El espeluznante doble crimen de los hermanitos de Valeria del Mar


Por Marcelo Metayer, de la agencia DIB

La costa bonaerense, esa angosta franja de tierra que se extiende entre el cabo San Antonio y los límites de Mar del Plata, es una zona muy particular. Rebosa de turistas durante los meses de verano y el resto del año vive un sueño de paz, frío húmedo que agarrota los huesos y estruendo de olas. Así era ese invierno de 1984 en Valeria del Mar, esa tarde cuando dos hermanitos vieron pasar un caballo desbocado y en su imaginación pensaron que podían atraparlo con un lazo. Salieron detrás del animal y nunca más fueron vistos con vida. El hallazgo de sus cadáveres fue uno de los sucesos más espantosos de la historia criminal argentina y al día de hoy su doble crimen sigue impune.

La familia Mondaque vivía muy cerca de la Interbalnearia, la Ruta Provincial 11 que había sido asfaltada por completo no hacía mucho tiempo. Diego Zigiotto los describe en “Buenos Aires Misteriosa”: “Pablo, el jefe de la familia, tenía 33 años; había nacido en Bolivia, pero hacía unos años se había nacionalizado argentino. Trabajaba como albañil en aquella localidad turística, casi deshabitada fuera de la temporada estival. Su mujer, Berta Mamani, era salteña y tenía problemas psicológicos. La pareja tenía cinco hijos. Los mayores eran Roberto Jaime, de 8 años, y Fernando Pablo, de 7”. 

El martes 17 de julio los nenes estaban jugando en la puerta de su casa cuando un caballo blanco pasó como una exhalación. Se le había escapado a un vecino. Ahí fue cuando Roberto y Fernando abandonaron sus juegos y empezaron a seguir al animal. Al parecer, encontraron unos cables tirados en la calle y, émulos de Patoruzú, imaginaron que podían enlazar al caballo o bolearlo. 

Se perdieron de vista de sus padres y de todos. Pasaron las horas y la noche llegó de prisa. Y los chicos no habían vuelto. La madre estaba segura de que habían seguido jugando en la casa de una vecina pero cuando fue a buscarlos le dijeron que no los habían visto en todo el día.

Los chicos no aparecían. La pareja pidió ayuda a algunos vecinos y comenzaron a buscarlos por el barrio. Hasta que decidieron avisar a la Policía.

Diecinueve días

Al día siguiente, 18 de julio de 1984, comenzó una frenética búsqueda. Una vecina aseguró que había visto pasar a los niños cuando perseguían al caballo, acompañados por una persona. Y los volvió a ver más tarde, a eso de las cinco, mientras caminaban por la avenida que une el centro de Valeria con la Ruta 11, la Tomás Espora, junto a un joven de unos 20 años mal entrazado.

El hecho de que a la mujer no le haya llamado la atención ver a dos nenes junto a un hombre de esas características es algo que hoy en día parece impensable. Pero en la Valeria del Mar del primer invierno democrático vivían unos cientos de personas y a nadie se le hubiera ocurrido sospechar de su vecino. No olvidar: paz, frío en los huesos, estruendo del mar. Nada malo podía suceder. Los horrores quedaban lejos, en las ciudades grandes.

Diecinueve días duró la incertidumbre. Durante ese tiempo los hermanitos fueron buscados por toda la Costa Atlántica. “Policías, baqueanos, bomberos y voluntarios civiles registraron 350 manzanas y 150 hectáreas de médanos costeros en la localidad, más otro tanto en las vecinas Ostende y Cariló. Otros policías se dedicaron a la búsqueda un poco más al sur, en los balnearios de Las Gaviotas, Mar Azul y Mar de las Pampas”, afirma Zigiotto. 

Los policías y vecinos revisaron todas las casas desocupadas, los jardines, los patios, los pozos ciegos, las obras en construcción, los cruces de caminos, los médanos alejados. La desesperación de Berta y Pablo crecía a cada minuto, como un incendio en un campo seco.

