«La totalidad del cuerpo» por Marta Casanella

Cierren los ojos y piensen en una parte de su cuerpo: la que más les guste, la que más satisfacciones les haya dado, la que mejor les funcione. No, esa no. Sigan pensando. La parte del cuerpo que más ha sido educada. Que más atención ha recibido. Sobre la que se han escrito miles de libros. La que les permite ganar dinero (insisto, esa no) Si, la cabeza.
Escuche una disertación de un ingles, Sir Ken Robinson, que explicaba, con el humor y la flema típica, que todo el sistema educativo de Occidente estaba centrado en la inteligencia formal. Aquella que te prepara para la Universidad. Pero nadie se preocupa por educar a la persona en su totalidad. Su cuerpo completo, sus oídos, sus manos. El arte abarca al hombre de manera íntegra. Y, todos podemos ser artistas. Todos los niños, son potenciales artistas porque se expresan sin miedo al ridículo, sin miedo al error.
La educación formal y la vida en sociedad van acotando, de a poco, pero de manera persistente, esa capacidad creativa. El arte, está reservado para los virtuosos. Aquellos que tienen aptitud natural. El resto, hace lo que puede con lo poquito que natura le dio.
Sir Robinson debería darse una vuelta por estas tierras inhóspitas para sorprenderse de cómo logramos no hacer bien ninguna cosa. Ni la cabeza ni el resto. Todo el sistema argentino está preparado para los que aprenden solos. Los que no, ya se sabe, no.
Pero volvamos sobre el arte. Un esfuercito más. Piensen en que les hubiera gustado hacer y no pudieron. Cantar como Annie Lennox, bailar como Cassano, jugar como el Diego, pintar como Picasso, tocar como Atahualpa. Pero no. Las horas de artística son poquísimas y están relegadas a un tercerisimo plano (después de las materias en serio y la conducta) Y para colmo los profesores, dedican sus clases a los que tienen potencial. Uno, yo más específicamente, nacimos torpes. Zurda, me peleo con los abrelatas, astigmática, nunca vi bien una pelota. Amiga de todos los vicios legales disponibles, el deporte nunca fue lo mío. Naturalmente habilidosa con la palabra, me dedique a leer y escribir. De sentada, claro. El cuerpo, lo descubrí tarde. Amo bailar, bailo sola y en público. Acepto mi cara, mi cuerpo, mis errores, mis torpezas. Disfruto de lo que puedo rescatar de una conciencia artística adormecida. Me hubiera gustado cantar y no se hacerlo. En cierto modo, es tiempo pero también es tarde. Porque me da vergüenza. Nos da vergüenza no ser “artistas”. Avergonzaríamos a todos si nos largamos a hacerlo mal. Entonces preferimos callar, quedarnos quietos, no llamar la atención.
Que perdemos en esta elección de anonimato artístico? Detallar las pérdidas excede mis posibilidades pero tratando de resumir: la posibilidad de vivir en plenitud y de manera armónica con el mundo. Una persona que no canta, que no se mueve, que no puede expresarse sino por medio de las ideas, se termina consumiendo a sí mismo. Y encuentra al mundo cada vez más complejo, confuso, inaccesible y distante. Si no pinto, si no canto, si no puedo correr, no puedo jugar. Si me convenzo que solo juegan los que ganan les dejo el futuro a los mismos de siempre.