Continúan los testimonios en Monte Pelloni II

Se llevó a cabo una nueva audiencia por la causa Monte Pelloni II en el Tribunal Federal Oral de Mar del Plata. Se desarrollaron tres testimonios a lo largo de la jornada y todos aportaron información importante para el juicio.


El día 8 de marzo se realizó una nueva audiencia en el juicio Monte Pelloni II. En esta ocasión, se trataron los casos 20 y 21 de la causa, los cuales pertenecen a Alberto Vicente Hermida, Néstor Horacio Lafitte y Manuel Daniel Vargas Vargas. El Tribunal estuvo presidido por el Dr. Ruiz Paz y estuvieron presentes el Dr. Juan Manuel Portella en representación del Ministerio Público Fiscal y el Dr. Manuel Marañón por la Secretaría de Derechos Humanos de la provincia de Buenos Aires. Mientras que Guillermo Torremare se presentó por la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH).

La audiencia comenzó a las 10 de la mañana y contó con tres testimonios. El primer testimonio fue el de Blanca Angélica Rodríguez, esposa de Néstor Lafitte. Blanca relató que, en 1977, su marido era buscado por distintos cuerpos militares y policiales. Contó que su marido militaba en la Juventud Peronista y que era sindicalista en el gremio de los ladrilleros. “Mi marido participaba de la Juventud Peronista. Desde muy joven levantó la voz por el más necesitado. Una salita lleva su nombre», narró Bianca. Explicó que su marido estaba en Buenos Aires tratándose por una afección pulmonar y que ella y sus hijos sufrieron un acoso constante de las fuerzas en su casa durante mucho tiempo. Blanca aclaró que ingresaban por la fuerza durante la noche y que incluso llegaron a pasar hasta tres veces en un mismo día.  Despertaban a sus hijos pequeños y les preguntaban donde estaba su papá, revolvían libros, entraban por el patio y caminaban por los techos. La mujer también relató que incluso un día se encontró con su auto incendiado en la vereda y nunca supo el origen del hecho. Sin embargo comentó que la llamaron desde el Regimiento para decirle que ellos no habían incendiado su auto.

Ante estos acosos y hostigamientos, Néstor Lafitte se presentó en el Regimiento en mayo de 1977 junto a su padre y a un amigo, Rodolfo Espeluse. Allí fue detenido con la promesa de que no sufriría torturas. Blanca estaba embarazada y su hijo nació unas semanas después de que su esposo fuera detenido. En esa oportunidad, pudo llevar a su hijo recién nacido al regimiento para que su marido lo pueda conocer. Blanca comentó que lo vio muy desmejorado, físicamente destruido, lo habían torturado. Durante dos meses estuvo detenido en el regimiento. Hasta que un día Blanca fue a visitarlo y le dijeron que su marido no se encontraba más allí, tampoco le dieron información sobre su paradero. Finalmente un día dieron aviso de que Lafitte estaba detenido, según relató Blanca, en Ciudadela o Magdalena, no estaba segura. Luego estuvo detenido en Ezeiza con un régimen más libre y se lo podía visitar más seguido. A Lafitte le dieron la libertad en diciembre de 1982 pero salió muy depresivo y murió a los 50 años. “No hablaba demasiado conmigo sobre lo sucedido. Salió de esa cárcel y se metió en la cárcel de mi casa», expresó Bianca.

Al salir de la cárcel, Lafitte hizo unas suplencias en el orfanato de Azul pero había quedado muy mal por lo vivido. Blanca comentó que la vida de ellos fue muy dura a partir del secuestro de su marido. Ella trabajó y se encargó de la casa y sus cuatro hijos, quienes quedaron marcados con esta situación. Incluso durante el tiempo de la detención de Lafitte, uno de sus hijos murió en un accidente. Blanca contó que en esa ocasión los militares lo llevaron a despedirse de su hijo y lo volvieron a detener. «Yo soy muy creyente, no tengo odios ni rencores, pero espero que se haga justicia», finalizó la mujer. Los jueces y la defensa hicieron algunas preguntas y se dejó en claro que Lafitte nunca tuvo acceso a una defensa; ni en el Consejo de Guerra que le realizaron ni en la causa federal que le habían iniciado en esa época.

Luego siguió el testimonio brindado por Alberto Vicente Hermida. Contó que militaba en la Juventud Peronista desde los 13 años, fue maestro mayor de obras y tenía un corralón. Relató que el 9 de mayo de 1977 alrededor de la 3 de la madrugada, le rompieron los vidrios de su casa e ingresaron. Él dormía con su esposa, que estaba embarazada. Le pusieron una bolsa en la cabeza y lo secuestraron. El padre de Hermida era militar retirado, había estado preso con el levantamiento del General Valle, por lo que conoció el proceder de los militares y supo que eran estos quienes lo estaban deteniendo. Lo llevaron al Regimiento de Olavarría y lo estaquearon en un elástico de una cama contra la pared. Hermida reconoció que estuvo secuestrado en lo que se conocía como “el tambo del ejército”. Su padre, en 1952, había construido ese lugar y lo conocía desde pequeño. También pudo reconocer el lugar por el grupo electrógeno que utilizaban. Otro de los motivos por los que dijo reconocer el lugar fue porque sabía que estaba muy cerca del regimiento dado que escuchaba la banda militar a lo lejos y el toque de diana.

