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Un error Platónico – por Marta Casanella

Mucho tiempo antes de cristo, Platón escribía y sugería que se podía aprender jugando. Muchos, miles han retomado sus escritos como pensador fundamental de la historia humana que ha sido. Y el punto del disfrute lúdico del aprendizaje, estas últimas décadas se ha convertido en una verdad acabada, sin discusión.
Es, mínimo, antipático, decir lo contrario. No obstante, la realidad de hoy obliga a repensarlo todo y esta cuestión es muy interesante.
La función de la educación se ha diluido en nuestros conflictos internos de dejar a los niños ser, sin autoritarismos, sin ataduras. En ese contexto se inscribe una suposición que sostiene que todo se puede aprender jugando.
Pero resulta que no es cabalmente así. El juego es azaroso, impredecible y la educación tiene un fin claro y predeterminado aunque abierto y modificable. Si confundimos ambas cosas convertimos a la educación en algo impredecible y al juego en algo extraño y aburrido.
Pensar en que a la escuela se va a jugar, es simpático pero disparatado. Para jugar, los niños se bastan solos. Podríamos dejarlos tranquilos haciendo lo que mas les gusta y mejor les sale. Sin embargo, la escuela es un lugar donde se va a prender un montón de cosas que afuera no se puede. Entre muchas, aprendemos a ver que hay fines y objetivos que trascienden el juego. Que el trabajo y el esfuerzo son necesarios para mantener esta sociedad viva. El compromiso, el trabajo grupal, la solidaridad, el respeto por el otro, son todos objetivos que alejan paulatinamente al niño del mundo de la niñez y lo inscriben en el mundo adulto.
Creo escuchar los gritos de “¡déjalos ser niños!”. Absolutamente si, pero no se puede ser eternamente niños. Hoy, con nuestro sistema educativo y contando el preescolar, tenemos 15 años de tiempo para lograr que esos deambuladores de tres añitos algún día nos reemplacen en esta tarea de mantener viva nuestra cultura, de cuidar el medioambiente, de respetar los derechos de todos, de hacer de este mundito un lugar digno de ser vivido. Y para eso, mal que nos pese, deberán crecer.

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