“Lo que le sucedió al mundo sucedió en tu aldea primero”

Desde Winesburg a Hawkins y desde Winden a Olavarría. Cómo es contar desde tu propia ciudad.


Escribe: Guillermo Del Zotto

La frase “pinta tu aldea y pintarás al mundo”, eternamente atribuida a León Tolstoi, parece provenir de algo así como “pinta tu aldea y serás universal”. Si uno se interna en su origen y verdadero autor, encuentra que puede descender de Platón o de la Biblia. Y si se sigue indagando se puede encontrar una mas certera: “lo que le sucedió al mundo sucedió en tu aldea primero”.

Nos quedamos con la última para ligar los logros narrativos de dos de las series mas populares hoy en la aldea global: “Stranger things” y “Dark”. Si les quitamos toda la cáscara de súper producción y los detalles de género fantástico, veremos que se trata de historias enredadas en pequeños pueblos con lazos de sangre que se cruzan y grotescos de comunidades chicas con una fuerza centrípeta hacia el conformismo. Una ocurre en Hawkins, Indiana y la otra en la ciudad alemana de Winden. Aunque en ésta última no importa tanto dónde sino cuándo.

Los diálogos y los verosímiles cotidianos, repetidos en el pequeño radio que abarcan esos pueblos, alcanzan para varias temporadas de espectadores atentos. Si nos concentramos en esas tramas, podemos llegar a pensar en un libro que marcó un cambio en la literatura norteamericana con la misma estrategia: “Winesburg, Ohio” de Sherwood Anderson.

Anderson publicó “Winesburg, Ohio” en 1919. No sólo marcando un camino en las pinceladas de la aldea propia, sino también en cómo transformar una novela uniendo veinticuatro relatos independientes, de vigorosidad propia, unidos por el pequeño pueblo y la sangre de sus habitantes.

Dice Ana Rosa González Matute sobre esta obra: “cada historia se concentra en la revelación de un personaje ´grotesco´, es decir, en su retrato como gente común y corriente de un mismo pueblo, con una serie de inhibiciones y frustraciones expuestas con espontaneidad, y esa aparente falta de hilo conductor le valió que los críticos señalaran que sus novelas carecían de argumento. Pero Anderson sentía que ´la verdadera historia de la vida´ era ´la historia de los momentos´ y no un plan trazado de antemano; así los sucesos no se desarrollan en forma estrictamente organizada o dentro de un esquema que sigue un orden lineal, sino que va tocando a los personajes como por azar. Sin embargo, todos ellos comparten elementos similares como: el descubrir los efectos de los instintos reprimidos de los ´grotescos´, que desembocan en reacciones insólitas cuya consecuencia es la soledad, el estancamiento, el conformismo”.

Este libro, surgido como freso renovador de la escritura norteamericana de su época, también fue el “píntalo de negro” del sueño americano. Mas allá de las paletas de colores, lo que Anderson permite es el estremecimiento del lector al escuchar las historias (se diría que es un libro que se escucha mientras se lee). Entonces se produce la conmoción: ese viejo se parece a fulano de tal, la historia del maestro es como la de mengano y aquella escena parece narrada en la fábrica abandonada de acá a la vuelta.
Para González Matute, “Winesburg, Ohio” es “una crónica de la distorsión y decadencia de una comunidad, es algo más que la extensión, en el tiempo inmóvil creado por el arte, de la historia, del retrato, de cada personaje de un pueblo en particular. Anderson logra mostrárnoslo como un modelo general, por medio; de un ejemplo específico, de algo mucho más vasto: lo que él considera la exégesis e imagen del destino humano, en el que juegan un papel notable la alienación, la desesperanza, el pesimismo, como muestra de la desintegración social y de la apatía del hombre moderno”.
El destino humano en manos de Anderson, podríamos agregar, no necesita de máquinas del tiempo ni de demogorgones para conmover.


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