Una noche en Neuquén


Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

Si le meto pata podemos estar a la tardecita en Bariloche, asegura Reinaldo.

Mejor pasemos una noche en Neuquén, sugiere Miguel.

No jodas, Miguel, ¿qué vamos a hacer en Neuquén?

¿Cómo, qué vamos a hacer, Pocholo? fácil, buscamos un hotel, salimos a comer algo, nos tomamos unos vinos y dormimos la siesta. A la noche, joda. Pero joda en serio, eh.

Zavalita amaga con decir algo. Miguel lo frena de un codazo.

¿A qué le llamás joda en serio?, pregunta Pocholo.

El Mono le alcanza un mate a Zavalita y se queda mirando hacia el asiento de atrás, curioso, expectante, interesado más en la disputa que en la decisión que finalmente se tome.

Joda en serio, Pocholo. Vos imaginate: una ciudad grande, boliches, tragos, mujeres. En Neuquén nadie nos conoce. Mujeres, Pocholo, mujeres. Miguel acompaña sus palabras con gesto de sorpresa, como si no pudiera concebir que Pocholo no entienda.

¿En serio necesitás que te explique? Se queda mirándolo por unos segundos con la palma de la mano hacia arriba. Y quedate tranquilo, no le voy a contar nada a tu mujer.

El Mono larga su habitual carcajada, sonora y breve. Después la corta de cuajo antes de que empiece a resultar contagiosa.

Sos un hijo de puta, Miguel…

Reinaldo, inconscientemente, disminuye un poco la velocidad. Si decidimos hacer otra parada nos va a sobrar tiempo. No hay motivo para apurarse. El sol de octubre empieza a entibiar la mañana, el cielo limpio, trasparente. Tampoco estaría tan mal tirarse un rato a dormir la siesta.

Decidimos votar, está peleado. Decide Oscar, dice el Mono dándose vuelta para alcanzarme un mate. Hago como que lo medito un poco, la mirada suplicante de Zavalita me hace inclinar por parar. Paramos en Neuquén, digo.

Oscarcito viejo y peludo nomás, Miguel me da una palmada en la espalda.

El Mono abre la ventanilla. Asoma la cabeza. El viento despliega lo que aún queda de su melena y la hace ondear a ciento veinte kilómetros por hora. El grito se pierde en la espesura interminable de las hileras de frutales que se disponen en escrupuloso paralelismo, equidistantes, perpendiculares a la ruta. El bocinazo suena provocador, imprudente, algo chiquilín.

Que treinta años no es nada, carajo.

Reinaldo hunde el acelerador, la camioneta surca el aire y lo desplaza hacia los costados con un silbido rabioso, el ruido del caucho cuando pisa el asfalto juega en la sucesión prolija de frutales y huecos, rebota y llega a ellos como una repetición cadenciosa de soplidos histéricos.

El plan de Miguel se ejecuta con la sincronización de esos simulacros que hacen los militares cuando se preparan para una guerra.

En el restaurante, a la noche, pidimos cordero patagónico al asador, y vino. Yo pago el vino si me permiten, se ofrece Miguel. Busca en la carta el mejor malbec y pide dos botellas. El Mono aclara que él toma cerveza. Miguel se frota las manos, lo mira a Zavalita: de esto no te vas a olvidar en tu vida, Zavalita.

Después de cenar nos perdemos por callecitas oscuras de los suburbios. Miguel le pide a Reynaldo que estacione cerca de una esquina de la que llega el sonido de una música pegajosa. Reinaldo duda un momento. Al final se detiene, bajamos, Miguel a la cabeza, Zavalita lo sigue como un cachorro.

En la puerta nos recibe un tipo de casi dos metros de altura, nariz de boxeador, peinado a la gomina, estamos cerrando, aclara.

Miguel le extiende un billete. No hay problema, le dice, pueden cerrar, pero con nosotros adentro. El tipo mira el billete, mira a Miguel, imperturbable.

A ver muchachos, hagamos una colecta, cien mangos por cabeza.

Todos ponemos, al tipo se le iluminan los ojos, nos abre paso enseguida.

Miguel se abalanza hacia la barra. Esperen en esa mesa, dice, señala hacia un recoveco medio escondido. Encara a la encargada, una mujer de cincuenta años, escote generoso, mirada desconfiada. Quiero una botella de whisky, dice Miguel como para entrar en confianza, seis vasos, hielo. ¿Cuánto es?

A la mujer se le iluminan los ojos.

¿Nacional o importado?

