HOMENAJE – por Marta Casanella
Hace un tiempo, escribí acerca de los docentes que tienen la facultad de ver cuando miran. Y que, en ese gesto mínimo, pueden cambiar la vida, el destino de una persona. Cuando nos miran sin ver, nos hacen invisibles. En cambio, sentirte visto te da entidad real.
A los ninguneados, a los niños fantasmas, se los ve como peligro o con algo parecido a la pena pero rara vez como sujetos portadores de derechos, con futuro, con vida. Entes que viven solo en las estadísticas, son la nada. Una nada útil o una nada molesta. Pero nada al fin. Alguna vez fui nada. Y alguna vez deje de serlo. Y este es un humilde homenaje a los precursores institucionales de mi entidad personal.
Corría el año 1984 y yo cursaba la escuela primaria en la escuela Fray M Esquiu. El desempleo feroz de la última parte del proceso militar nos había expulsado de nuestra S Bayas natal para tirarnos sin aviso en la periferia de Olavarría. Mi familia pensó que la única manera de esquivarle a la miseria era estudiar y yo debía continuar el secundario. Ya desde esos años algunas escuelas eran para los sin futuro y otras para los que si pueden. Y la Esquiu era de las primeras. Así que me pasaron a la nueva escuela 24 . Edificio recién inaugurado, antes de que la ocupación completa de las torres del Fona vi la convirtieran en una escuela periférica de alma aunque no geográfica.
Acá empieza otra historia. Mis docentes de ese año fueron una bisagra en mi vida. Hilda Baltz nos enseñaba Lengua. Raquel Gamondi, Ciencias Naturales, Dina Bruni matemática y Laura Antista Ciencias Sociales.
Laura, hoy Directora de gran trayectoria era jovencísima. Tenía una cabellera con rulos que eran mi envidia. Y sonreía todo el tiempo. Te miraba con cariño. Aun hoy lo hace. Ese año se caso y fuimos a su casa a despedirla. De la soltería, no de la educación. Y esa fue la primera vez que fui al centro sola. Y la primera vez que me sentí parte de algo.
Raquel Gamondi, sonriente e impecable docente no hacía otra cosa que ponerme muchos 10.Y Dina, nos invitaba a su local de ropa en la Alsina casi Belgrano. Y nos decía que las maestras podían ser jóvenes y divertidas. Hilda Baltz, no tenía edad. Podía tener 100 o 40. No importaba, la autoridad desde la que se movía hacia de el tiempo un detalle innecesario. Y la elegí madrina de confirmación. Fue mi última incursión en la práctica oficial del catolicismo pero me valió ser invitada a tomar el té a la casa de Hilda. La incomodidad mía ante tanto platito de porcelana, taza y cucharita en una mesita ratona de living, fue tan marcada que me causo gracia. Las tazas de plástico o de loza son muchos más amigas de los niños pobres. Me dijo que sí, que era un honor y entro conmigo a la Iglesia San José.
En conjunto, estas mujeres, decidieron darme el honor de portar a fin de año la bandera nacional. Y yo, que tenía más calle de la saludable, muchos parches en la ropa y agujeros en las zapatillas, que tenía que hacer 60 cuadras para llegar a la escuela y que también tenía que imaginar qué demonios comer mañana. Yo, porte la bandera de ceremonias. Y recuerdo un compañero, que no voy a mencionar porque luego se hizo un buen hombre, me cuestiono como una “cabecita” como yo podía ser abanderada. Lástima que en esa época no conocía la expresión de “lo que natura non da Salamanca non presta”
Sobrevinieron años aun más difíciles, pero la marca del “vos podes” estaba escrita a fuego en mí. Nunca me olvide, nunca deje de intentarlo. Y simplemente, gracias.
HERMOSO Y EMOCIONANTE. TOCA EL ALMA. CUANTAS PERSONAS VIVEN SOLO PARA ESCONDER SU PASADO EN VEZ DE SUPERARLO. TE ADMIRO MUCHO
No encuentro la calificacion precisa dentro de las 3 q hay!…Me encanto, increible gesto! Me hizo volver el tiempo atras; como asi también, no poder olvidar las voces del presente!
Muchos besoss!!!!