Conmemoración de los Fieles Difuntos
Colaboración de las Misioneras de la Inmaculada Padre Kolbe

Desde el siglo II se encuentran testimonios de que los cristianos rezaban y celebraban la Eucaristía por sus difuntos. Al principio, el tercer día después de la sepultura, luego en el aniversario. Más tarde, el séptimo día y el trigésimo. La liturgia propone varias Misas para este día, orientadas a resaltar el misterio pascual, la victoria de Jesús sobre el pecado y la muerte. El mensaje es quien «vea al Hijo y crea en Él tendrá vida eterna y el Señor lo resucitará. Por esta verdad, Jesús se hizo hombre, murió en la cruz y resucitó: para hacernos partícipes de la alegría de la resurrección. «A ellos, Señor, y a cuantos descansan en Cristo, concédeles el lugar del consuelo, de la luz y de la paz”, dice el canon I de la Misa, en el momento del recuerdo de los difuntos.
Morir no es desaparecer, sino existir de una manera nueva. Quienes nos han precedido en el camino de la vida han llegado a la meta, están un paso más allá, nosotros todavía estamos peregrinando. La muerte es el comienzo de una nueva vida para la que nos preparamos desde hace tiempo. La conmemoración de los difuntos no consiste sólo en recordar a los que ya no están; también indica que la muerte es un puente que nos espera al final de la vida y que nos conducirá a la otra orilla a la que todos estamos destinados: porque todo pasa, pero Dios permanece.
San Francisco de Asís, una vez reconciliado con Dios, consigo mismo y con la creación, hacia el final de su vida se reconcilió también con la muerte, hasta el punto de llamarla «hermana», porque también para él era un misterio que había que acoger. A diferencia de la sociedad actual, que intenta ocultar la realidad de la muerte -engañándose a sí misma con la ilusión de que es eterna- San Francisco nos enseña a mirarla, a aceptarla, a considerarla una «hermana», parte de nosotros. Es un hecho tan real como la vida. Es un acto de honestidad intelectual, incluso antes que espiritual.
El Papa Francisco se refería a esta Conmemoración con estas palabras: “¡Seremos finalmente revestidos de la alegría, de la paz y del amor de Dios en modo completo, sin ningún límite, y estaremos cara a cara con Él! ¡Es bello pensar esto! Pensar en el cielo es bello. ¡Da fuerza al alma!”. Y dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “La Iglesia peregrina, perfectamente consciente de esta comunión de todo el Cuerpo místico de Jesucristo, desde los primeros tiempos del cristianismo, honró con gran piedad el recuerdo de los difuntos y también ofreció por ellos oraciones, pues es una idea santa y provechosa orar por los difuntos para que se vean libres de sus pecados. Nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles sino también hacer eficaz su intercesión en nuestro favor”.
Leemos la muerte a la luz de la resurrección de Jesús. Esta es nuestra fuerza y nuestra serenidad. Él nos ha abierto el Camino que conduce con la Verdad a la Vida. Estamos hechos para la eternidad, este tiempo de la vida, tan breve, pasajero, no tiene sentido si no se proyecta hacia una experiencia verdadera, como nos recordó el mismo Jesús: «Quien ve al Hijo y cree en Él tiene vida eterna».