Adiós al Más Grande: Alí fue un titán hasta el final

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Era 1980, y Muhammad Ali no tenía que estar en el cuadrilátero contra un Larry Holmes más joven y fuerte, sin importar que su séquito le dijese que se veía fabuloso en los entrenamientos.
Y sí se veía bien. Había bajado casi 40 libras (18 kilos) para quedar en una condición remotamente parecida a la de sus mejores días. Con 38 años, también se había dejado crecer un bigote para lucirlo durante la gira promocional.
“Soy Dark Gable”, decía Ali, en un juego lingüístico con la palabra oscuro (dark) en inglés y el nombre del galán de cine Clark Gable. Y los periodistas apenas podían contener la alegría por tener nuevamente de frente al gran Ali.
Fue mi primera cobertura de una pelea de Ali y, como la mayoría de los 25.000 espectadores esa noche en el escenario al aire libre del Caesars Palace, tenía la esperanza de ver al Ali de antaño sobre el ring. Me había convencido, al igual que convenció a otros, de que todavía le quedaba una pelea, que todavía podía ganar otra corona del peso completo.
Cuando Ali hablaba, todos prestábamos atención. No podíamos darnos el lujo de no escucharlo, incluso cuando su grandeza ya había perdido algo de lustro y las palabras que alguna vez conquistaron a toda una generación ya no salían con la misma agilidad de su boca.
Sin duda podría vencer a Holmes, su ex compañero de sparring, pensamos todos. Después de todo, se trataba del mismo hombre que propinó una paliza al temible Sonny Liston, noqueó al intimidante George Foreman en África y ganó una batalla casi mortal contra Joe Frazier en Filipinas.
Pero había un oponente que Ali no podía vencer, y ese era el Padre Tiempo. Apenas y alcanzó a conectar algún golpe a Holmes, y recibió semejante paliza que Holmes pidió varias veces al árbitro que detuviera el combate para no ocasionar un daño grave a su ídolo. La pelea finalmente fue detenida después de 10 asaltos, con Ali sentado en el banquillo y sin resistirse.
Esa misma noche, Holmes visitó a Ali en su hotel. En una habitación con las luces tenues, se inclinó y besó a Ali en la mejilla y le dijo que lo amaba.
“¿Entonces por qué me diste una paliza?”, respondió Ali.
No hubo muchas noches malas para Ali en una carrera profesional que abarcó la mayoría de dos décadas. De todas formas, los golpes que recibió sobre el cuadrilátero —en algún momento calculó que fueron unos 29.000 a la cabeza— pronto lo condenarían a vivir el resto de su vida con los efectos debilitantes del Parkinson.
Era inconcebible entonces que este hombre, de un físico extraordinario y una mente vivaz, pasaría sus últimos años encorvado y tembloroso, sin poder realizar tareas básicas como amarrarse los zapatos o cepillarse los dientes. Incluso más inconcebible era que la voz que se escuchó en cada rincón del planeta sería silenciada casi por completo en las últimas décadas de su vida.
Lo que decía sobre sus oponentes no era lo único memorable, aunque lo era. O sea, ¿a quién se le hubiese ocurrido esta frase antes de pelear contra Liston por el título del peso completo en 1964, en el combate más importante de su corta carrera?
“El público jamás se imaginó cuando realizó sus apuestas que verían un eclipse total del Sonny”, dijo Ali, en otro juego con la palabra sol (sun) en inglés y el nombre de Liston.
O esta otra frase, antes de sorprender a Foreman en el “Rumble in the Jungle” en Zaire.
“La semana pasada asesiné a una roca, lastimé a una piedra, hospitalicé a un ladrillo. Soy tan malo, que hago que la medicina se enferme”.
Ali le habló al mundo de una manera coloquial, incluso cuando el mundo no quería escuchar lo que decía.
“No tengo que ser lo que ustedes quieren que sea”, dijo Ali después de anunciar su adhesión a la Nación del Islam.
“No tengo ningún problema con el Viet Cong”, dijo en 1966 al negarse a ser reclutado al ejército para la guerra de Vietnam, citando motivos religiosos.
Esa decisión le costó a Ali tres años y medio de una carrera que estaba en su momento cumbre. Cuando regresó era un peleador diferente y, aunque todavía era bueno, perdió algo durante esa inactividad que nunca recuperó.
La primera vez que lo vi en persona fue en 1972, mientras se entrenaba en el Hotel Stardust de Las Vegas para una pelea contra Jerry Quarry. Llegó al gimnasio improvisado detrás del hotel vestido con una resplandeciente bata blanca, y luego presentó un espectáculo.