Los ojos mudos de los hermanitos contemplaban a los vecinos desde cientos de afiches pegados en árboles, postes de luz y vidrieras. 

Mientras tanto, un parapsicólogo de la zona hizo una declaración sorprendente: “Detengan la búsqueda”, aseveró, “puedo detectar que los chicos están muy cerca de su casa. No vale la pena ir más lejos”.

La heladera

El horror, finalmente, llegó el 5 de agosto. Lo anticipó una historia de dudoso origen, e incomprobable, pero que carga la historia de amargo sabor sobrenatural. Parece que muy cerca de los Mondaque se estaba levantando una casa de veraneo y justo habían viajado allí los dueños para supervisar los últimos detalles, mientras terminaban las vacaciones de invierno de ese año. La tarde que esta gente se volvía para sus pagos, parece que la hija de la familia se había quedado paralizada frente a una heladera abandonada en un terreno baldío de por ahí cerca. El padre la mandó buscar con su hermano; cuando el chico volvió, afirmó que la nena no quería volver porque estaba enojada, ya que “los nenes de la heladera no querían jugar con ella”.

Y así era. Un vecino descubrió en ese terreno, donde había una vieja casilla abandonada, prendas de vestir infantiles tiradas. Se acercó a la heladera, una Siam “a bochita” con el corazón en la boca. La abrió y encontró los cuerpos de Roberto Jaime y Fernando Pablo Mondaque. Se hallaban desnudos y con signos de haber sido golpeados.

En cuanto llegó la Policía comenzó la investigación. Los chicos estaban desnudos, por lo que era imposible que se hubieran quedados encerrados jugando. Aunque parezca increíble, hubo casos de nenes encerrados y fallecidos en ese tipo de electrodomésticos, cuya traba era “infalible” y los convertía en una trampa mortal para quien quedara atrapado. Los cuerpos no presentaban signos de descomposición, por lo que en un primer momento se pensó que llevaban tan solo un par días muertos. Es decir, que alguien los había retenido durante más de dos semanas, los había matado a golpes y los había escondido en la Siam.

La autopsia profundizó el espanto. Los chicos habían sido violados en reiteradas ocasiones y presentaban fracturas y aplastamiento de huesos. Se descubrió que el fallecimiento había sucedido doce días atrás. Y que Roberto todavía estaba vivo cuando el o los asesinos lo habían encerrado en la heladera.

Detención y mentiras

Muy pocos días después la Policía detuvo en Mar del Plata a un albañil de 19 años llamado Matías Escobar. Lo habían denunciado unos vecinos porque se había metido como intruso en una casa. El joven aseguró en la comisaría que había llegado a la ciudad en la caja de un camión junto a otros dos hombres. “Nos escapamos porque matamos a dos nenes en Valeria del Mar”, afirmó. 

El albañil contó que, junto a dos compinches, un tal Enrique y otro apellidado Rosas, habían conducido a los hermanitos a una precaria vivienda mediante engaños donde los violaron y luego los mataron.

Quedó detenido mientras la Policía buscaba a los cómplices del horroroso crimen. Pero tras semanas de allanamientos infructuosos, los pesquisas llegaron a un callejón sin salida. Hasta que se dieron cuenta de que la historia de Escobar era una fantasía: no había ni Enrique ni Rosas, él había violado, torturado y asesinado a los nenes solo.

Escobar fue derivado al hospital neuropsiquiátrico de Melchor Romero, La Plata. Allí fue declarado insano por los médicos que lo examinaron. Revelaron que Escobar exteriorizaba “un estado de hiperexcitación nerviosa, acompañado de irregularidades psicomotrices”, indicadores de “un estado de alienación mental”. 

El albañil fue declarado inimputable. Se desconoce su paradero actual. El caso, finalmente, quedó impune. Y un doble crimen, que figura entre los más horribles e inexplicables de la crónica roja argentina, nunca se resolvió. (DIB) MM

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