Clarin destacó la labor de bomberos en el show del Indio
En una nota titulada «Guardianes de Olavarría: sin la ayuda de ellos, la tragedia hubiera sido peor» el matutino destaca la labor de bomberos, rescatistas, estudiantes y vecinos.
Mientras cientos de miles de personas saltaban con Mi Perro Dinamita, a pocos kilómetros del predio La Colmena, los rescatistas Gonzalo Barbesín y Nazareno Zelaya De León pasaban frío en el arroyo Tapalqué dentro de un barco semirrígido. “El tema se escuchaba, lo cantábamos. Estábamos relajados. La gente todavía no había salido. En eso, vemos a un chico corriendo por el puente y tirarse al agua”, cuenta Nazareno.
Había correntada, el agua estaba helada y el cauce lleno de basura. Prendieron el motor, avanzaron hasta el fanático -que había empezado a ahogarse- y se tiraron. Uno atrás del otro. “Si demorábamos más se moría”, suma Gonzalo. Ambos forman parte del grupo de búsqueda y rescate acuático de Olavarría. Por el recital del Indio Solari estuvieron en servicio 96 horas seguidas. Durante la trágica madrugada del domingo, en la que fallecieron dos personas, ellos salvaron a otras dos. Pero no fueron los únicos que evitaron un “mal mayor”. Hubo otros “guardianes” en Olavarría: bomberos, vecinos que dejaron pasar a desconocidos a sus casas y hasta estudiantes y graduados de Medicina que brindaron asistencia en la facultad.
“Cuando me pregunten cómo viví la misa ricotera les voy a decir que adentro del arroyo”, asegura Nazareno, que estudia Medicina y es guardavidas. “Nunca había participado de un rescate así, no sé si voy a volver a tener una experiencia igual”, agrega.
La primera misión los sorprendió ni bien arrancó la madrugada del domingo. “Pusimos boca arriba al chico y le colocamos el cinturón de flotación. Lo sacamos con la ayuda de un tercero por un costado del arroyo. Le quitamos la ropa, conseguimos una manta y lo llevamos cerca de un fogón en el que hacían choripanes”, relata Gonzalo. Lentamente, empezó a reaccionar y los presentes a aplaudir. Un amigo del rescatado se acercó al grito de “¿qué hiciste?”. “Me tiré a buscar a La Sirenita”, contestó el salvado.
Empapados, Gonzalo y Nazareno volvieron al semirrígido. La madrugada no tuvo más sobresaltos y a las 6, cuando ya estaban en el cuartel por irse a dormir, sonó la alarma. “Los acuáticos, a cambiarse”, ordenaron. Tardaron tres minutos en llegar a otro tramo del mismo arroyo, donde había caído otro hombre en shock. “Temblaba mucho, después se desmayó y lo subimos así”, siguen. También se salvó.
La solidaridad le ganó a la desconfianza y al miedo durante la madrugada del recital. Así lo demostraron aquellos que tienen sus casas sobre Aramburu (la calle de atrás de La Colmena) y les abrieron la puerta a varios fanáticos. “Era gente buena que estaba desesperada porque al final del show no podía salir de la zona del predio. Hicimos entrar a mujeres con carritos de bebés al garage. Les convidamos agua, té, café. Mi marido le dio un sweater a un chico que estaba en musculosa. Al otro día se lo vino a devolver”, comenta la vecina Nora Bucheler. Magalí Sánchez dejó ingresar a un chico en silla de ruedas que se estaba quedando sin aire y a una mamá que cargaba un bebé y lloraba. “Intentamos calmarla”, cuenta. Otra vecina, Yanina Dorezor, compartió su baño con desconocidos, acomodó a los que se sentían mal en sillas en su patio y hasta cuidó a un nene que estaba perdido.
A metros de ahí, hubo otros héroes anónimos esa noche. Como el bombero Gastón Vizzolini que iba “de apoyo” a la entrada de La Colmena y terminó prácticamente a cargo. “Los de la Cruz Roja y la seguridad privada se fueron y los bomberos nos quedamos ayudando a jóvenes que estaban descompensados, cortados o con ataques de pánico. Estuve desde las 19 hasta las 3 y saqué del lugar a más de 100 personas”, detalla Gastón. Mientras tanto, en el cuartel, el suboficial de bomberos Rubén Acosta recibía ricoteros que pedían un baño, algo para tomar o un teléfono para ubicar a sus familiares. “Entre la noche del sábado y el lunes temprano asistimos a más de 1000 personas”, aporta.
La Escuela Superior de Ciencias de la Salud fue otro de los sitios en los que acompañaron a los visitantes. “Entre médicos recién recibidos, estudiantes y enfermeros atendimos a los que se fueron acercando: hicimos algunas curaciones, entre ellas, a un chico que tenía un clavo en un pie. Había otro con un dolor agudo de abdomen que fue derivado al hospital”, suma Soledad Groh, alumna de Medicina y miembro del centro de estudiantes. Armaron listas con nombre y ciudad a la que tenían que regresar cada uno de los recién llegados. Contaron 215. “A muchos se les habían ido los micros. Otros directamente no habían sacado la vuelta, por lo que terminaron durmiendo en aulas y pasillos. Seguimos en contacto con varios, que incluso escribieron para agradecer y avisar que habían llegado bien a sus casas”, cierra Adriana Aisaguer, otra alumna de la facultad.
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