Asunción de María
En el siglo V se fijó para ser celebrada el 15 de agosto esta solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María, con el sentido de «Nacimiento al Cielo» o, en la tradición bizantina, «Dormición» de Nuestra Señora. En Roma, la fiesta se celebra desde mediados del siglo VII, pero recién en 1950 Pío XII proclamó el dogma dedicado a María asunta al cielo en cuerpo y alma.
Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “La Santísima Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo, en donde ella participa ya en la gloria de la resurrección de su Hijo, anticipando la resurrección de todos los miembros de su Cuerpo.” (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 974).
Este día, recordamos que María es una obra maravillosa de Dios. Concebida sin pecado original, el cuerpo de María estuvo siempre libre de pecado. Era totalmente pura. Su alma nunca se corrompió. Su cuerpo nunca fue manchado por el pecado, fue siempre un templo santo e inmaculado. La maternidad divina de María fue el mayor milagro y la fuente de su grandeza, pero Dios no coronó a María por su sola maternidad, sino por sus virtudes: su caridad, su humildad, su pureza, su paciencia, su mansedumbre, su perfecto homenaje de adoración, amor, alabanza y agradecimiento. María cumplió perfectamente con la voluntad de Dios en su vida y eso la llevó a la gloria de Dios.
La Asunción de María es para nosotros motivo de alegría, felicidad y esperanza. San Josemaría lo define con estas palabras: “La fiesta de la Asunción de Nuestra Señora nos propone la realidad de esa esperanza gozosa. Somos aún peregrinos, pero Nuestra Madre nos ha precedido y nos señala ya el término del sendero: nos repite que es posible llegar y que, si somos fieles, llegaremos”.
En palabras de Benedicto XVI: “En esta Solemnidad de la Asunción miramos a María: Ella nos conduce a la esperanza, a un futuro lleno de alegría y nos enseña el camino para alcanzarlo: acoger en la fe a su Hijo; no perder nunca la amistad con Él, sino dejarnos iluminar y guiar por su palabra. En esta solemnidad de la Asunción contemplamos a María: ella nos abre a la esperanza, a un futuro lleno de alegría y nos enseña el camino para alcanzarlo: acoger en la fe a su Hijo; no perder nunca la amistad con él, sino dejarnos iluminar y guiar por su Palabra; seguirlo cada día, incluso en los momentos en que sentimos que nuestras cruces resultan pesadas. María, el arca de la alianza que está en el santuario del cielo, nos indica con claridad luminosa que estamos en camino hacia nuestra verdadera Casa, la comunión de alegría y de paz con Dios”.
Mantengamos nuestra mirada y nuestro corazón fijos en aquella que nunca abandonó a su Hijo Jesús y con Él goza hoy de la alegría y la gloria del Cielo. Y encomendémonos a ella pidiéndole que nos ayude a recorrer el camino de la vida sabiendo reconocer las grandes cosas que Dios realiza en nosotros y a nuestro alrededor, para magnificarlo con el canto de nuestra existencia.
Colaboración de las Misioneras de la Inmaculada, Padre Kolbe