Una lluvia que realmente moja

Escribe: Carlos Verucchi.


Libros / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

“¿Qué es el nazismo al lado de la televisión?” La frase de Pier Paolo Pasolini, rescatada por el Indio Solari y Marcelo Figueras (autores de “Recuerdos que mienten un poco”, Editorial Sudamericana, 2019), viene como anillo al dedo a la hora de poner en contexto la vida del mítico líder del grupo Los Redondos.

Es que la trayectoria artística del Indio Solari ha estado signada, desde sus inicios, por una despiadada y desigual disputa contra los medios masivos de comunicación y las grandes corporaciones que se apropiaron, hace ya varias décadas, de gran parte de la movida cultural que subyace al mundo del rock.

La negación de dar entrevistas a los medios, el sostenimiento de una política de producción independiente que llevó, a Los Redondos primero y luego al Indio en su etapa solista, a grabar y distribuir sus discos por fuera del circuito comercial, a organizar sus recitales sin la mediación de quienes se dedicaban específicamente a esa tarea, ayudaron a construir esa mitología cuasi religiosa que tanto sorprendió a los olavarrienses hace unos pocos años.

En el mismo momento en el que las bandas de rock de nuestro país se “vendían” a un demonizado mercado nacional y latino (Soda Stereo, Miguel Mateos, Enanitos Verdes, etc.), la banda formada por el Indio Solari y Skay Beilinson se guarecía detrás de una semi clandestinidad, férreamente maniatada a la movida “under”. Con el regreso de la democracia en el 83, muchas bandas de rock se sintieron confundidas al quedarse sin un blanco preciso hacia el cual apuntar sus reclamos. Las letras de las canciones perdieron sentido, los mensajes viraron hacia la frivolidad. Los Redondos, a contramano de esa coyuntura generalizada, mantuvieron el espíritu contestatario y ocuparon ese terreno desierto en el que el rock planta resistencia no a un gobierno sino al sistema en sí mismo.

Evidentemente, el público necesitaba de Los Redondos casi más que Los Redondos del público. Por eso no debe sorprender que la escalada en popularidad del grupo se haya dado en democracia y no en tiempos de represión: supieron llenar un hueco que el resto de las bandas dejaba libre por considerarlo anacrónico. La concurrencia a recitales que no tenían más difusión que el “boca en boca” comenzó a crecer según una proyección exponencial. Las radios, originalmente reticentes a reproducir la música de un grupo que se negaba a formar parte del circuito comercial, debieron claudicar ante presiones del público que muy pronto se mostraron incontrolables.

A veces la juventud no solo elige a sus ídolos sino también los moldea a partir de ciertas necesidades. El artista se debe a su público y difícilmente pueda encontrarse un artista más fiel a su público que el Indio Solari. El inconmensurable y extremadamente devoto séquito de seguidores del Indio persigue mucho más que un concierto. Las misas ricoteras de las que son creyentes poco tienen que ver con unos cuantos acordes y algunas letras ingeniosas. Más que a ver al Indio, los seguidores van a buscar un espacio de liberación colectiva donde pueden gritar bien fuerte su decidida vocación de incomodar, de pretenderse piedras en el zapato de aquellos que deciden nuestras preferencias, de los que hoy nos hacen tomar tal bebida y mañana nos meten de prepo el último dispositivo tecnológico en el bolsillo, de los que piensan antes y nos digitan a quién tenemos que votar. Buscan desesperadamente escabullirse de esa manipulación colectiva que en los 80 se centraba en la televisión y que hoy ha mutado a otros formatos no menos nocivos. Para decirlo en términos ricoteros: los seguidores del Indio, más que a escuchar música, van a los recitales a dejarse empapar por una lluvia que realmente los moje. Eso buscan, como modesta pero no menos significativa avanzada épica contra el sistema que los explota y los aliena. Porque si algo los caracteriza es su negación a conformase con lloviznas tímidas, teniendo bien en claro que en esta época, tal vez, no haya postura más plausible que la de la incorrección política.

