Sobrevivir al aislamiento siendo trabajador informal y fracasar en el intento

A los trabajadores les resultó sumamente difícil el aislamiento. La realidad les demanda comida y la única forma de conseguirla, es trabajando. En una economía debilitada y en recesión, el presente se presenta como el peor de los escenarios. La palabra de los damnificados.


Emmanuel Rodrigo (*) – Publicado en Agencia Comunica

El aislamiento social, preventivo y obligatorio, dictado para contener la réplica de contagios por COVID-19 en la Argentina, parece cumplir sus propósitos de preservar la salud, pero choca de lleno con una sociedad donde gran parte de la población económicamente activa se encuentra en la informalidad.

“Aguante casi 50 días sin pagar impuestos, hasta que precisé para comer” sostuvo Lucas Conti, peluquero canino.

Lucas Conti, quien se desempeña como peluquero canino desde hace ya algunos años, dejó de trabajar cuando comenzó el aislamiento social, preventivo y obligatorio, para preservar su salud y por la nula movilidad social, y evitó retomar sus actividades laborales hasta que verdaderamente lo necesitó. Conti dijo: “Antes de todo esto realizaba corte y baño de cinco perros por día, a los que sus dueños traían todos los meses. Ahora sólo son dos perros por día y en muchos casos solo les hago corte cada 2 o 3 meses”.

Situación similar vive Alberto Rodrigo, quien hace ya varios años se desempeña como remisero. “Estuvimos sólo una semana sin trabajar, hasta que nos autorizaron la agencia pero menos horas por día”, sostiene, y cuenta que no realiza más de 7 u 8 viajes por día, cuando antes del aislamiento realizaba hasta 30 en una jornada. “El año pasado ya había bajado la cantidad de viajes un poco, pero ahora estamos mal y no se aguanta mucho esto”, agrega Rodrigo, quien para llevar adelante su tarea, sólo lleva a dos pasajeros en el asiento trasero y, al igual que toda la población, incorporó el barbijo y el alcohol en gel a su rutina diaria. 

Pero trasladarse en remis y mantener prolijas a las mascotas no son las únicas actividades que sufren no sólo el parate humano sino también el parate económico. Hacer ejercicio parece haber quedado en stand by y la prohibición del funcionamiento, tanto de gimnasios, como de actividades de los clubes, abonan esta situación y complican a quienes se desempeñan en este sector.

“Pasé de trabajar 9 horas por día y sumar 56 horas de trabajo semanales a completar con suerte 5 horas en una semana”, comentó Alessandro Spitale, quien es actualmente estudiante del profesorado de educación física y trabaja en un gimnasio y en una institución deportiva de la localidad. Spitale estuvo 60 días sin trabajar y actualmente da clases personalizadas a domicilio y por videollamada, para solventar los gastos básicos de su vivienda y poder comer. Además, Alessandro recordó que su rubro de trabajo “va a ser el último en volver” ya que se maneja con los parámetros de la escuela.

Más allá de todo esto, los entrevistados coinciden en que la medida del aislamiento social, preventivo y obligatorio, a pesar de perjudicarlos económicamente, es acertada y la ven con buenos ojos. Rodrigo opina que la mayoría respeta el aislamiento, pero se descuida mucho el distanciamiento social y dice que “la agencia de remis donde trabajo está frente al Correo Argentino y ves como todos los días la gente se amontona para cobrar los $10.000” (hace referencia al Ingreso Familiar de Emergencia que paga la ANSES por esa vía), lo que puede complicar el pronto retorno de una normalidad social, que ayude a reactivar su sector.

“La mayor parte del trabajo en Argentina es precarizado”, puntualizó Alessandro Spitale, estudiante de Educación Física.

“El bolsillo manda”, aseveró Conti, quien cree que el aislamiento es la mejor decisión que se pudo haber tomado, aunque pone en relieve la poca capacidad de supervivencia de muchas personas si se las confina en sus casas y se las insta a no trabajar. En consonancia, Spitale valora que se haya puesto lo humano por sobre lo económico, aunque “es algo difícil de sostener, porque la mayor parte del trabajo en Argentina es precarizado”, puntualizó.

Cuando intentamos comprender por qué el nivel de actividad de estos rubros es tan bajo, la respuesta parece ser bastante sencilla: no hay consumidores o usuarios, ya sea porque no tienen permitido circular o porque, quienes consumen estos servicios, no se encuentran trabajando por el aislamiento y al ser también personas tercerizadas, no cuentan con las posibilidades económicas.

Sandra Cejas, quien es clienta asidua de Conti, da cuenta que, durante estos días de aislamiento, ha dejado de requerir servicios como el que brinda Lucas en su peluquería canina, ya que al encontrarse en su casa sin poder trabajar, ha optado por bañar ella misma a sus mascotas y generar así un ahorro a los gastos familiares, como así también, encuentra en esto una actividad a realizar y evitar salir de su casa. Ella agrega además que “le genera desconfianza salir a la calle y llevar a sus perros a la peluquería canina”, ya que no sabe con quiénes pudieron haber estado en contacto las demás personas.

La fragilidad económica de un país como el nuestro, que no fue generada por la abrupta detención de la economía generada por el COVID-19, si no que arrastra años de retroceso y caída marcada, muestra su peor cara en estos momentos, donde personas que trabajan de manera informal no pueden siquiera satisfacer sus necesidades básicas. Por otro lado, esta retracción económica la viven los usuarios y consumidores, que no tienen la posibilidad material y económica de acceder a estos servicios y prestaciones, muchas veces a raíz del mismo problema que sufren a diario los trabajadores informales. 
Para este sector de la sociedad, cada día en cuarentena los hace retroceder y esperan, pronto, volver a ponerse de pie y caminar hacia un mejor futuro, que diste de este presente adverso.

 * Trabajo realizado para la cátedra Redacción Periodística I, segundo año de la carrera de Periodismo de la Facso

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