Hermida sufrió todo tipo de tormentos: golpes, picana eléctrica, simulacro de fusilamiento, lo colgaron de los tobillos e incluso dijo poder mostrar las marcas que aún tiene en su cuerpo. Estuvo secuestrado junto con Manuel Daniel Vargas, a quien reconoció porque lo llamaban por su nombre. También relató que no les permitían ir al baño, ni asearse y que tenían escasa alimentación. Según su conocimiento, entendía que los interrogadores eran oficiales y no podían ser conscriptos. Luego de un tiempo, él y Vargas fueron trasladados en la caja de una camioneta hasta Tandil al CCD “La  Huerta”. Al llegar, comprobaron que Vargas tenia gangrena por las ataduras y lo regresaron a Olavarría.

Antes de liberarlo a Hermida, lo llevaron de regreso al Regimiento de Olavarría y allí Verdura y Grosse le pidieron que su padre lo vaya a buscar. Hermida contó muchas anécdotas durante su testimonio, todas dieron cuenta de la impunidad y brutalidad con la que se comportaban los militares en esa época. Hermida también relató que cuando secuestraron a Mario Gubitosi, fue hasta el regimiento a quejarse por la detención con Grosse. Éste le respondió que no se preocupara, que luego lo iban a liberar. Otra de las historias que contó fue que, ya liberado, Grosse fue hasta su casa y pidió tomar unos mates con él. Cuenta Hermida que Grosse le manifestó que había solicitado su baja, porque él no había sido militar para hacer de policía o torturador y le confesó que él había sido uno de sus torturadores.

Las defensas hicieron pocas preguntas, apuntando especialmente a conocer si había algún testigo de aquella confesión de Grosse admitiendo ser torturador de Hermida. Él respondió que no, que en esa oportunidad estaban sólo ellos dos en la cocina de su casa. También consultaron cuáles habían sido las razones por las cuales, ante el secuestro de Gubitosi, Hermida había tomado la decisión de ir hasta el regimiento a increpar a Grosse. Hermida respondió: “Nosotros los peronistas somos solidarios, nos jugamos por el compañero y consideraba que había que hacerlo. Lo sentí como una obligación». El testimonio de Hermida fue muy detallado, por lo que el Dr. Ruiz Paz le preguntó si estaría dispuesto a acompañarlos en una inspección ocular que se decida oportunamente. A lo cual Hermida respondió «Si, por supuesto».

Culminado el testimonio de Alberto Hermida se llamó a un cuarto intermedio. La audiencia retomó a las 13 y el último de los testimonios perteneció a Jorge Luis Rivas, de 59 años. Contó que era oriundo de San Jorge, al igual que Lafitte y su familia, un pueblito de 350 habitantes. En 1977 estuvo realizando la conscripción en Olavarría. Explicó que hizo la instrucción, de un mes aproximadamente, en Monte Pelloni y luego paso a trabajar en el regimiento como fotógrafo junto a otros soldados más. Rivas relató que fue obligado a ser fotógrafo porque no sabía manejar bien la cámara, pero que le habían dicho que ahí se cumplían órdenes. Allí estuvo a disposición del Principal Llanos.

Rivas contó que una noche en el regimiento el Principal Llanos le pidió un portafolio y al ir a buscarlo vio en los calabozos a Lafitte. «Yo lo vi a Lafitte», afirmó el testigo. Y agregó que lo reconoció porque lo conocía de su pueblo. Rivas dijo que no quería saber nada con estar en el ejército y no quería problemas, así que no dijo nada que él conocía a Lafitte. Contó que físicamente lo vio bien pero que tenía hambre y el detenido le pidió si le podía acercar dos platos de fideos blancos que había en el suelo cerca de su celda. Pese a esto, Rivas contó que la madre de Lafitte había ido varias veces al regimiento a preguntar si su hijo estaba detenido ahí y siempre le contestaban que no. También mencionó que una oportunidad encontró a la madre de Lafitte en lo de su hermana y, llorando, le pidió saber si su hijo estaba en el regimiento. Rivas, a pedido de que no lo comprometa, le dijo que si, que su hijo estaba detenido allí.

Alrededor de las 13.45 culminó la audiencia y se convocó a la próxima para el 9 de febrero a las 10hs. En un principio se habían contemplado tres testimonios más, aunque uno de los testigos, Miguel Olivera, se encuentra de viaje fuera del país; mientras que Graciela Uriarte no pudo ser ubicada y Raúl Ángel Galarza falleció luego de la elevación del juicio./ Agencia Comunica y Radio Universidad (FACSO)

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