Andábamos sin buscarnos


Libros / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

Publicada en 1963, y dada su influencia e impacto, Rayuela, de Julio Cortázar, merece sin dudas el rótulo de “clásico” de la literatura latinoamericana y universal.

Novela rara, experimento narrativo ambicioso, Rayuela es un intento de romper con las formas convencionales del género, de abrir nuevos espacios narrativos a punto tal de haber sido tildada de “antinovela” o, como la definía su propio autor, “contranovela”.

Rayuela tiene dos modos posibles de lectura, aunque el autor también sugiere que podría leerse de muchas otras maneras. Uno de ellos, más bien convencional, propone la lectura en el orden en que son presentados y enumerados los capítulos, es decir comenzando por el uno, siguiendo por el dos y finalizando en el 56, prescindiendo del resto del libro. La segunda sugiere comenzar por el capítulo 73 y luego seguir una secuencia en apariencia caprichosa de capítulos, retrocediendo y avanzando en las páginas del libro de acuerdo a una secuencia que se indica en un “tablero”.

Horacio Oliveira y la “Maga” se conocen en las calles de París. “Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos” es posiblemente la frase más recordada y define a la perfección las reglas en las que se basaba el romance entre ambos personajes.

En torno a esa historia se despliega una continua e interminable especulación filosófica a partir de la búsqueda permanente de Horario, una búsqueda de sentido a su existencia, una persecución incesante de algo que no se sabe qué es pero que resulta imprescindible para llenar el vacío existencial que lo abruma.

Es cierto que Rayuela es un libro que envejeció mal. Es decir, fue perdiendo interés con el tiempo, no logró mantener el atractivo que despertó en un principio. Ya constituye un lugar común afirmar que Cortázar fue un gran escritor por sus cuentos y no tanto por sus novelas. Sin embargo, Rayuela simboliza mejor que ningún otro libro las obsesiones que perturbaban a los jóvenes de los años sesenta y setenta.

Por esos años leer Rayuela era una especie de rito de iniciación, había que leer rayuela para pertenecer, para ser parte de una generación que se proponía cambiar el mundo derribando estructuras que se pensaban caducas y cuyos pilares, como se vio después, eran mucho más sólidos de lo que podía imaginarse.

¿Qué ofrece la lectura de Rayuela sesenta años después de su publicación? ¿Qué podrían encontrar los jóvenes de hoy en Rayuela? En primer lugar, su lectura, hoy, sería como una especie de bálsamo contra esa enfermedad que nos afecta a todos desde hace unas décadas y que Roberto Bolaño denominaba sensatez. Por otro lado, acompañar a Horacio y a la Maga por el costadito del Sena, detenerse con ellos en el Pont des Art a contemplar la ciudad, bajar a la orilla del río a divagar con cirujas y borrachos, posiblemente recupere en los jóvenes de hoy el perdido encanto de la aventura, esa costumbre sana de dejarse llevar por la tarde, por los olores, por los sonidos, despojaría de utilitarismo a conciencias educadas para ser funcionales a un sistema alienador y diseñado para acercanos al abismo.

Tal vez hoy, más que en los sesenta, resulte necesario leer Rayuela.

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