Navidad: florecer en la entrega

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El misterio de la Navidad que contemplamos y celebramos nos muestra un lugar
concreto: el pesebre de Belén. En ese lugar proclamamos nuestra fe en un Dios de amor,
un Dios que quiso ser uno de nosotros para traernos la salvación. El nacimiento de Jesús
en Belén es la realidad visible del misterio de la Encarnación del Hijo de Dios.
Belén nos habla de un Dios que, al hacerse niño, recibe en sí toda la debilidad de
ser humano y es en este estado de impotencia que salva al mundo, solo con la fuerza del
amor. Belén nos habla de una mujer, María, que se dejó mirar por Dios, supo escuchar
su voz y responder a su designio de amor para ella y para la humanidad. María tenía un
corazón pobre que supo recibir en sí el amor de Dios.
Belén nos habla de José, el esposo de la Virgen María, el padre terrenal adoptivo
de Jesús, y el protector de la Sagrada Familia, un hombre justo, humilde y trabajador
(carpintero) de Nazaret, modelo de fe, servicio y paternidad.
Belén nos habla de pastores que escuchan y creen las palabras del Ángel:
“Fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el
pesebre” (Lc 2, 16). Escuchan y creen porque tienen un corazón pobre, que sabe
reconocer a Dios en la fragilidad de un niño. Se convierten en modelos de fe, capaces de
recibir y ver a Dios en la fragilidad de ese niño.
Belén nos habla y nos invita a mirar, “…a volver nuestra mirada al Dios vivo y
verdadero – decía el papa Francisco -. “Miremos al Niño, miremos su cuna,
contemplemos el pesebre, que los ángeles llaman la «señal». Es, en efecto, el signo que
revela el rostro de Dios, que es compasión y misericordia, omnipotente siempre y solo en
el amor. Se hace cercano, tierno y compasivo, este es el modo de ser de Dios: cercanía,
compasión, ternura”.
Belén nos invita a “dejarnos guiar” como los magos: “… una brillante estrella guió a
los magos desde Oriente hasta detenerse «sobre el lugar donde se encontraba el niño» y
«al entrar a la casa, vieron al niño con María, su madre» y lo adoraron ofreciéndole
regalos”. (Mateo 1:24).
Belén nos desafía a dar un paso más, a “florecer en la entrega” dando lo mejor de
nosotros mismos. Como los pastores, que dejaron sus rebaños, dejemos de lado nuestros
rencores ante las ofensas recibidas y tendamos la mano de hermano y de amigo para que
se haga realidad lo que cantamos con fe y con gozo: “Si cada día es Navidad, si cada día
nace Dios, nace la paz al corazón que sabe abrirse a los demás y el corazón florecerá en
una nueva Navidad”. Belén es sinónimo de escucha, mirada, humildad, cercanía,
apertura, despojo. Es una continua invitación, – más allá del 25 de diciembre – de estar
atentos al Señor que viene por cada uno y solamente nos pide que tengamos un corazón
pobre, un corazón capaz de confiar en Él, de poner nuestra vida en sus manos. “Él,
haciéndose Niño, se acerca para cambiar la realidad desde dentro, nuestros corazones,
nuestras vidas, porque en la Noche Santa de Belén, el Amor, se hizo visible- en un Niño –
y cambió la historia”. (Papa Francisco).
Dijo el Papa Francisco, en su saludo de Navidad en el 2024: “Hermanos y
hermanas, que el Jubileo sea la ocasión para perdonar las deudas. (…) Cada uno de
nosotros está llamado a perdonar las ofensas recibidas, porque el Hijo de Dios, (…) ha
venido a curarnos y perdonarnos. Peregrinos de esperanza, vayamos a su encuentro.
Abrámosle las puertas de nuestro corazón, como Él nos ha abierto de par en par la puerta
del suyo. A todos les deseo una serena y santa Navidad”.
(*) Angélica Diez, Misionera de la Inmaculada Padre Kolbe, Olavarría.