. Un mecanismo perfectamente aceitado que podríamos tildar de brillante de no ser por su carácter escandalosamente antidemocrático.

El argumento, tanto para los gobernantes de la década del 30 como para los actuales, es idéntico. Trampeamos porque la patria lo necesita, y al hacerlo, evitamos que el país caiga en la barbarie y encuentre un sendero de prosperidad. No sólo son idénticos los argumentos, también lo son, apellido más, apellido menos, los ejecutores de estas maniobras, muchos de los cuales pertenecen a distintas generaciones de una misma familia. Es muy probable que algunos apologistas de estas tergiversadas maneras de ejercer la democracia sientan que están haciendo un bien a la patria o que están condicionando su porvenir en pos de un futuro mejor para sus descendientes.

El domingo pasado, en este mismo medio, un importante político del oficialismo local y provincial declaró que consideraba un mérito del actual gobierno haber dejado en claro que el modelo anterior era inviable. Desde hace tres años este tipo de sentencias se escuchan con frecuencia en todos los medios. Afirmaciones de esta naturaleza serían totalmente respetables y útiles para que el electorado fije una postura en vista de las próximas elecciones si estuvieran acompañadas de argumentos. Pero esos argumentos no aparecen y los votantes debemos permanecer expectantes, a la espera de que se nos explique, con justificaciones rigurosas, con datos verificables o estadísticas confiables, con indicadores económicos o con las herramientas retóricas que sea, cómo, un proyecto que en doce años elevó el PBI de nuestro país en un 367 % frente a un crecimiento de la economía mundial del 93 % en el mismo período (datos del Banco Mundial), pagó gran parte de la deuda externa, redujo la desocupación y desarrolló científica y tecnológicamente al país puede tildarse de inviable.

Sin esos argumentos, el axioma “la economía del gobierno anterior era inviable”, se convierte en un mandamiento divino al estilo del “no desearás la mujer de tu prójimo”. Sin embargo, este parece ser el estilo del actual gobierno. El mismísimo presidente visita el Congreso y se despacha con una serie de afirmaciones expresadas con total ligereza y sin el respaldo de la más mínima justificación, ni datos, ni estadísticas, ni argumentos de ninguna clase, sólo histrionismo grotesco y palabras al viento que mañana los medios repetirán como eco.

Pero lo más inverosímil de todo esto es que aquel proyecto inviable, tan vilipendiado en nombre del atraso que supuestamente significaba, haya sido reemplazado por otro del que, justamente, nadie puede dudar de su inviabilidad. Repasemos algo de historia. El modelo económico de Cambiemos, lógicamente con algunas características propias de la época y de las circunstancias, fue ensayado por Krieger Vasena cuando Onganía lo nombró como su ministro de economía. No es necesario ir al Google para saber cómo terminó esa experiencia: la economía de Onganía desató el caos social y el Cordobazo y al cabo de unos pocos años la oligarquía debió ir a pedirle por favor a Perón que volviera para acomodar una situación que se les había ido de las manos.

El otro intento fue realmente más prolongado. A Martínez de Hoz no había revuelta popular que lo conmoviera, Videla cuidaba sus espaldas. Fin del segundo experimento: la dictadura debe entregar el poder con el país sumido en una de las más profundas crisis económicas de las que se haya tenido noticias. ¿Será necesario entretener al lector detallando cómo concluyó el experimento siguiente encarnado por Menem y Cavallo? Definitivamente, no.

Las cosas parecen cambiar en la Argentina para que en realidad nada cambie. Federico Pinedo, ministro de hacienda durante aquella famosa Década Infame y abuelo del actual senador nacional por el PRO, coleccionaba libretas de enrolamiento de ciudadanos muertos y mandaba a la policía a apretar opositores para poder ganar elecciones. Su nieto, afortunadamente, ha encontrado mecanismos más sutiles para manipular el poder, mecanismos que lo eximen de la obligación de tener que caer en semejantes bajezas.

Los electores, mientras tanto, debemos seguir aprendiendo y volviéndonos más responsables. Tal vez algún día nos permitan ejercer nuestros derechos cívicos y podamos votar libremente, sin la tutela de los que realmente entienden qué es lo mejor para la patria, sin fraude, sin aprietes, sin velo mediático.

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