Cuando ni Maradona pudo tapar el horror

 

Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

No sé por qué razón, mis compañeros de sexto grado me eligieron a mí para hablar en nombre del curso con la directora del colegio. El patio cubierto de la escuela ocho mostraba una extraña quietud y contrastaba con el griterío de los recreos. La puerta de la Dirección estaba abierta, me paré firme a un costado y esperé a que la Sra. Olga me viera y me hiciera pasar. Me miró confundida, ¿te mandaron a firmar o en penitencia?, me dijo. No, es que quería pedirle algo. Entonces empecé a dar vueltas con que se jugaba el mundial, pero justo se jugaba en Japón, y que la diferencia horaria era de doce horas, y… Me cortó en seco, decime por favor qué querés pedirme, dijo. Entonces le largué de un tirón la frase que mis compañeros me habían hecho aprender de memoria: queremos traer una radio para escuchar los partidos de Argentina cuando juega a las siete de la mañana.

Cuando volví al aula, hasta la maestra estaba a la expectativa de mi respuesta, no hizo falta que hablara, la sonrisa de oreja a oreja era evidentemente un sí.

Y así vivimos aquel mundial juvenil del 79 en el que los partidos empezaban a las siete de la mañana, gritando los goles de Diego Maradona y de Ramón Díaz, que en ese momento todavía eran amigos o al menos no estaban distanciados.

Entre tanto, acá en nuestro país, el gobierno recibía la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Tantas eran las denuncias por secuestros y desapariciones de personas que el organismo había decidido, con la conformidad de Jimmy Carter, enviar una delegación a Buenos Aires.

El día que Argentina jugaba la final del mundial, la delegación recibía denuncias en Av. de Mayo al 700, donde se habían congregado miles de personas.

El gobierno, como contrapartida, había iniciado la campaña famosa que decía que los argentinos éramos Derechos y Humanos y, con la complicidad de algunos periodistas como el Gordo Muñoz, de Radio Rivadavia, se propuso utilizar nuevamente el fútbol como paraguas.

Apenas terminó el partido, el enviado de la Oral Deportiva (así se llamaba o tal vez aún se llame el programa de Rivadavia) se metió en la cancha y le puso auriculares a Maradona y a Menotti. Del otro lado se encontraron nada menos que con Videla, que con un discurso cargado de efusividad patriotera trataba de desatar grandes festejos por el triunfo en Buenos Aires. Ni Maradona ni Menotti cayeron tan fácilmente en la trampa y respondieron con ambigüedades y sin apartarse nunca de lo estrictamente deportivo. El Gordo Muñoz arengaba para que la multitud saliera a festejar y se concentrara justamente en Av. de Mayo, cerca de la casa de gobierno, para demostrarles a esos intrusos que el pueblo argentino estaba feliz y que nada de cierto había en las denuncias que llegaban al exterior. Pero el pueblo tampoco era estúpido y la movida fracasó rotundamente.

Un, por ese momento desconocido y más tarde famoso, Saúl Ubaldini, se le plantaba al Proceso y declaraba la primera huelga general con una aceptación casi total al menos en las ciudades industriales donde las políticas económicas de Martínez de Hoz habían causado el descalabro total.

Olimpia de Paraguay le arrebataba a Boca la Copa Libertadores que había ganado los dos años anteriores y, en el torneo local, River se quedaba con el Nacional y el Metro. Voy a repetir un chiste que hoy por hoy parece muy malo pero que en esa época era muy comentado: “A Boca le dicen carpintero borracho, se decía, por la Copa se olvidó el Metro. Muestra tal vez cómo fue evolucionando el sentido del humor o el tipo de ingenio puesto en práctica para hacer chistes desde aquel momento hasta ahora.

En materia literaria, aquel año se publicaba Respiración Artificial, novela de Ricardo Piglia, quien, a través de un artilugio bastante complejo logró despistar a la censura haciéndoles creer que hablaba de otra cosa cuando en realidad estaba denunciando la represión de la que el pueblo era víctima. Tal vez haya sido Respiración Artificial la mejor novela de Piglia y tal vez tanga razón ese coordinador de un taller literario que me dijo que se escribe mejor cuando se tienen restricciones.

Prepárense porque el domingo que viene, la fantochada del Proceso nos va a tocar de cerca a los olavarrienses, yo seguiré ganándome detractores, a quienes aprovecho para agradecer que lean la columna.

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