Informe: la muerte del heredero de Amalita

Quién era Alejandro Bengolea, el único
heredero varón de la mítica empresaria. Claroscuros de una vida signada
por los mandatos familiares. Galería de imágenes.Marina Abiuso de Revista Noticias te cuenta la história.
Alejandro Bengolea había sido criado
para reinar sobre un imperio. “Lo único que no le perdono a Inés es que
sea ella y no yo la madre de Alejandro”, decía Amalita Fortabat, que
siempre había querido un hijo varón. Tuvo que conformarse con ser su
abuela, pero no se privó de marcar su impronta: lo llevó a trabajar con
ella a Loma Negra, lo anotó en universidades extranjeras y le contrató a
profesores como Ricardo López Murphy para ayudarlo con complejos
seminarios económicos en los que se cruzaba con otros millonarios como
él.
Alejandro era, sin embargo, un hombre
sencillo. En los años en los que Amalita detentaba más poder, él
prefería pasar tiempo en la Estancia San Jacinto. Allí había pasado los
mejores días de su niñez confundido entre los niños de Villa Alfredo
Fortabat, el pueblo vecino a la fábrica donde todas las casas eran
propiedad de su familia. Alejandro iba y venía en avión privado. Cuando
su abuela quiso tener un club de fútbol y contrató a jugadores famosos,
el nieto llegaba con sus compañeros de colegio e interrumpía las
prácticas para que jugaran con ellos un “picadito”. En la investigación
que con Soledad Vallejos realizamos para “Amalita, la biografía”,
algunas viejas glorias lo recordaban “hinchando las pelotas”. El
problema no era el fútbol, aquella vez que los despertó de madrugada,
justo antes de un partido, para que pudieran presenciar el nacimiento de
un toro, hijo de algún campeón millonario de la cabaña Fortabat. Esa –y
no la fábrica, ni el polvo ni el cemento– era la gran pasión de
Alejandro. “Podía hablar del campo durante horas, explicar el por qué de
cada hectárea, cómo había que invertir en cada lugar. No era igual con
la fábrica y sentía la presión”, recordó López Murphy para la biografía
de su abuela.
Hubo que contar a Alejandro para contar a
Amalita: su esfuerzo de nieto obediente viajando cada semana a las
fábricas de Zapala, de Frías, de Barker. Su intento de expandir Loma
Negra con una segunda planta en Olavarría y la fortuna que terminó
costando el proyecto, llamado L’Amalí. En mayo del 2002, su abuela le
cobró una crisis que era nacional y lo echó de la dirección de Loma
Negra. Si no era Alejandro, no sería ninguno. A la muerte de Amalita en
el 2012, su hija Inés Lafuente recibió millones pero no la empresa,
vendida años antes. Para Alejandro quizás haya sido un alivio: se había
alejado de los negocios familiares tanto como le fue posible. Estudió
psicología y cursó sus prácticas en el Borda sin que nadie se imaginara
que era un poderoso heredero. Se separó de la madre de sus hijos,
Zelmira Peralta Ramos, y se unió a Valeria Bonanno, con quien tuvo un
discreto emprendimiento gastronómico en Recoleta. No ambicionaba más.
Llegó a reconciliarse con su abuela.
Poco tiempo después de la muerte de ella, le detectaron un cáncer de
garganta. Alejandro dio pelea. Se operó en Estados Unidos y durante un
largo tiempo pareció mejorar. Los últimos meses los pasó en su casa. Sus
hijos –dos varones de poco más de veinte– se mudaron con él para
acompañarlo en todo momento. Allí murió esta madrugada a los 50 años.

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