Una anécdota de Pascuas

Por: Arq. Jorge Hugo Figueroa / Tiempo de lectura estimado: 4:45 minutos

AUDIO NOTA:

A mediados de los años 90 me enteré por un diario que se iba a hacer una procesión de la virgen, pero lo que realmente me llamó la atención fue que iban a concurrir ex combatientes de la Guerra de Malvinas.

Recuerdo que nos reunimos en el cruce de la avenida Del Valle y Brown y luego de algunas palabras comenzamos a caminar con dirección a la Capilla de la Virgen de La Loma.

Fuente: Foto propia.

  Era un día nublado, frío y ventoso de Otoño y la larga hilera de héroes, mujeres y hombres iban turnándose para llevar la imagen de Virgen. Yo no había ido nunca a una procesión y desconocía que debíamos cargarla por turnos. Sin embargo, por algún motivo que no recuerdo, no quería hacer el esfuerzo (aún cuando se tratara de colaborar usando mi hombro junto a los de otras tres personas), así que cada vez que llegaba mi turno, me deslizaba furtivamente otra vez al final de la columna.

  Al fin, luego de varios kilómetros de anécdotas de actos heroicos de guerra y esquives arteros de mi parte, llegamos al paraje conocido como La Virgen de La Loma, donde un sacerdote nos saludó y bendijo en una misa.

  Salí agotado, junto al resto de los peregrinos, y me llamó la atención que hubiera dos colectivos esperándonos para regresar gratuitamente a la ciudad. De todas maneras decidí emprender mi regreso caminando mientras el resto hacía fila para subir a los vehículos.

   Iba sumergido en mis pensamientos, cuando pasó a mi lado una joven mujer con un niño pequeño sentado en el porta equipaje de su bicicleta. En la parte de adelante llevaba un bebé, tan abrigado como fuera posible.

  La observaba pedaleando muy costosamente con un considerable viento en contra azotándonos el rostro.

  Avanzó cuanto pudo y al fin, agotada, no tuvo más remedio que frenar y comenzar a caminar llevando aún cargadas a las dos criaturas en la bici.

  No tardé mucho en darles alcance y sin hablar pasé a su lado.

  Los colectivos se habían marchado y estábamos bajo fuertes ráfagas de viento frío a la vera de la ruta 226.

  En lo inmediato, tomando algo de valor y manteniendo una cierta distancia, le pregunté cuidadosamente si la podía ayudar, a lo cual accedió gustosa.

  Jamás había cargado un bebé, o no lo recordaba, pero intuía que lo podría cargar sin problemas y así lo alcé y comenzamos a caminar con aquella mujer desconocida.

  El niño que iba sentado en el portaequipaje se aferraba con sus manitos al asiento, lo mejor que podía, al tiempo que charlábamos con su madre, avanzando en lo que se parecía más y más a una tempestad (recordemos que en aquella época aún no usábamos teléfonos celulares y al no pasar nadie por la ruta, estábamos medio aislados).

Fuente: Foto propia.

  Pese a todo, caminábamos y reíamos contando anécdotas de nuestras vidas. Me contó que su marido había viajado al sur por trabajo y que nunca regresó, y que en su casa el objeto de mayor valor era una pequeña  garrafa. Yo le conté que estaba estudiando arquitectura, de lo mucho que me gustaba diseñar y que para ello había debido resignar años en familia puesto que había tenido que mudarme a Mar del Plata.

  De algún modo, al hablar libremente, sin presiones sociales o jurídicas, los humanos tenemos la posibilidad de empatizar, de conocer otras realidades, de saber de otras alegrías y sufrimientos.

  Tenía los brazos dormidos de cargar al bebé y en ese momento me pareció una bendición porque así dejé de sentir los grandes calambres que me venían aquejando unos metros después de “hacerle upa”. La criaturita me observaba y sonreía y yo respondía de igual modo, así ganaba fuerza para avanzar más y más en la tormenta.

  Al fin entramos a la ciudad y luego de varias cuadras, la mujer me dijo cual era su casa, llegamos a la puerta y entregándole el bebé (que ya dormía) nos despedimos deseándonos mucha suerte y con un adiós.

  En el camino de Otoño tapizado de hojas secas, con rastros de mocos y baba de bebé en mi saco me fui meditando en todo aquello que había vivido y así, un pensamiento asaltó mi mente, algo que me enseñó más que casi todo hasta entonces, “No había cargado con la imagen de la Virgen de ida, pero había cargado con aquel hermoso bebé de regreso”.

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