Opinión / Paradojas

Curiosamente en el fútbol argentino, ámbito que Mauricio Macri eligió para su despegue político, se desató esta semana una cadena de insultos que afecta sensiblemente la imagen presidencial.


Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (carlosjverucchi@gmail.com)

Cuando ocurrió por primera vez se dijo que los hinchas de San Lorenzo insultaban al presidente por motivos futboleros más que políticos. Es muy probable que así haya sido. Sin embargo, la pegadiza melodía con la que aquellos hinchas acompañaban sus insultos se propagó rápidamente a otras hinchadas, fue entonada en el subte, en recitales, en bares y hasta se dejó oír en ambas veredas de la Avenida de Mayo acompasando el avance de la comitiva presidencial en su visita al congreso. Durante estos últimos días, y en virtud del famoso ingenio popular ―tan elaborado en nuestro país―, fue interpretada por una innumerable cantidad de músicos que valiéndose de los más diversos instrumentos filmaron pequeños pasajes para subirlos a la red y “viralizar” así el famoso cantito.

 

Mucho se ha estudiado el comportamiento de las multitudes en los estadios de fútbol. A pesar de que actualmente cada espectador puede ser monitoreado puntillosamente por cámaras de seguridad dispuestas en cada estadio, el hincha de fútbol no ha perdido aún la sensación de anonimato que alcanza cuando se sabe inmerso en medio de la multitud. La cancha de fútbol conserva, a pesar de las restricciones de ingreso y los controles dispuestos, la calidad de ambiente liberador, sumamente propicio para el insulto fácil y gratuito, donde la puteada al árbitro o al rival resulta más un ejercicio de relajación que un estímulo surgido de hechos puramente deportivos.

 

Cuando no existían encuestadores profesionales, los presidentes, en Argentina, utilizaban la reacción de los estadios ante su presencia como un termómetro que indicaba el grado de aceptación que tenían entre las clases populares, o, como se acostumbra decir ahora, el porcentaje de imagen positiva que conservaban. Es que el hincha de fútbol se despoja, en las tribunas, de cualquier prejuicio que pueda menguar su espontaneidad, de todo pudor que le impida dar a conocer su sentimiento más íntimo. Es decir, reúne los requisitos ideales para convertirse en un buen objeto de encuestas.

 

No es casual, por ejemplo, que durante los años 60 y 70, en cada partido de fútbol se entonara indefectiblemente la marcha peronista cuando leyes expresas prohibían hacerlo. No es casual, tampoco, que los argentinos hayamos caído en la cuenta de que la dictadura empezaba a languidecer cuando en los estadios de fútbol surgió el nostálgico “se va a acabar… se va a acabar…”.

 

Sé de músicos que, a cara descubierta algunos, o camuflados otros (porque aunque parezca mentira hay mucho miedo y eso sí habla mal del gobierno), tuvieron esta semana su mínimo gesto de rebeldía, inocente gesto, y subieron sus videos a la red. Puede haber sido un simple consuelo de opositores que están hartos del cepo mediático y no saben cómo romperlo o bien puede haber sido el principio del fin para el presidente.

 

Sería paradójico, en este último caso, que la debacle se iniciara justo donde el ascenso había comenzado.

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