«Hubo un laboratorio de enloquecimiento»
Las autoras Claudia Rafael y Silvana Melo compartieron una mesa con Pablo Llonto y Hernán Invernizzi, en el marco de la Feria del Libro de Derechos Humanos realizada en la exEsma.

Escribe: María Daniela Yaccar – Página 12
Un tema tan velado como relevante para continuar y afianzar la búsqueda de la memoria, la verdad y la justicia es eje de un nuevo libro de las periodistas Claudia Rafael y Silvana Melo, llamado Historias rotas. Locura y suicidio en las cárceles de la dictadura.
El texto publicado por la editorial Punto de Encuentro fue presentado este viernes por las autoras en la primera «Feria del Libro de Derechos Humanos» realizada en la exEsma, junto al abogado Pablo Llonto y Hernán Invernizzi, quien estuvo detenido entre 1973 y 1986 en distintas cárceles del país.
Los oradores definieron lo sucedido en las prisiones en la dictadura como un «plan sistemático de destrucción de personas». «Nos cuesta hacernos cargo de la dimensión, el volumen, la profundidad, la cantidad y diversidad de víctimas que produjo el terrorismo de Estado», planteó Invernizzi.
«El otro día nos preguntaban por qué este libro, habiendo tanta literatura sobre los años de dictadura, podía ser diferente. Reivindica historias que estaban en la opacidad, porque muchos de los de alrededor de 50 entrevistados que pasaron por Caseros, Rawson, Sierra Chica y distintas cárceles nos decían muchas veces ‘nos daba enorme pudor hablar de lo que habíamos sufrido nosotros, cuando lo que habían pasado los desaparecidos era mucho peor; entonces mejor nos callábamos'», dijo Rafael al comienzo de la charla, en la Sala de Proyectos del edificio Cuatro Columnas, donde en el hall central podían recorrerse stands.
En sintonía, Melo agregó: «El preso político era como un mal menor, entonces de él se habló menos, porque lo demás era demasiado terrible. Por eso estas historias y el abordaje de la manipulación de la salud mental en las cárceles de la dictadura no como ocurrencia de un carcelero aburrido. Era una planificación absoluta, hecha por el régimen, a través de universitarios y profesionales que trabajaron para eso». Historias rotas recorre, en sus casi 300 páginas, 14 historias de presos políticos, algunas de las cuales terminaron en el suicidio (entre comillas, aclararon enfáticamente las autoras). Cada capítulo se centra en una persona: Eduardo Schiavoni, Jorge Toledo, Edgardo Guerra, Susana Benini, Gabriel «Tordito» de Benedetti, Benjamín Taub, Jorge «Chiche» Veiga, Roberto Pasucci, Cristina Taminelli, Heriberto «El Pata» Macedo, Ramón Holsbach, Lucía Briones y René Coutaz. Con prólogo de Diana Kordon y epílogo de Invernizzi, el libro incluye una suerte de marco teórico con conceptos de la psiquiatría y la psicología para entender mejor qué era lo que pasaba en aquella época en las cárceles.
Las autoras contaron que el germen del trabajo se ubica en 2021, cuando en Parque Patricios, donde se había alzado la cárcel de Caseros, quedó inaugurada una plazoleta con los nombres de Schiavoni y Toledo, protagonistas de dos de las historias que acabaron en el «suicidio». En aquel acto, bajo un sol brillante que contrastaba con la ausencia de luz que caracterizó a esa prisión, Invernizzi dijo a las periodistas que Caseros había sido «una máquina de enloquecer». «Fue un laboratorio de enloquecimiento. Un grupo de psiquiatras, psicólogos y sacerdotes se ocupaban de captar a los presos más débiles, realmente en peligro psíquico, y trataban de aniquilarlos psíquicamente. No se buscaba matarlos: los suicidios que tenemos no son demasiados (cuatro en el libro). La idea era destruirlos psicológicamente y que, al salir, se viera en qué se convierten aquellos que se atreven a sublevarse al orden instituido» aportó Melo.
