Opinión: 1991 – Cambio de rumbo

 

Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

Tal como hemos señalado en varias oportunidades, este intento de repasar la historia argentina año por año no atiende al más mínimo rigor histórico, no sabe de citas bibliográficas ni de marcos teóricos. La base de esta historia se limita al recuerdo personal, a los diarios leídos, a conversaciones circunstanciales y a la mirada sesgada, obviamente, de quien transitó estos años como estudiante primero, como obrero de fábrica después, como estudiante de ingeniería y, finalmente, como un olavarriense más.

Por todo esto advierto a los lectores que suelen cuestionar datos, puntos de vista, errores aparentes o concretos, que no busquen rigurosidad ni formalismos de ningún tipo. A quien quiera conocer la historia argentina en una versión más convencional, le recomiendo que lea a Felipe Pigna, a Daniel Balmaceda o a Araceli Bellota. En esa bibliografía encontrará menos contradicciones y más rigurosidad que en estas humildes notas, aunque seguramente también un poco más de ingenuidad.

Aunque suene raro lo que voy a decir, el intento original de Menem, cuando accedió a la presidencia de la Nación, fue de tinte bien peronista. Quiso reivindicar el diálogo y los acuerdos tan perseguidos por Perón entre empresarios y trabajadores, abrió las paritarias y prácticamente no tocó los aranceles aduaneros. Es decir, lo de la “Revolución productiva” (eslogan de campaña) no fue tan irreal o fingido. Para consolidar esa línea pidió a los dueños de Bunge y Born —una empresa de granos que durante el primer peronismo se volcó a la industria y creció de manera exponencial— que eligieran al ministro de Economía. De este modo, insisto, siguiendo los cánones del primer peronismo, Menem buscaba una vez más consolidar esa burguesía nacional e industrial que tanto preocupaba a Perón y cuya actual inexistencia se debe a que por cada intento de sostenerla hubo, después, un trabajo de desmantelamiento.

Desde Bunge y Born sugirieron al que hoy llamarían el CEO de la empresa, el ingeniero Miguel Ángel Roig. Roig diseñó un plan de acción en función de las directrices del gobierno y, cinco días después de haber asumido como ministro, cuando se desplazaba en auto hacia una reunión donde firmaría acuerdos entre empresarios y sindicatos, sufrió un infarto y murió.

Inmediatamente después, Menem nombró a otro economista sugerido por Bunge y Born, quien se mantuvo en el cargo de ministro hasta fines del ’89. La inflación no bajaba y la reactivación no se producía. Aceptando el fracaso de estas iniciativas preliminares, Menem decidió confiar la cartera de Economía a alguien de su confianza: el también riojano Erman González.

Como primera medida, González puso en práctica el famoso Plan Bonex, un cambio compulsivo de plazos fijos por bonos que se pagarían a diez años, medida que obviamente perjudicó gravemente la situación de los pequeños ahorristas.

Pero la economía no mejoraba y entonces Menem decidió pegar un volantazo y nombró, en marzo del ’91, a Domingo Cavallo como nuevo ministro de Economía. De las consecuencias que tuvo esta decisión hablaremos la semana próxima; hoy intento simplemente recordar algo que pocos recuerdan: sí, en un primer momento, Menem fue —o intentó ser— peronista.

Ese año hubo elecciones de gobernadores provinciales y Menem impulsó la postulación de su vicepresidente, Eduardo Duhalde, como candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires, cargo que obtuvo y asumió en diciembre del mismo año. La misión que tenía Duhalde era clara: desbaratar, por las buenas o por las malas, a toda la estructura sindical. Los olavarrienses tuvimos, en esa avanzada contra los derechos laborales, un foco de resistencia que podríamos llamar heroico y del que hablaremos algunos domingos más adelante.

La canción más destacada de aquel año fue Ala Delta, del primer álbum de Divididos. También se editaron discos que se volverían emblemáticos para el rock nacional, como La mosca y la sopa, de Los Redondos, y El guerrero del arco iris, de Rata Blanca.

La selección argentina cambió de técnico y, fiel a los vaivenes típicos de los argentinos, Julio Grondona, presidente de la AFA, volvía a cambiar de rumbo: si después de Menotti llegó alguien que estaba en las antípodas conceptuales del fútbol, como Carlos Bilardo, después de Bilardo llegó Alfio Basile, que —para decirlo en términos simplificados (y que me perdonen aquellos lectores que realmente saben de fútbol)— sería equivalente a volver a Menotti.

Ese mismo año ’91, Basile, con Batistuta, Simeone y Caniggia, ganó la Copa América en Chile.

Aquel año, en La Habana, se realizaron los Juegos Panamericanos y el equipo argentino de hockey femenino, con la figura de Vanina Oneto, obtuvo la medalla de oro. Nacían Las Leonas.

O por lo menos así lo veo yo, diría el inefable Guillermo Nimo, o, como dicen ahora, vos contala como quieras, esta es mi verdad hasta que alguien me demuestre con argumentos lo contrario. La seguimos la próxima.

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