Opinión | Si te digo la verdad, te miento


Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

“Un dicho ingenioso no prueba nada”, dicen que dijo Voltaire. El intento de amonestar la eficacia de un dicho ingenioso con otro dicho breve e ingenioso es al mismo tiempo ingenioso y contradictorio. Es como cuando el perro se muerde la cola o cuando alguien responde con el enigmático “si te digo la verdad, te miento”, por no decir simplemente no sé.

Pero más allá del silogismo que se esconde en la definición (a.- Un dicho ingenioso no prueba nada / b.- Este dicho intenta ser ingenioso / c.- Ergo, hacé de cuenta que no dije nada), existe cierta verdad evidente que subyace a lo que dijo, quiso decir, o tal vez no nunca dijo dijo Voltaire.

El vertiginoso cambio de opiniones que incentivan medios como Facebook, Twitter, grupos de WhatsApp y canales de comunicación por el estilo, fomenta el empleo de frases ingeniosas y breves como recursos retóricos excluyentes. Cuanto más certera y contundente sea una afirmación, mayor capacidad pareciera tener a la hora de definir una discusión. Y esa contundencia está regida por el ingenio de quien la profiere y muchas veces se sostiene en lo anecdótico del ejemplo que la acompaña. Con el correr del tiempo, los internautas hemos cedido a la tentación de permitir que el árbol nos tape el bosque. Un ejemplo, un dato concreto, una situación que por específica sugiere imágenes que tocan los sentimientos, resulta más atendible que una ardua argumentación que, en la medida en que pretenda ser más generalista, agotará más rápidamente la escasa capacidad de esforzarnos intelectualmente que aún conservamos.

Hay un artilugio, cada vez más usado en discusiones virtuales que emplea el introductorio: “vos contala como quieras, pero…” El “vos contala como quieras” descalifica de entrada al interlocutor, y no solo lo descalifica sino que lo ignora como posible intérprete. Después del “vos contala como quieras”, generalmente viene un dato concreto, elegido obviamente con el fin de que dicho dato sea inconscientemente extrapolado al análisis de una situación general. Que un dato, por sí solo, no dice nada, sería algo así como el abc de la retórica. Un dato aislado, incluso, podría perfectamente sostener la excepción que contradice la regla, la particularidad en detrimento del patrón, la mancha que objeta la trama. Pero no satisfechos con la advertencia inicial del “vos contala como quieras”, muchas veces, los especialistas en este tipo de herramientas dialécticas, agregan a la afirmación supuestamente incuestionable un: “andá, ahora sacala del ángulo”, como si la argumentación que antecede tuviera la misma eficacia que un tiro libre de Riquelme que se cuela por encima de la barrera y entra pegadito al palo.

La realidad es infinitamente compleja, diría Ernesto Sábato, y para poder abordarla de manera tal de determinar qué es bueno o malo para alguien, o para un pueblo, para una nación o para una clase social (todas éstas abstracciones o vanos intentos por acotar ese carácter caótico de la realidad al que hacíamos referencia), es necesario generalizar: vislumbrar una trama, algún rastro que se repita, alguna marca que sobresalga, alguna estadística que ayude a despejar, al menos parcialmente, la incertidumbre.

Y mostrar ese patrón que vislumbramos en el collage de nuestro universo íntimo, requiere de mucho más que una frase ingeniosa o un meme. Requiere, ni más ni menos, que de una argumentación, de un conjunto consistente y firme de afirmaciones hilvanadas cuidadosamente con una lógica estricta.

Ni siquiera los debates entre candidatos a la presidencia o a cualquier otro cargo ejecutivo, que se han puesto de moda últimamente, permiten romper esta lógica de la frase ingeniosa, de la pose más simpática o del dicho oportuno. Esos debates están viciados de nulidad desde el momento en que establecen límites estrictos para cada intervención (¿por qué una argumentación debe reducirse a un par de minutos?) y al considerar la realidad como fragmentada en casilleros estancos como educación, salud, economía o derechos humanos…

Sugiero mirar, cada tanto, el debate entre Chomsky y Foucault sobre la naturaleza humana, está en Youtube, claro. Sirve para recordar aquellos tiempos en los que los hombres razonaban, discutían con argumentos, se permitían disentir sin que uno de los contrincantes tuviera que ir a sacarla del ángulo cuando el otro, con lógica whatsappera, apelara al latiguillo de moda o el chascarrillo punzante.

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