Tandil: “Tata Dios”, sus apóstoles y la masacre de extranjeros en Año Nuevo

Los fieles de un gaucho curandero y xenófobo llevaron adelante una matanza de 36 personas.


Por Fernando Delaiti,
de la agencia DIB

Gerónimo Solané tenía la mirada intensa. Este carismático hombre de unos 45 años, alto, morocho y de larga barba blanca, fue el líder mesiánico de una historia que bañó de sangre la serrana ciudad de Tandil, cuando el 1° de enero de 1872 sus seguidores masacraron a 36 inmigrantes, la mayoría de ellos por degollamiento. Con un discurso religioso, nacionalista y muy xenófobo, el curandero conocido como “Tata Dios”, logró cautivar a sus discípulos.

Para algunos, Solané era entrerriano; otros consideraban que había nacido en Santiago del Estero, y muchos testificaban que era chileno. Lo único certero es que cuando llegó a Tandil en octubre de 1871, lo hizo para ayudar a la esposa de Ramón Gómez, quien sufría de constantes dolores de cabeza. Instalado un tiempo en la estancia de Gómez, cuñado del juez de paz de la ciudad, cientos de personas llegaban de todas partes, atraídos por su discurso y “poderes curativos”.

Había pasado por la ciudad de Santa Fe, desde donde fue expulsado por los campesinos. Su costado de profeta no gustaba. Su fama de sanador siguió por Rosario, pero problemas con la Policía hicieron que su derrotero continuara en la provincia de Buenos Aires. Fue Azul su destino, y allí pasó varios días preso por ejercicio ilegal de la medicina. Luego, finalmente, arribó a Tandil, que por esos años era una típica aldea poblada en gran parte por inmigrantes, principalmente de origen europeo.

“Soy el salvador de la humanidad, el enviado de Dios”, solía repetir Solané, quien calificaba a los extranjeros como herejes y masones. Aprovechando un contexto donde reinaba el resentimiento contra los inmigrantes que llegaban con fuerza al país de la mano de la política del entonces presidente Domingo Faustino Sarmiento, y un discurso apoyado por estancieros y peones criollos, la futura masacre se fue cocinando a fuego lento. Y ahí jugó un papel clave su asistente personal, Jacinto “El Adivino” Pérez, un gaucho que se hacía llamar San Francisco, que era el encargado de trasmitir las consignas feroces y de reclutar gente para la lucha que era necesaria emprender “contras las fuerzas del mal”. Junto a él, se movía también otro “apóstol” sanguinario, el gaucho Cruz Gutiérrez.

El feroz ataque

Mientras los habitantes serranos festejaban la llegada del Año Nuevo, con bailes populares y corridas de sortijas, la capilla de “Tata Dios” montada en la estancia reunía a sus fieles. Pistolas, puñales y lanzas eran repartidas entre los fanáticos que estaban dispuestos a matar por su líder.

“Viva la religión”, “Mueran los masones” y “Maten, siendo gringos y vascos”, eran algunos de los gritos de guerra que emplearon los paisanos, alrededor de 50, al llegar a la ciudad, donde el primer sol de la mañana de verano todavía no les daba la bienvenida. Tras irrumpir en el juzgado en busca de armas, la horda liberó al único preso que estaba allí y lo sumó a la matanza. La primera víctima fue un organillero italiano. Con un sable terminaron su vida. Fue el primer muerto, de un total de 36 que tuvo esa jornada trágica.

Los desaforados fieles de “Tata Dios” sorprendieron a una caravana de carretas y mataron a nueve vascos. Tras atacar una estancia de escoceses y asesinar a una joven pareja y a su asistente, llegó el turno de la casa y almacén de Juan Chapar, de origen vasco-francés. Su familia, entre ella dos hijas de 4 y 5 años y un bebé de meses, empleados y clientes corrieron la misma mala suerte. Todos fueron degollados: 18 en total.

Las víctimas siguieron: norteamericanos, escoceses, hasta criollos; hombres, mujeres y niños. Luego, subidos a los caballos y aún ávidos de sangre, una parte de los fieles de Solané galoparon hasta la estancia de Ramón Santamarina, un hacendado millonario de la época y padre del que luego fuera intendente de la ciudad. Pero alertado de lo que estaba pasando, pudo escapar.

El solitario final

Cuando la gente del pueblo se enteró de los asesinatos, los vecinos se organizaron con las milicias y salieron a perseguir a los forajidos. Según la declaración escrita que el comandante José Ciriaco Gómez le presentó a Juan Figueroa, juez de paz del partido, los encontró en la estancia de Santamarina. Tras un enfrentamiento, varios forajidos pudieron escapar a campo traviesa. 

Sin embargo, a pocos kilómetros de allí, los combates siguieron y once seguidores del líder mesiánico fueron abatidos, entre ellos, el ladero Jacinto Pérez, atravesado por una lanza. Una docena de fieles, entretanto, fueron detenidos. Cruz Gutiérrez se rindió y “Tata Dios” terminó tras las rejas, aunque no participó, arma en mano, de la matanza. De hecho, cuando lo fueron a detener se mostró sorprendido y negó en todo momento haber impulsado la masacre.

En la cárcel permaneció inmutable, sin hablar pese a las presiones para que declarara. Sin probar bocado de la galleta ni agua, Solané encontró la muerte acribillado por la descarga de un trabuco contra su pecho. Nunca se supo quién fue y tampoco, al día de hoy, queda claro si fue él quien lideró la masacre. Otros, apuntan a su principal secuaz, “El Adivino” Pérez.  De hecho, en el libro “Tata Dios” de Juan Basterra esta teoría queda presente, ya que muestra a Jacinto, también curandero, como una persona de lengua filosa y que se encargó de reclutar gauchos para la matanza.

En cuanto al resto de los detenidos, fueron a juicio. Se los acusó por el asesinato de 36 personas, y en septiembre de 1872, tres de ellos fueron condenados a la pena de muerte. Según reconstruye un artículo del diario La Nación, las últimas palabras del sentenciado Esteban Lasarte fueron: “Quiero ser enterrado por hijos del país; no quiero que ningún italiano me toque ni aun el chiripá”. La xenofobia, presente. Otras siete personas fueron condenadas a 15 años de prisión y otros diez absueltos.

Hoy, en el Museo Fuerte de la Independencia quedan restos de la historia que aún despierta la polémica entre los tandilenses. Muchos creen que “Tata Dios” no fue culpable. Otros recuerdan una de sus frases días antes del ataque: “El 1° de enero correrá sangre”. Y vaya si cumplió. (DIB) FD

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