EL PRECIO DE LA CULTURA, por Marta Casanella
En vacaciones aparece el tiempo del ocio, de la lectura, la recreación. Dan ganas de ir al cine, al teatro. De pasear, de mirar cosas, gente, detalles, paisajes no habituales
Todo eso es parte de la formación de una persona. Se llama cultura. Y cuesta dinero. Mucho.
Y los docentes, en calidad de tales, no tenemos acceso a ella. Un sueldo docente alcanza, si es bien administrado, para no caer bajo la línea de pobreza.
Un maestro debería ganar lo suficiente para, con un solo cargo, acceder a bienes culturales que complementaran su ejercicio de la profesión. Porque somos profesionales. Aunque no parezca. Lejos del fetiche de docente mujer, que sale de su casa para distraerse una horitas y tener su dinero mientras un marido sostiene la economía real familiar, hoy los docentes son sostén del hogar. Y acumulan horas y cargos para poder vivir con dignidad. Generalmente, el enorme trabajo los supera y piden licencias o cumplen a medias con cada una de las responsabilidades.
Si se planificara una inversión en cultura de esta magnitud, redundaría en enormes beneficios pero implicaría un gran compromiso para el maestro. Porque debería estar obligado por el sistema a enriquecerse culturalmente. A participar de actividades de extensión comunitaria. A demostrar regularmente su capacidad y compromiso con la tarea docente.
Y habría otra ventaja un poco más difícil de explicar. La carrera docente se volvería atractiva. Históricamente, en Argentina, la docencia es para mujeres aburridas o para pobres. O una etapa transitoria para profesionales de verdad.
Más claro, una mujer que quiere lograr una cierta independencia, y un empleo en blanco, estable y que le permita jubilarse sin depender de su marido, que estudia? Maestra.
Un joven que no puede bancarse una carrera universitaria y necesita una salida laboral rápida y estable, que estudia? Magisterio, policía o penitenciario. Busca ser empleado público.
Un abogado, un ingeniero que no consiguen trabajo especifico, que hace? Enseña. Y sobrevive hasta que pueda encontrar un rumbo mejor.
Ninguna de esas decisiones es condenable. Todo lo contrario. Pero alejan al docente del profesionalismo ligado a la vocación. El reconocimiento económico y la complejizacion de la carrera dándole jerarquía universitaria lograrían que accedan solo aquellos que garanticen competencia para el desempeño del rol docente.
La reestructuración del sistema educativo es una de las tantas deudas que nuestra sociedad tiene, si pretendemos proyectarnos a largo plazo. Aunque, por ahora, los proyectos no superen los limites de un éxito electoral.
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