La biografía del Indio Solari no está desarrollada en un formato convencional, por el contrario, lleva la forma de una extensa entrevista. Marcelo Figueras, escritor, periodista y fana de Los Redondos, va guiando al músico a lo largo de los principales acontecimientos de su vida personal y artística, y luego se limita a reproducir las respuestas, reflexiones, anécdotas e historias que el Indio va recordando. Recuerdos que, tal como el título del libro adelanta, suelen estar tergiversados por el olvido, por los mecanismos invisibles de la memoria, por hechos inciertos o poco probables que de tan repetidos se fueron convirtiendo en verdades indiscutidas hasta para quien, sin haberlos protagonizado, aparece en el centro de situaciones difusas y turbulentas. Más aún, no se sorprenda el lector si descubre contradicciones en este intento de reconstruir la trama de una vida. Un nuevo recuerdo a veces “pisa” a aquel de los primeros capítulos y promueve el desconcierto. Es que la memoria es justamente eso, un torpe y poco confiable acercamiento a ese pasado inasible que se ha perdido irrevocablemente.

Aunque todo eso, inevitable en cualquier autobiografía, no le quita valor al documento ni lo hace menos útil a la hora de reconstruir una historia que, a quienes fuimos jóvenes en los años ochenta, nos resulta cercana y entrañable.

Pero la Biografía del Indio Solari es mucho más que la biografía del Indio Solari. Detrás de las peripecias de la banda se ve pasar la historia misma de nuestro país durante las últimas décadas. Vista, claro está, por la mirada sumamente parcial pero al mismo tiempo aguda del músico: la irrupción de la Revolución Libertadora en la apacible vida de un niño de provincia, los años de la Resistencia Peronista, la escalada de violencia, el Proceso, el intento estoico de Alfonsín por reencauzar la democracia, los bochornosos años 90, otra vez el caos y ahí nomás el remanso kirchnerista, el inexplicable macrismo…

Y tal vez más interesante aún que ese recorrido por la historia argentina resulte el viaje intelectual del autor. La lectura como signo marcado a fuego de toda una generación: “Nuestra generación leyó mucho. Tal vez porque no había tantas boludeces tecnológicas para distraerse”. La formación intelectual del Indio es totalmente informal, salteada, salpicada, ecléctica si se quiere, pero también es marginal: no necesariamente leyó a los autores de moda sino más bien a los raros, a los sufridos.

Debo confesar que la poética del Indio rara vez me conmueve. Pero nadie puede discutir la genialidad de esos latiguillos, breves y filosos, de esas frases sueltas que sin decir nada dicen mucho, que más que decir alientan a quien las oye a decir algo por ellas. Disparadoras de sentimientos, enigmáticas (“se levantó y brindó a tu suerte”), políticas (“vencedores vencidos”, “muchos marines de los mandarines / Que cuidan por vos las puertas del nuevo cielo”), filosóficas foucaultianas (“todo preso es político”, “violencia es mentir”), pseudo pornográficas, chistosas, actuales, provocadoras. Crecimos tratando de darle a esas frases una vuelta de tuerca que nos revelara una verdad incuestionable, pero, como sabemos, el arte es justamente eso: llegar hasta el límite de lo explícito sin tocarlo.

Leer la biografía del Indio Solari es mucho más que enterarse de los pormenores sobre la separación de Los Redondos o saber qué dijo de aquel intendente que le prohibió tocar en cierta ciudad del interior. Leer estos “Recuerdos que mienten un poco” es transitar una odisea intelectual y poética, aprender la perseverancia y el esfuerzo persistente, acercarse a la aventura de una búsqueda permanente, la búsqueda de esa estética que al fin nos redima, saber que esa búsqueda puede no agotarse a lo largo de toda una vida y que en esa búsqueda hay algo que nos aleja de la mediocridad.

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