1976. Cuando nos apuñalaron el sol

Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)
Por primera vez desde que ensayamos este pretencioso ejercicio de contar la vida y a través de ella la historia del país, voy a escribir a ciegas. Sin citas bibliográficas, sin Google de por medio, sin preguntarle al chat GPT cuál fue la canción más escuchada en Argentina tal año o quién ganó el metropolitano. Para reflejar el año 76 tal vez sea más útil apelar a la memoria, a la sensación que se percibía en la calle, a las interminables escuchas de noticieros en radio y televisión. Aún, considerando que quien apela a esa poco ortodoxa herramienta historiográfica tenía apenas ocho años en aquel momento.
El golpe de Estado de marzo del 76 fue tan anunciado y previsible que hasta se tomó con cierta naturalidad. Alguna vez un chileno me confesó que se encontraba en Buenos Aires ese día y le sorprendió mucho que la gente, el pueblo, o como quieran llamarle, no reaccionó, no salió a las calles, por el contrario, se dispuso, mansamente, a mirar las noticias por televisión. Fue como cuando uno tiene que ir a sacarse una muela y dice: que llegue de una vez ese día así paso el mal trance y me saco la preocupación de encima. En el caso del golpe no fue tan así, nadie, creo yo, imaginaba lo se venía.
¿Qué recuerdo de esos días, de ese año? No quiero aburrir con ejemplos, pero puedo asegurar que aún llevo en mis oídos el tono marcial y caricaturesco con el que alguien enunciaba los famosos comunicados de la Junta Militar. Cooooomunicado número uno… y seguía en el mismo tono pretendidamente intimidante y forzadamente varonil con el que me familiaricé años después cuando hice el servicio militar.
Ahora que lo pienso, esto de la Junta Miliar significó reconocer por primera vez en pie de igualdad a la Marina y a la Fuerza Aérea como pares del Ejército. Al menos en teoría, porque cuando la Junta eligió a un miembro para que oficiara de Presidente, siempre le tocó, vaya casualidad, a un general.
A los comunicados de la Junta Militar, mi viejo los ponía en contraste con lo que informaba Radio Colonia (la única radio que por estar en Uruguay no había sido tomada por las FFAA y se escuchaba desde casi toda la provincia de Buenos Aires). Las noticias de Radio Colonia eran siempre las mismas, reproducían relatos que el mismo gobierno circulaba por las radios argentinas y que daban cuenta de la siguiente secuencia: A partir de un trabajo de inteligencia (después supimos que ese trabajo se limitaba a aplicar picana eléctrica a detenidos), las fuerzas militares deducían el lugar donde se escondían grupos subversivos. Rodeaban el lugar y, ante la resistencia de los malvivientes, ingresaban por la fuerza y “abatían” (es decir fusilaban) a los elementos que conspiraban contra el estado nacional. En realidad, sólo abatían a los que se defendían con armas, a los que podían tomar prisioneros los sometían a tortura para seguir haciendo “inteligencia”.
Hasta no hace mucho me asaltaba cada tanto una pesadilla que tuve por primera vez por esos años: yo estaba durmiendo en mi habitación y una bota pesada tiraba abajo la puerta, cuando reaccionaba, varios militares me apuntaban con un arma, la pesadilla terminaba ahí. Tal vez porque hasta ahí llegaban las noticias o la información de los comunicados, lo que venía después nadie podía imaginarlo, lo supimos después de la retirada.
Tal como indican los manuales del “buen dictador”, los militares necesitaban de un “enemigo externo” para justificarse y para intentar la unión de los argentinos: revivieron el conflicto del Beagle con Chile. El fantasma de la guerra empezó a sobrevolar la realidad del país. De algún modo eso de algo me sirvió, con mis ocho años pude tener, al menos un indicio de eso que León Gieco definió como “un monstruo grande que pisa fuerte”. Pero ya volveremos sobre el fantasma de la guerra dentro de unos años, es decir dentro de algunos pocos domingos.
Como dije, no voy a apelar a ninguna fuente bibliográfica y posiblemente mi memoria me falle. Creo que ese año empezó a formarse el gran Boca del Toto Lorenzo, ese que iba a ganar todo lo que jugara. Había un morochito de las inferiores que jugaba de cinco, todos decían que tenía futuro de selección (ahora que lo pienso creo que es lugar común decir que los volantes centrales de Boca que se destacan tienen futuro de selección, aunque a decir verdad sólo dos llegaron a jugar un mundial, si mal no recuerdo, Ratín y Gago, aunque la función de este último no fuera exactamente la del cinco tradicional). Bueno, basta de misterio, ese número cinco al que yo me quería parecer no era otro que Marcelo Trobbiani y, si mal no recuerdo, ese mismo año se fue a Europa y no fue parte del Boca glorioso del Toto.
Imagino que Guillermo Vilas ya se perfilaría como un gran tenista, con un perfil mucho más adecuado para ser el embajador deportivo del país de acuerdo a las circunstancias. Su romance con la princesa Carolina de Mónaco nos hacía sentir que éramos parte del mundo civilizado. Tal vez acá no cabe la frase de Marx sobre que la historia se repite, primero como tragedia y después como farsa. Yo me tomaría el atrevimiento de corregirlo, en nuestro caso la historia se repite, primero como elegante frivolidad, luego como payasada grasa y tilinga. Lejos habían quedado los tiempos en que el pueblo se volcaba masivamente a deportes más “nuestros” y a ídolos más populares como Pascualito Pérez o el Mono Gatica.
Pero todo esto es anecdótico, claro. Lo importante de ese año fue, tal como dicen las coplas de Piero, “… a esta puerta del río, país / le apuñalaron el sol…”. Un año oscuro, frío, tenso, la mayoría de los recuerdos que tengo de esa época son de noche, cubriéndome la cara con las sábanas para no mirar ni oír. Mi viejo escondiendo sus libros de Osvaldo Bayer y de Rodolfo Walsh, por si acaso. En la Escuela 8 cursamos nuestro tercer grado como si no pasara nada.
La seguimos el otro domingo.