1975. El fin de la ilusión


Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

Podría decirse, a riesgo de caer en contradicciones, que el año 75 en Argentina fue un año neutro, no pasó nada y al mismo tiempo cambió para siempre nuestro destino.

Un año tan decisivo como 1852 o 1880, puntos de inflexión que fueron moldeando esto que ahora llamamos con toda naturalidad y no sin cierta inocencia “nuestro país”, “nuestra Argentina”.

Perón, tal como había sospechado Lanusse, tomó el gobierno y actuó como lo que verdaderamente era, un viejo oficial del Ejército Argentino. Sus coqueteos desde el exilio con grupos guerrilleros de izquierda había sido un artilugio más de todos los que ensayó para poder volver al poder. Una vez en el gobierno separó la paja del trigo, aisló y excomulgó a aquellos elementos infiltrados en el “movimiento”, paradójicamente los que más habían puesto el pellejo para permitir su retorno, como el mismo Perón afirmó alguna vez, esa “juventud maravillosa”.

A mediados de aquel año, López Rega se vio forzado a renunciar y huyó del país tan subrepticiamente como había llegado. Isabel Perón, desconcertada, dejó el gobierno en manos de Luder, quien ante la ola de violencia que bañaba en sangre al país, se refugió en las Fuerzas Armadas.

1975 fue el año que Videla y Massera se tomaron para urdir el plan de acción que volvería a “poner el país en orden”. Primero se aseguraron de tomar el control del Ejército ubicando a oficiales de estado mayor partidarios de su proyecto en lugares claves, luego dejaron que la guerrilla se cebara, de modo tal que el descontento se hiciera generalizado, finalmente forzaron a Luder a firmar un par de decretos con los que creían obtener impunidad para ejercer la más cruel represión jamás vista. Cuando tuvieron todo listo se tomaron unos meses de vacaciones y en marzo del año siguiente conquistaron el poder.

Para que esa debacle fuera posible coincidieron dos factores claves. Por un lado, la irrupción del neoliberalismo como alternativa al modelo económico que se había impuesto en el mundo después de la crisis del año 30. Por otra parte, la convicción, por parte de los organizadores del golpe de estado, de que, si como había quedado claro con Onganía, no se podía hacer frente al poder sindical, qué mejor que directamente terminar con la industria. Sin industria no habría obreros, sin obreros no habría sindicatos. Muerto el perro, se acabó la rabia. El modelo económico de Martínez de Hoz y el proyecto político de Videla encastraban a la perfección, era la concreción del sueño de la oligarquía, volver a los años de esplendor anteriores a la década del 30.

Pero de esa transformación tan drástica nos ocuparemos el domingo que viene, este año 75 fue un preludio, fue la entrada en calor de lo que vendría, fue el tiempo de maduración necesario para intentar justificar medidas extremas, el año en el que la cuerda se fue tensando de a poco. Y se cortó.

La novela “Mascaró, el cazador americano” de Haroldo Conti obtuvo el Premio Casa de las Américas de aquel año y casi de inmediato fue prohibida debido a su contenido supuestamente subversivo. ​ “Evita vive y otras prosas” de Néstor Perlongher, también publicado ese año, incluyó no sólo una nueva vertiente literaria sino también una reinterpretación de Eva Perón que resultó muy polémica.

El “Lole” Reutemann con su Brabham ganaba en Nürburgring después de largar en la décima posición y dando una de sus mejores clases de manejo.

River volvía a ser campeón después de 18 años en los que había logrado 12 subcampeonatos. La fecha consagratoria tuvo una particularidad, debido a una huelga de jugadores, los equipos formaron con juveniles de las inferiores.

La tensión social también había llegado al fútbol.

El año 75 fue la última vez que tuvimos esperanzas, el instante previo a caer en el precipicio, la ilusión de ser un país industrializado se derrumbó para siempre. ¿Para siempre?

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