Adoctrinadores adoctrinados

 

Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

Una vez más, esta semana, el gobierno propuso una discusión estéril para tapar las discusiones de fondo que deberíamos darnos los argentinos en relación al rumbo que están tomando los acontecimientos políticos. En esta oportunidad le tocó el turno a un tema que resurge cíclicamente en cada gobierno de derecha, la supuesta manipulación, por parte de algunos docentes, del pensamiento de sus estudiantes. Dicho de otro modo, el tan temido adoctrinamiento. Siendo especialidad y motivación de esta columna tratar justamente temáticas estériles, de ningún modo le sacaremos el bulto al desafío.

Cuando afirmamos que la discusión resulta estéril no lo decimos porque no sea interesante o válida, sino porque resulta completamente ridícula. La educación pública obligatoria fue impuesta en 1884, durante el gobierno de Roca, justamente con la intención de adoctrinar, de “construir” ciudadanos funcionales a los intereses económicos de la época y afines ideológicamente hablando al modelo de país que intentaba imponer el bando vencedor de la batalla de Pavón (aunque Roca en esa batalla haya estado, paradójicamente, en el bando de Urquiza).

Aquella educación pública obligatoria fue diseñada en gran medida por Sarmiento y pensada, repito, como un instrumento para formar ciudadanos en el espíritu del pensamiento liberal de aquel tiempo. A partir de ese momento y por muchísimas décadas, la educación pública transmitió la interpretación de nuestra historia a partir de los textos de Mitre. Tan eficaz fue en ese sentido, que justamente hoy, cuando alguien contradice la historia oficial que enseñaron a nuestros padres, a nosotros mismos, a nuestros hijos, nos parece paradójicamente que nos están adoctrinando.

Mitre y Sarmiento entendieron mejor que nadie que las batallas más importantes de la guerra civil se daban en el terreno de la literatura y actuaron en consecuencia.

Pero denunciar o pretender prohibir el “adoctrinamiento” encierra una concepción de la realidad verdaderamente repudiable. Significa creer en la verdad absoluta, en una manera única y particular de ver y entender la realidad del presente y la realidad histórica, y esa concepción sesgada y rígida es perniciosa no sólo por no responder a las pautas del pensamiento crítico, por no dejar lugar a los matices sino por concebir una realidad elemental y básica, en la que se han limado o borrado los detalles, donde se ha privilegiado una mirada superficial y poco elaborada de un universo que, como diría Borges, resulta laberíntico.

Cerrarle las puertas a la diferencia de criterios en el colegio, a la convivencia de distintos puntos de vista, a la alternancia de explicaciones encontradas o contradictorias es no solo taparles la vista a los estudiantes sino también, y, sobre todo, impedir que se desarrollen en el espíritu de la duda, de la curiosidad, de la beneficiosa y hoy imprescindible y saludable práctica de la desconfianza y la contradicción. Para avanzar es necesario encontrarle la antítesis a toda tesis, ya lo dijo el filósofo, ¿cómo podemos concebir que se recorte en las nuevas generaciones de estudiantes la posibilidad, nada menos que de pensar? Cerrar cualquier forma de pensamiento en el aula, por más contraria que sea a nuestras convicciones, significa remitirnos a la educación escolástica, volver a las tinieblas de una educación anterior a la Reforma Universitaria, cuando la enseñanza consistía en repetir cíclica y desinteresadamente las enseñanzas del manualcito que había escrito alguien alguna vez.

Los padres que denuncian a docentes, no temen el adoctrinamiento, todo lo contrario, en realidad son férreos defensores de un adoctrinamiento que por persistente se hizo natural, se convirtió en una barrera para el crecimiento intelectual, se volvió verdad absoluta. Y por lo tanto ya no sirve.

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