Rompiendo todos los códigos

 

Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

Cuando era chico había dos clases de goles que no se festejaban. Los que se hacían de penal, supongo que no se consideraba meritorio convertir un gol frente a un arquero solitario y perdido en la inmensidad del arco, y los goles que se hacían al equipo del que se había sido antes. Una cuestión de respeto mínima, elemental, un gesto de piedad hacia aquellos hinchas que alguna vez te habían alentado.

Si nos guiamos por los gestos de este pibe Colidio, delantero de River, pareciera que aquellos antiguos códigos cayeron completamente en desuso. Resulta que este muchacho, que hizo las inferiores en Boca desde la novena división y gracias a eso llegó a jugar en la selección juvenil y fue transferido al Milan, en su regreso al fútbol local, no sólo le grita los goles a la hinchada de Boca si no que se besa el escudo de la camiseta que usa ahora, que es justamente la otra, la del eterno rival.

En primer lugar, aclaremos que su regreso al fútbol argentino lejos estuvo de ser rutilante, más que muestras de éxito dejó entrever señales inequívocas de un fracaso rotundo. El Milan lo cedió a un equipo belga totalmente desconocido poco después de haberlo comprado y, después de otra experiencia frustrante, recaló en Tigre primero, y en River una temporada después. Quiero decir, no se trata de un Carlos Tévez que regresa a su país después de haber sido goleador del torneo italiano y de haber obtenido la Champions League entre muchos otros títulos.

Pases de jugadores de un equipo al clásico rival ha habido muchos, pero tal vez los más recordados sean los de Ruggeri y Gareca. Ambos pasaron de Boca a River cuando atravesaban el mejor momento de sus carreras como futbolistas. Los hinchas de Boca nunca pudimos superar el sabor amargo que nos produjo ver al Flaco Gareca con los colores de River, tal vez haya sido tan doloroso como el primer desengaño en el amor. Veíamos en nuestro ídolo una actitud difícil de justificar sin apelar a la traición. Lo de Ruggeri, en cambio, a nadie sorprendió. Pero aún en esos casos, hubo siempre un reconocimiento al club que los había hecho famosos, cierto respeto hacia aquellos que alguna vez los habían idolatrado. El Flaco Gareca mantuvo siempre su perfil bajo y nunca recuperó la popularidad que Boca le dio. El “Cabezón” Ruggeri, por su parte, y a pesar de su verborragia extrema y su incontinencia verbal, se cuida de no ofender a los que lo vimos, de muy pibe, compartiendo la zaga de Boca con Roberto Mouzo.

Y del otro lado pasa lo mismo, cuando nosotros, los de Boca, hacemos referencia al descenso de River (de más está decir que con cierta malevolencia), obviamos incluir en las cargadas a J. J. López, quien, a pesar de estar identificado con el millonario, tuvo su paso por Boca. Y eso nunca se olvida.

El lector estará preguntándose con qué derecho se le exige fidelidad a un jugador de fútbol en un tiempo en el que las personas reniegan de sus ideologías, de su religión. Es que siempre creí, ingenuamente por lo que veo, que el fútbol era, o debería ser, el último bastión donde se resistiría al cambalache que domina otros ámbitos. Muy inocente lo mío.

El caso es que este muchacho, Colidio, que no es más que un cuatro de copas (diría el Diego), que nunca pasó de “promesa”, que está a años luz de la legendaria figura del Tigre Gareca, venga a enrostrarnos sus modestos y pasajeros triunfos, resulta a todas luces inadmisible, repulsivo si me permiten. ¿Quién sos, pibe? ¿A quién le ganaste? ¿En serio te la creíste?

Gritarle los goles en la cara a la hinchada que te bancó de chico y que te vio crecer, solo habla mal de vos, te deja como un ramplón sin códigos y con varias lecciones de caballerosidad mal estudiadas.

Hay algo que se llama respeto, agradecimiento por los que te ayudaron y te formaron.

Porque para ser grande de verdad no es suficiente con hacer goles.

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