Tres castillos ocultos que esconden grandes historias
En los caminos rurales de la provincia de Buenos Aires, se ocultan maravillas arquitectónicas que guardan relatos de venganza, tragedia y amor.
Por Noelia Marcone / Creadora de Puebleando.arg
En medio del campo bonaerense, alejados de las rutas turísticas tradicionales, muchas veces nos encontramos con obras arquitectónicas deslumbrantes y desconocidas. Pero más allá de sus asombrosas fachadas, estos espacios son protagonistas de historias aún más increíbles. Relatos que parecen sacados de una novela, pero que ocurrieron en la realidad. Éstas son las historias de tres castillos imponentes, atravesadas por pasiones intensas, traiciones y destinos marcados por la tragedia:
Palacio Tiburcia Domínguez: el castillo que nació del rencor
Lo que hoy se conoce como el Palacio de Tiburcia, en la estancia La Porteña de Lobos, no es solo una joya arquitectónica, sino también el símbolo de una venganza silenciosa que duró décadas.
Tiburcia Domínguez y López Camelo se casó en 1831 con Salvador María del Carril, el primer vicepresidente de Argentina. Pero su matrimonio estuvo lejos de ser armonioso. Cansado de los gastos de su esposa, Salvador publicó en los diarios de la época un anuncio declarando que no se haría responsable de las deudas de su concubina. Para Tiburcia, esto fue una humillación imperdonable. Desde entonces, juró no volver a dirigirle la palabra. Se dice que pasaron más de 20 años conviviendo sin hablarse. Al extremo que, en su mausoleo en el cementerio de Recoleta, sus estatuas están construidas de espaldas uno a otro y mirando en diferentes direcciones.
Cuando Salvador murió en 1883, Tiburcia decidió transformar la estancia «La Porteña» en un castillo. Contrató al arquitecto francés Alberto Fabré y la obra fue inaugurada en su cumpleaños número 89. Tenía tres plantas, salones, biblioteca, capilla y numerosas habitaciones para invitados. Tapices, espejos y escalinatas adornaban los espacios; y el parque, diseñado por Carlos Thays, albergaba 240 especies de árboles. Cada 14 de abril, Tiburcia organizaba opulentos banquetes y las celebraciones se extendían por días.
Tiburcia murió en 1898, dejando una gran fortuna y un castillo que sigue en pie, oculto tras los árboles y el silencio de sus actuales dueños. Su historia, marcada por la opulencia y el despecho, quedó grabada en la arquitectura que mandó construir.
Castillo de Zubiaurre: el amor que nunca llegó
En el paraje de Zubiaurre, partido de Coronel Dorrego, un castillo en ruinas guarda una historia de amor inconclusa.
Todo comenzó en 1901, cuando Juan Abelardo Ayerbe llegó desde España a Zubiaurre en busca de un futuro mejor. Junto a su hermano, arrendó tierras y, en 1922, compró 230 hectáreas donde comenzó a construir el castillo. La obra tardó 24 años en finalizarse. Contaba con tres torres en punta, amplios salones, sótanos espaciosos, techos decorados con ángeles y un mirador con vistas panorámicas.
Existen dos versiones sobre la historia de amor de Ayerbe. La primera dice que, antes de emigrar a a Argentina, dejó a su amada en España con la promesa de traerla cuando el castillo estuviera terminado. Pero cuando regresó, 25 años después, la encontró casada con otro hombre. La segunda versión cuenta que Ayerbe se enamoró de Enriqueta, la hija de un socio de la cercana localidad de Oriente, pero su amor no fue correspondido.
Décadas después, el castillo pasó a manos de la familia Thomas y comenzó su deterioro. Hoy, solo quedan ruinas y el recuerdo de una historia donde el amor no tuvo final feliz.
Castillo San Francisco: una tragedia antes de su inauguración
El Castillo San Francisco se construyó entre 1918 y 1930 en una estancia de la familia Díaz Vélez, en el pueblo de Egaña, partido de Rauch. Su diseño es único: no tiene ni frente ni contrafrente, ya que todos sus lados cumplen la función de recepción. Contaba con 77 habitaciones, 14 baños, dos cocinas, patios, galerías, terraza, balcones y hasta un taller de carpintería.
En 1930, todo estaba listo para la gran inauguración; pero la tragedia se interpuso. Eugenio Díaz Vélez, su propietario, murió de un infarto en su caserón porteño antes de la celebración. La leyenda dice que su viuda ordenó dejar todo como estaba: la mesa puesta con copas y platos de lujo, la casa cerrada con llave. Así permaneció durante 30 años.
A mediados de los años 60, el edificio pasó a manos del Consejo de la Minoridad y se convirtió en un orfanato. Hacia finales de los 70, un joven interno que había cumplido la mayoría de edad y debía abandonar el hospicio, asesinó al encargado del lugar durante la que sería su última noche en el castillo. Pocos meses después, el orfanato cerró. Desde entonces, una leyenda de fantasmas y espíritus, recorre sus muros. En 2010, hubo un intento de demolerlo, pero gracias a la movilización de un grupo de vecinos, el castillo sigue en pie, envuelto en misterios.
Estos castillos, escondidos en los rincones menos explorados de la provincia, conservan historias y secretos que aún despiertan curiosidad. Quienes quieran conocer más sobre estos y otros sitios de Buenos Aires pueden seguirnos en @puebleando.arg en Instagram, donde compartimos relatos y fotografías de estos tesoros olvidados.
conoci el castillo de la flia Torquins en sierra de la ventana que lo dejan visitar un solo Dia en el año creo que es un 5 de noviembre o diciembre.