Opinión | Tiempo de balances


Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias ([email protected])

Si bien, y tal como decía Borges, es totalmente trivial el hecho de reemplazar un nueve por un ocho en el calendario, resulta inevitable mirar hacia atrás con mirada crítica cada fin de año y contar las buenas y las malas.
Es probable que dentro de algunas décadas, cuando se revisen estos años, el balance resulte negativo y se piense este período como el período del endeudamiento indiscriminado y suicida, del retroceso en materia de derechos laborales, de la reducción violenta del poder adquisitivo de los trabajadores, de la destrucción de la industria nacional y del regreso a la tan temida desocupación. No existe un sólo indicador económico que el gobierno pueda esgrimir como promisorio o alentador, por el contrario, los números de la economía se mantienen en un equilibrio inestable a la espera de un milagro. Puede resultar paradójico pero cada vez es más evidente que el sostenimiento de esta situación de franco retroceso para la gran mayoría de los argentinos se basa en la famosa pesada herencia, que justamente por su peso y por consiguiente por su inercia, ha logrado demorar el descalabro definitivo.
Ya nadie pone en duda el desvanecimiento de esa gran falacia, ingenua falacia, que se esconde detrás del “no necesitan robar porque son millonarios”, o aquella otra que pedía ingenieros y técnicos en el poder en lugar de políticos.
Autoridades del CONICET, institución emblemática del desarrollo científico y tecnológico en todo Latinoamérica, acaban de denunciar que existen investigadores cuyos ingresos están por debajo de la línea de la pobreza y que, con el presupuesto asignado para el año próximo, resultará prácticamente imposible sostener el funcionamiento normal de la institución.
En nuestra ciudad, el conflicto entre los obreros ceramistas y una de las más importantes empresas de cerámicos del país nos ha mantenido en vilo durante todo diciembre. Si bien las gestiones del sindicato han logrado reducir el número de puestos de trabajo perdidos, aún resta la definición del conflicto que ahora está en manos de los afiliados al gremio.
Pero no todo pasa por la economía y la política. El fútbol nos permitió este año medir con extremada exactitud el tamaño de nuestra estupidez y el grado de precariedad que existe a todo nivel. En lo estrictamente deportivo, nadie se acuerda ya que este año se jugó un mundial de fútbol durante el cual la opinión pública fue oscilando entre ver a nuestro equipo como el futuro e indiscutido campeón y considerarlo un rejuntado de aficionados cada dos días, o que Boca ganó la Superliga 2017-2018, lo que queda latente todavía, y permanecerá tal vez por mucho tiempo en la memoria de todos, es la victoria en España de los que alguna vez, hace mucho tiempo, se fueron del barrio y no volvieron nunca más. Aunque, casi enseguida, los que se quedaron cerca del riachuelo tuvieron su consuelo al demostrar que sólo ellos pueden con los grandes equipos de Europa.
La lista de cosas para olvidar de este 2018 sería interminable, la fiestita del G20, las fotocopias de unos cuadernos que como dijo alguien parecen haber sido escritos por García Márquez, la incapacidad de los jueces para encontrar el PBI que se robó Cristina, la estafa de Bolsonaro, el robo a los jubilados.
En fin, el treinta y uno a las doce, en medio del estruendoso y enigmático festejo pirotécnico, muchos argentinos levantaremos las copas para pedir que se terminen los cambios, ya estaría bien así. Hasta sospecho que muchos, en voz baja tal vez para no llamar la atención, alzarán sus copas al cielo y brindarán para que las cosas vuelvan a ser como alguna vez fueron.

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