Y continuó: «Tenemos un montón de gente olvidada, que entró a la cárcel llena de sueños, de ganas de cambiar el mundo, y que cuando salió nunca pudo llevar una vida normal. Fue de psiquiátrico en psiquiátrico, no pudo más tener un trabajo, terminar de estudiar, hacer una familia como todo el mundo. Llevaron esa locura inoculada dentro de la cárcel para siempre, hasta el último momento de sus vidas». «De acá van a salir locos, putos o quebrados» era una frase que se les disparaba a los detenidos, contaron las escritoras antes de hablar de las «herramientas» utilizadas para la destrucción psicológica, como el aislamiento o las manipulaciones en la administración de medicación psiquiátrica.
Llonto, abogado especialista en derechos humanos, recordó la consigna de «Juicio y castigo a todos los culpables» planteada por las Madres en 1985. «Esa es la característica del proceso de memoria, verdad y justicia que llevamos adelante, y que ni Milei, Villarruel ni mucho menos Bullrich van a poder vencer«, manifestó. La sala devolvió un aplauso cuando mencionó que el miércoles, durante la marcha frente al Congreso, se coreó «como a los nazis les va a pasar adonde vayan los iremos a buscar». «Este hermoso libro es un aporte sobre un área muy poco desarrollada en la literatura sobre la dictadura», definió, y contó que busca aportarlo como prueba en la Justicia. El es el abogado de la familia de Schiavoni.
«Los crímenes cometidos dentro de las cárceles son los más difíciles», explicó. A los jueces les «cuesta muchísimo» entender que dentro de las prisiones reinaba la ilegalidad. «El caso Schiavoni todavía no tiene Justicia. Al juez le cuesta ver que lo que hicieron con él fue parte del plan de exterminio. Sea cual sea su encuadre, instigación al suicidio u homicidio, (los responsables) deben ser castigados. Ojalá algún día podamos decir ‘la semana que viene arranca el juicio por lo sucedido en Caseros, vengan a reclamar justicia por lo que hicieron con el ‘Pelado’ Schiavoni.»
A su turno, Invernizzi confesó estar «incómodo». Le había costado mucho acercarse a la exEsma. «Es devastador porque muchas de estas historias siguen vigentes: hay compañeros en psiquiátricos, bajo tratamiento crónico hasta que se mueran, que tienen un desgarramiento brutal en su cerebro, su corazón, aparato psíquico. No consiguen recuperarse. Fueron verdaderamente desgarrados por el programa de exterminio psicológico y psíquico que aplicó la dictadura sobre los presos políticos.» En consonancia con lo que habían dicho las autoras, expresó que «ser un sobreviviente en el país de los desaparecidos es un verdadero problema», porque «todo parece chiquito» al lado de esa figura. «Nos cuesta hacernos cargo de la dimensión, el volumen, la profundidad, la cantidad y diversidad de víctimas que produjo el terrorismo de Estado. El universo es tan grande que los presos políticos que sobrevivimos quedamos afuera del interés de la academia, la política, la prensa. Hay muy pocos libros (sobre el tema), cuatro, cinco», planteó.
Los presos políticos en las cárceles fueron «más o menos 10 mil». «La cárcel nos juntó sin elegirnos, y tuvimos que arreglarnos para sobrevivir en esas circunstancias con una heterogeneidad difícil de imaginar. Eramos todos muy jóvenes, de 22, 23 años. Para encontrar las maneras de sobrevivir a eso hubo que improvisar. Aunque nos las arreglamos bien, teníamos delante algo que ni remotamente podíamos imaginar: un aparato altamente profesionalizado de destrucción de personas. Lo preocupante de eso es que los abogados, psiquiatras, asistentes sociales, psicólogos que formaban equipos multidisciplinarios, los curas y monjas, eran jóvenes y hoy están trabajando. Fue un plan coherente, sistemático, que obedeció a una estrategia en todo el país», concluyó Invernizzi.