Importado, ¿cuántas mujeres hay disponibles?

El importado sale cinco mil la botella, responde la mujer. Tengo cuatro chicas, dos mil cada una por toda la noche.

Miguel saca un fajo de billetes, cuenta.

Quiero verlas.

Cinco minutos más tarde tiene sobre sus rodillas a una de las chicas, otra va con Zavalita, dos más bailan sobre la mesa, empiezan a quitarse la ropa, lento, alargando cada movimiento, los ojos irritados, las miradas entre provocadoras y distraídas, piden más vasos, más hielo, ellas también beben del mejor whisky que tienen en el local, hay que terminar la botella lo más rápido posible, es parte del negocio, en eso están bien adiestradas, conocen el juego, a Pocholo ya le han desprendido el cinturón.

Zavalita se para y camina hacia la barra, al parecer discute con la dueña sobre el tipo de música que quiere escuchar.

Si no me sacás la cumbia nos vamos, grita Zavalita.

El Mono se ríe nervioso. Una de las mujeres que bailaba sobre la mesa se sienta en la falda de Reinaldo, que la mira desconfiado, tímido, se sonroja, disimuladamente la empuja hacia un costado, le susurra algo al oído. Necesito ir al baño dice sacándosela de encima.

La que se queda bailando sobre la mesa es la primera en desprenderse de toda la ropa, toda la ropa es mucho decir, en este caso una musculosa y una minifalda corta, un corpiño totalmente transparente, unos calzones estrechos, apenas simbólicos en su parte de atrás.

Pocholo se sirve lo que queda en la botella y pide otra. Una de las chicas ahora está sentada sobre sus piernas, cara a cara, le besa el cuello, recorre el pelo con ambas manos, empieza, también, lentamente, a desnudarse.

La mujer de la barra deja otra botella y se queda esperando, las manos en la cintura, la mirada desafiante hacia Zavalita que todavía sigue quejándose por la música. Miguel pide ayuda para la segunda vuelta, escarbamos en los bolsillos y vamos poniendo sobre la mesa billetes arrugados, lo que falta lo completa Miguel.

Reinaldo vuelve del baño y se sirve otro trago, agrega hielo, toma un sorbo prolongado, las chicas extienden sus vasos, reclaman su parte, abultan su ganancia y su propina.

Entonces se escucha el golpe sobre la mesa, los vasos se agitan en el aire y vibran sobre la mesa, el líquido se sacude, dibuja una especie de rompiente, algo se derrama, los hielos salpican al caer nuevamente sobre el whisky.

El silencio que sobreviene al golpe resulta más impactante que el golpe mismo. Tardamos un momento en reaccionar. Reinaldo nos mira a todos de pie, la cara roja por el alcohol o por el movimiento brusco con el que acaba de desahogarse o por ambas cosas, la mirada encendida de rabia.

No puedo permitir esto, y menos como médico. Estudié y juré que iba a velar por la salud de las personas… ¿Cómo mierda se les ocurre…?

Zavalita se sorprende, tarda unos segundos en comprender que no se trata de una joda. Miguel, lo mira con algo de fastidio, por qué no te vas de una vez y te dejás de romper los huevos.

A ver, ¿qué carajo van a hacer si una de estas pendejas cae redonda acá mismo de un infarto? Están pasadas de falopa, mirale las pupilas, están al borde del coma…

Sin que nadie lo note, el tipo de la puerta se ha puesto exactamente atrás de Reinaldo, mira a la dueña esperando instrucciones, la mano rozando ligeramente el bulto que esconde el saco. Por fin se decide, lo toma de atrás con suavidad, le pide que se calme, lo invita a dirigirse hacia la puerta, la mirada tirante que fuerza una sonrisa inexpresiva.

El Mono también se para. Miguel se inquieta, esto termina mal, piensa. Mono, quedate mosca, no ves que está armado.

El Mono se da vuelta y mira a Miguel, le guiña un ojo.

Sigan ustedes, no pasa nada, nosotros nos vamos, ¿no es cierto Reinaldo?

Entonces rodea la mesa, le extiende la mano al tipo de la puerta.

Disculpe jefe. Mira hacia el fondo, saluda a la dueña. Nos vemos otro día, dice. Lo toma de un brazo a Reinaldo y salen caminando hacia la puerta, se detiene y se da vuelta hacia nosotros, si se quedan se van a tener que ir caminando, muchachos.

Nos quedamos.

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1 comentario
  1. noodle magazine dice

    Noodlemagazine There is definately a lot to find out about this subject. I like all the points you made

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