La delgada línea que separa el bronce del olvido
Libros / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)
De los aproximadamente cinco mil secuestrados que pasaron durante la última dictadura militar por la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), sólo unas pocas decenas sobrevivieron. El de Silvia Labayru es posiblemente uno de los casos más controversiales. Perteneciente a una familia de militares por parte de su padre y abuelo, Silvia Labayru comenzó a vincularse en el Colegio Nacional de Buenos Aires con otros estudiantes que militaban en organizaciones de izquierda. Al cabo de un tiempo formalizó su ingreso a Montoneros y fue secuestrada cuando asistía a una cita con un superior en un café de Buenos Aires.
La periodista y escritora argentina Leila Guerriero acaba de publicar a través del sello Anagrama “La llamada”, un intento de aproximación a la vida de Silvia Labayru. Después de varios años de investigación y de entrevistas, no solo con la protagonista sino con familiares y muchos otros militantes que la trataron, Guerriero construye un interesantísimo retrato que además de recorrer la historia de la protagonista, constituye una de las investigaciones más profundas sobre aquellos años de terror, sobre las motivaciones que llevaron a una generación a iniciarse en la violencia política y sobre los mecanismos siniestros que la dictadura, en este caso particular la Armada, puso en práctica para desbaratar el accionar de las organizaciones armadas.
A todo esto, se suma la particularidad de que el libro de Guerriero es publicado en un contexto histórico en el que, desde el Estado, se trata de negar o tergiversar la represión de aquellos años.
La gran pregunta que flota a lo largo de todo el texto es ¿por qué liberaron a Silvia Labayru y a otros rehenes? Los matices de la respuesta a ese interrogante pueden convertir a la protagonista en una traidora o en una heroína. La diferencia puede que no sea tan clara como lingüísticamente determina el diccionario.
El caso es que, dentro de la ESMA, el tristemente célebre “Tigre” Acosta había decidido que algunos de los secuestrados eran “recuperables”. El pequeño grupo de recuperables cumplía funciones laborales con el fin de poner a prueba su compromiso con ese proceso de reconversión al que se los empujaba. Estas funciones laborales iban desde traducir al español textos de la prensa extranjera a oficiar de amantes de algunos de los marinos. Tal vez algunos prisioneros hayan iniciado esa conversión a partir de un convencimiento genuino, los más, aprovechaban esa posibilidad para mantener alguna chance de sobrevivir y para escaparle a la tortura.
Cuando el Capitán Astiz logró infiltrarse entre las madres de Plaza de Mayo, comenzó a frecuentar reuniones a la que concurrían no sólo madres sino también miembros de otros organismos de defensa de los derechos humanos. Con el fin de no levantar sospechas, Astiz (que se presentaba como hermano de un desaparecido) decidió ir acompañado a aquellas reuniones por alguien que supuestamente era otra de sus hermanas. Silvia Labayru, por ser rubia y de ojos claros fue la elegida en el grupo de recuperables para desempeñar ese rol.
En cualquiera de aquellas reuniones, Silvia podría haber levantado la mano y haber dicho: ese señor es un espía de la Armada. Si lo hubiera hecho habría firmado su sentencia de muerte y sería una heroína, aunque seguramente jamás nos hubiéramos enterado. ¿No haberlo hecho la convierte en una traidora?
Hay un dato crucial que hace todavía más compleja la situación. En el momento de ser detenida, Silvia Labayru estaba embarazada, poco después tuvo a su hija dentro de la ESMA y la suerte que podía correr su pequeña hija constituía otro elemento de presión para mantenerse fiel a su fingido intento de recuperación.
La llamada es un texto donde se mezclan la historia, la vida cotidiana y la intriga, la prosa de Guerriero y la precisión quirúrgica de cada uno de los enfoques desde los que intenta desentrañar los hechos son extraordinarias.