El Mirador Millenium de Puan, una torre para contemplar los 2000 años de la cristiandad

El templo se comenzó a construir en 1998 por una sugerencia del papa Juan Pablo II. Se inauguró en 2010 y es una versión criolla de la Torre de Babel, con dos rampas en forma de hélice. Desde su cima se admira la belleza de las tierras puanenses.


Por Marcelo Metayer, de la Agencia DIB

En la pequeña ciudad bonaerense de Puan, de apenas 5.000 habitantes y casi contra el límite de La Pampa, existe uno de los monumentos más llamativos de Argentina, construido hace muy poco tiempo y que semeja muchas cosas: una torre antigua, una montaña, un templo. Se trata del Mirador Millenium, que se inauguró en 2010 en base a una sugerencia del papa Juan Pablo II y que atrae a miles de visitantes cada año, que suben sus 20 metros de altura –por los 20 siglos de la era cristiana- para contemplar desde su cima las sierras, los cerros, la isla y la laguna de Puan, además de la propia ciudad.

La ascensión a los 20 metros del Mirador comenzó 12 años antes de su inauguración, allá por 1998. Por aquel tiempo, cuando faltaba tan poco para el 2000 (una ansiedad que nadie de menos de 30 años puede entender hoy), el papa Juan Pablo II había sugerido “hacer obras visibles y significativas para la posteridad”, cuando se iban a cumplir 20 siglos de cristiandad. Entonces, un grupo de residentes de Puan se reunió para pensar qué podían hacer para celebrar ese magno acontecimiento.

En una asamblea en la que se convocaron a varias comunidades que iban desde deportivas hasta religiosas, se definió que se iba a impulsar este templo, un “signo visible de amor y gratitud de la Comunidad de Puan a Nuestro Señor Jesucristo en los dos mil años de su nacimiento”.

Entonces se formó una comisión ad hoc que tuvo el desafío de generar el grueso de los fondos para encarar la obra. Con entusiasmo, un reducido grupo generó la adhesión de unos 500 socios benefactores que colaboraron mensualmente durante los doce años que duró la obra. Al principio, la cuota era de 10 pesos mensuales para pagar a los albañiles que trabajaban allí. A cambio participaban de sorteos mensuales y anuales tan destacados como un auto cero kilómetro o un chalet a estrenar.

Luego de cotejar varias propuestas constructivas, se convocó al ingeniero civil Armando Nervi y al agrimensor Héctor Comter para llevar adelante los planos de la obra, que ya se sabía que iba a ser un templo y a la vez una torre, muy parecida a las representaciones medievales de la Torre de Babel pero que en vez de alejarse de Dios, se acerca a Él.

“Donde caiga la piedra”

Los principales impulsores de la obra fueron los padres Pascual Di Saverio y Lamberto Francioni, que llegaron a Argentina desde Italia a comienzos de los ‘70.

Según cuentan, el padre Pascual fue quien ideó la construcción del templo. Y su figura originó una leyenda. Mientras terminaban la obra, los constructores estaban viendo dónde podían realizar la cascada y de dónde iban a sacar el agua. Los ingenieros tenían que evaluar los suelos y parecía una misión imposible. Entonces el padre Pascual tomó una piedra, empezó a caminar y a rezar un Padrenuestro. Ahí dijo: “Donde cae la piedra vamos a perforar”, y la lanzó. Cuando vino el equipo de trabajo, encontraron el agua sin cruzarse con ninguna plancha de piedra.

Según el ingeniero Nervi, en la torre “se emplearon 3.500 toneladas de materiales: ladrillones mendocinos en el sector interno del monumento, piedra natural del cerro en las paredes externas y suelo cal para rellenar entre ambas paredes, que en el arranque de la base tienen un espesor de 3 metros”.

El curioso diseño exterior “se inspiró en los pozos romanos. Durante las guerras, los romanos ejecutaban un pozo desde la superficie hasta la napa freática. Como la recolección de agua se hacía en forma manual, descendiendo las personas hasta el fondo del pozo, hacían dos rampas helicoidales, una para descender y otra para ascender, para no tener entrecruzamientos entre la gente que bajaba y la que subía”. Entonces se diseñó, en base a una sugerencia del padre Pascual, una torre con las rampas en forma de hélice, que miden 117 metros, con pendiente de 17%. Ambas rampas giran alrededor de la torre en el sentido horario.

Por un lado, la torre semeja un minarete árabe, palabra que significa “faro”, ya que estas construcciones solían estar iluminadas para orientar a los viajeros por el desierto, ese infinito mar de arena. También, como ya se ha dicho, el mirador es muy parecido a las ilustraciones de la Torre de Babel, aquella obra en la que, según el Antiguo Testamento, los hombres intentaron llegar a los cielos, acto de soberbia castigado por Yahvé con la “confusión de los lenguajes”. También parece un ziggurath babilónico o una torre de la América prehispánica; es una construcción que evoca muchas culturas.

Una cruz y un reloj de arena

La fecha de apertura se fue moviendo en base a las dificultades. Originalmente se pensaba para el año 2000, con el Jubileo del milenio. El tiempo pasó y se quiso inaugurar para 2006. Tampoco se pudo. Finalmente, el 24 de octubre de 2010 el Templo Mirador Millennium se inauguró en un evento al que asistieron autoridades locales, políticos de la zona y el nuncio apostólico de aquel momento, monseñor Adriano Bernardini.

Por dentro el Mirador es hueco: “Se generó un espacio de sección circular de 15 metros de diámetro (…) y una cúpula con una altura de 18 metros”, afirma Nervi. Allí se ubica un templo con una inmensa cruz de San Damián, pintada por un artesano de la cercana ciudad de Pigüé.

En tanto, en la cima una cruz de madera corona un reloj de arena de cemento, que simboliza el paso del tiempo. La obra tiene una altura de 20 metros, uno por cada siglo cristiano, y 24 metros de diámetro, uno por cada hora del día.

Al templo lo completan la gruta de la Virgen de Lourdes, que fue hecha antes que el Millennium, un Jardín de las Naciones que está compuesto por plantas de distintos lugares –similar al Jardín de la Paz existente en la ciudad de La Plata- y la ya mencionada cascada que cae sobre una fuente en la entrada del complejo.

El Mirador es un templo ecuménico, donde se dan cita hombres y mujeres de todas las religiones. El ascenso a la cruz y el reloj de arena de la cima es también un ascenso a los cielos, y sus rampas son caminos de ángeles. Es una obra que no deja indiferente a nadie y que debe figurar en la lista de “imprescindibles” de todo peregrino de las verdes praderas bonaerenses.  (DIB) MM

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