La gran lección de los limpiavidrios
Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

Varias veces hemos sostenido desde esta columna que los “limpiavidrios” de la ciudad, esos que ofrecen limpiar el parabrisas de los autos a cambio de unas monedas mientras el conductor espera a que el semáforo pase a verde, son el termómetro de la economía.
En tiempos de crisis afloran y se multiplican en cada semáforo cubriendo prácticamente todas las horas del día. Últimamente, al tradicional “limpiavidrios” le han surgido competidores: malabaristas, violinistas, humoristas, vendedores de bizcochitos, de turrones y recientemente de caramelos.
Además de ver, en esa expresión de arte callejero, y tal como decíamos al principio, una muestra fehaciente de la crisis extrema que atraviesa el país, con sorpresa y satisfacción he podido descubrir un aspecto absolutamente conmovedor. Cuando imaginaba que esa acumulación de ofertas distractivas en los semáforos derivaría en conflictos de intereses, la realidad me voló de un sopapo todos mis prejuicios.
En lugar de tratar de imponer por la fuerza sus ofertas, estos trabajadores no reconocidos se organizan de manera tal de poder convivir y turnarse para que todos puedan ofrecer sus servicios o productos sin interferir con los demás.
En la esquina de mi casa suele haber seis o siete trabajadores y trabajadoras informales al mismo tiempo. A veces se turnan alternando sus ofertas semáforo por medio, a veces por lapsos de quince o treinta minutos, en otras oportunidades al mismo tiempo que el limpiavidrios ofrece su servicio, más atrás pasa el vendedor de caramelos o al frente de la fila de coches un flaco hace girar una pelota de básquet arriba de un paraguas. Jamás vi un conflicto.
En la esquina de mi trabajo se alternan, respetando estrictamente horarios preestablecidos, la vendedora de bizcochitos con el vendedor de turrones. Por lo que sé, llegaron a un acuerdo con más altruismo y eficacia que dos especialistas en mediación, rápidamente y cediendo cada una de las partes algo de sus beneficios en favor de la otra parte.
La lección que nos dan es clara: en los semáforos de Olavarría hay lugar para todas las personas que se quedaron sin laburo formal, para las que sufren el ajuste despiadado que llega desde arriba, para los abandonados o abandonadas del sistema. Abandonados o marginados del sistema que no son, como afirmó un ex intendente hace unos días en una nota concedida a este mismo medio, detalles que la política económica actual todavía tiene que pulir. Son, por el contrario, el motor y la razón de ser, la esencia, el combustible con el que el liberalismo hace girar sus engranajes.
En tiempos de individualismo extremo, en tiempos en los que el gobierno y sus medios publicitarios cómplices hacen apología del espíritu emprendedor, de iniciativas particulares, del sálvese quien pueda y como sea (vendiendo incluso un riñón si fuera preciso), los más humildes nos dan la lección más importante. Algo que se identifica con un término pasado de moda y que ya casi no se oye: solidaridad.
Tal vez a la política supuestamente “libertaria” de este gobierno, empiecen a ponerla en jaque otros libertarios, en este caso libertarios de verdad, esos que creen en los proyectos colectivos y solidarios, esos que sí entienden la diferencia entre libertad y fraternidad.
Nos vemos el domingo que viene y no olviden llevar un billetito a mano si salen en el auto.