1984. Un año primaveral
Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

Como si los argentinos nos hubiéramos mudado ese año a Ecuador, vivimos una primavera continuada que borró el invierno. El calor no venía del sol sino del fulgor con el que la generación de quienes nos habíamos formado bajo una dictadura respirábamos, voraces, los beneficios ―en principio ilimitados― de la Democracia.
La llamada primavera alfonsinista consistió en un período de nuestra historia en la que nos convencimos de que con la democracia todo sería posible y los destinos del país tomarían por fin el camino de progreso que merecían.
Una de las primeras cosas que hizo el gobierno de Alfonsín fue crear la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas con el fin de investigar los evidentes hechos de represión ocurridos en el período 1976-1983. La investigación culminó con la entrega de un informe que pasó a la historia bajo el nombre de Nunca Más y tuvo entre sus autores al escritor Ernesto Sábato.
Recuerdo haber ido ese año al edificio de la Unión Ferroviaria, sobre Pringles, a escuchar una conferencia de Pablo Díaz, un sobreviviente de la Noche de los Lápices. Aquella charla fue para muchos de nosotros ―adolescentes en trance hacia la primera juventud― una revelación fulminante no sólo de las atrocidades cometidas por la Dictadura sino de los límites a los que pueden llevar el odio y la maldad de las personas.
En la Escuela Industrial, los estudiantes más grandes ya no tenían que esconderse para cantar las canciones de Piero o de Pedro y Pablo. Algunos profesores, como por arte de magia, se adaptaron al nuevo paradigma democrático como si haber justificado al Proceso hasta unos meses antes, hubiera quedado sepultado en el olvido o aliviado por el “yo no sabía nada”.
El cine argentino se estableció como unos de los pilares fundamentales para que los crímenes cometidos por el Proceso salieran a la luz, tanto de manera directa o explícita a través de películas como por ejemplo En retirada, de Juan Carlos Desanzo o Los chicos de la guerra, de Bebe Camín, como a través de relatos atemporales o metafóricos que de manera subrepticia hacían referencia a los horrores de la última dictadura y de las muchas anteriores. Ejemplo de estas películas son Darse cuenta (Alejandro Doria), Camila (María Luisa Bemberg), Cuarteles de invierno (Lautaro Murúa) o Asesinato en el Senado de la Nación (Juan José Jusid).
Tal como me hiciera notar una lectora muy atenta unos domingos atrás, fue en el 84 (y no en el 81) cuando Soda Stereo sacó su primer disco. También ese año Charly García nos sorprendía con Piano Bar, disco con un sonido demoledor para la época y que agrupa canciones que ―y de antemano intuíamos― se convertirían en clásicos del rock.
La intensidad de esos días era casi afiebrante para nosotros. De repente podíamos ir sin corbata al colegio, nos sentíamos actores protagónicos de una transformación histórica, transitábamos lentamente el camino hacia la madurez y, para colmo, empezábamos a sentir ―digámoslo en términos de realismo mágico―, mariposas en la panza.