La pelea era parte de una cartelera en la que el campeón semicompleto Bob Foster peleaba contra Mike Quarry, así que por supuesto Ali se inventó un nombre para promocionarla: “The Soul Brothers vs the Quarry Brothers” (Los Hermanos Negros contra los Hermanos Quarry).
Ese día no conseguí un autógrafo de Ali, aunque la mayoría de los otros presentes sí lo hicieron. Ali firmaba de todo para todos, asegurándose de dedicar tiempo a los niños presentes.
Después entablé una amistad con el encargado de sus negocios Gene Kilroy, quien contaba historias como la vez que Ali se detuvo en la carretera para ayudar a otro conductor mientras manejaba su casa rodante de Pennsylvania a Las Vegas para una pelea.
Kilroy también contó que una vez Ali estaba concentrado en Deer Lake, Pennsylvania, para la pelea contra Foreman, y un padre trajo a su hijo pequeño que sufría de leucemia y estaba calvo por la quimioterapia. Unas semanas después, el padre llamó a Kilroy para decir que el niño estaba a punto de morir, y Ali abandonó inmediatamente el entrenamiento para ir a verlo a Filadelfia.
Ali dijo al niño que vencería a Foreman y que el pequeño derrotaría a la leucemia.
“No”, respondió el niño, “yo voy a encontrarme con Dios, y le diré que te conocí a ti”.
Para muchos era difícil pensar que ese Ali era el mismo que humillaba a Frazier, llamándolo gorila antes de su combate “Thrilla in Manila” de 1975. Ali podía ser despiadado para promocionar sus peleas, aunque nunca guardaba rencores e incluso le sorprendía que Frazier lo hiciese durante tantos años.
Aunque fue amado por todos en las últimas décadas de su vida, Ali era detestado por muchos en sus mejores años, especialmente después que se convirtió al islam y se negó a ser reclutado. Y aunque dijo muchas frases memorables, no era una persona educada, y algunas de sus declaraciones levantarían cejas en esta época.
La mayoría de esas declaraciones polémicas tenían que ver con su postura sobre la raza, incluyendo su exhortación en 1968 a una separación de las razas porque “es natural que uno quiera estar con los suyos”.
Esas ideas más polémicas fueron quedando en el olvido con el paso del tiempo, y a medida que aumentaban sus problemas de salud. Al final, Ali se convirtió en una figura adorada por todos, incluso por sus otrora enemigos.
Yo estuve en el estadio en 1996 en Atlanta cuando Ali encendió el pebetero olímpico. Su brazo izquierdo temblaba incontrolablemente cuando recibió la llama. Al mirar alrededor mío, vi a mucha gente llorando. Yo apenas pude contener las lágrimas.
A través de los años, Ali realizó numerosas apariciones en partidos o eventos. Siempre era la celebridad que todos querían ver, una presencia que dejaba boquiabiertos a todos, aunque ya casi no podía hablar.
En su casa en Scottsdale tenía una vida tranquila. Ali jugueteaba con los trucos de magia que siempre disfrutó, usualmente escuchando a Elvis Presley. Más que nada, le encantaba ver videos de sus peleas.
La última vez que vi a Ali fue una mañana en febrero de 2012 en el vestíbulo del hotel MGM Grand. Había sido homenajeado en una actividad sobre investigación cerebral la noche previa, y era una oportunidad para que los fanáticos lo viesen en persona y se tomasen una foto con él.
La expresión en su rostro no cambió mientras Kilroy llamó a los familiares y amigos de Ali para que subiesen a un cuadrilátero con él. El astronauta Buzz Aldrin y el cantante Kris Kristofferson estaban entre los famosos, además de exboxeadores como Leon Spinks y Evander Holyfield.
Su esposa, Lonnie, le sacó los lentes oscuros y le dio un tenedor, y todos miraron a Ali concentrarse al máximo mientras trataba de comer pastel de chocolate. Era un esfuerzo tan titánico como cuando peleó contra Foreman en África.
Unas cuantas nietas y bisnietos lo rodeaban. Entonces, con Holyfield agarrándolo de un brazo y su esposa del otro, Ali dio una vuelta lenta, temblorosa, por el ring, levantando el brazo derecho para saludar al público.
Todavía era El Más Grande de Todos.
By Por TIM DAHLBERG Jun. 4, 2016 2:11 PM EDT

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