Después de la tormenta (¿O antes?)
Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)
“Ahora habrá que aguantar un tiempito, pero después va a andar todo mejor”, me dice un comerciante amigo. Comerciante de un rubro de esos que uno descarta antes que nada cuando las cosas vienen mal, rubro innecesario si se quiere, al que la gente acude cuando le sobra algo de platita y no sabe dónde invertirla y entonces decide mejorar un poco la estética de la casa. “Lo importante es que no vuelvan más los crápulas”, continúa después, haciendo todo lo posible para hacer notar que debo pensar en crápulas escrito con k inicial.
Me siento tentado de poner en duda lo de “tiempito”, de avisarle que los chilenos, por ejemplo, llevan cincuenta años esperando que llegue ese tiempo en el que iban supuestamente a verse los efectos positivos del sacrificio inicial y nada. Todavía nos les llega, pobres. Es más, yo creo que ya ni saben que estaban esperando algo.
Me contengo. Mejor dejarlo que transite por sí mismo la experiencia del aprendizaje. Las nuevas corrientes de la didáctica aseguran que el aprendizaje es más efectivo y duradero cuando el aprendiz descubre por sí mismo lo que el maestro quiere enseñarle. Aunque en este caso, el comerciante amigo, por la edad que imagino debe tener, ya transitó por experiencias similares. Ya habíamos mencionado en columnas anteriores que si hay algo que Milei no tiene es originalidad.
Respecto a la otra frase, la de que todo va a estar mejor en tanto y en cuanto no regresen los crápulas, me despierta dos reflexiones. La primera es ¿cómo estar tan seguro de que la persona a la que le habla votó igual que él en las últimas elecciones? ¿Dónde imagina que está el 45 % que votó en contra de Milei y que para él son crápulas? ¿Concentrados tal vez en ese espacio impreciso que llaman gran Buenos Aires? ¿O en bunkers donde se refugian todos los narcos, planeros, haraganes, inútiles, etc.?
El otro pensamiento que me asalta, me remite a aquella frase famosa de Perón cuando le preguntaron, General, ¿qué vamos a hacer para volver?, a la que supuestamente Perón respondió: Nada, no vamos a hacer nada, mejor dejemos que lo que haya que hacer para que volvamos lo hagan ellos.
Pero tampoco comparto estas ideas con el comerciante amigo y, con todo el cinismo que puedo juntar en la cara, le respondo que sí, que pronto le va a ir bien con su exitoso emprendimiento. Tal vez sea una actitud de auto protección mental hacerse el boludo en una ciudad en la que dos de cada tres personas votaron para que regrese el neoliberalismo. Ciudad a la que hasta hace poco le llamábamos la ciudad del cemento, o la capital del cemento, y que vota masivamente a un tipo que había adelantado que cortaría de cuajo la obra pública si ganaba. Obra pública que pone al Estado Nacional como el principal cliente de las industrias cementeras, ¿no? Quiero decir, ¿se entiende el despropósito? Pero claro, ya habíamos conjeturado aquí mismo que la “gente”, esa abstracción también difusa y de definición ambigua, no contempla cuestiones como esa a la hora de votar.
Adhiero a la teoría de que todas las cosas, por malas que parezcan, tienen algo positivo. Estuve semanas pensado en encontrar algo positivo para transmitirle a mi hijo que inicia el tramo final de su educación secundaria. Me costó, pero lo encontré: vas a transitar esta etapa importante de tu formación en un contexto de represión, de protocolos anti manifestaciones públicas, de ensayos antidisturbios de la policía. Eso les va a dar, a vos y a tus compañeros, entrenamiento, capacidad para argumentar, experiencia. Por eso esta generación va a ser mejor, como también lo fue la generación que estudió bajo la dictadura. Van a aprender a resistir, a pelear ahora sí, de verdad, por recuperar la libertad. La libertad verdadera, digo, no la del mercado.
El viento pasó por Olavarría, la lluvia, dos tornados, ¿tres? Ya perdí la cuenta. Gente en la calle, techos volados. ¿Quién se hace cargo de toda la comida que tenían los olavarrienses congelada? Hay que tirar todo o apurarse a consumirlo. Para colmo, justo cuando el precio de los alimentos se dispara. Mientras los genios de la economía siguen repitiendo que nos quedemos tranquilos, que cuando la gente ya no pueda comprar el alimento para sus hijos, el dios mercado va a reaccionar haciendo que los precios bajen. Qué linda es la regulación automática de las cosas, todo fluyendo libremente hacia un equilibrio estable y duradero donde la paz social y el bienestar se van a dar así nomás, como por arte de magia.
Y bueno, así nos vamos acercando de a poco a otro fin de año, tensos algunos, victoriosos y confiados otros, saciando la sed de la venganza aquellos que durante años pagaron impuestos para “mantener vagos”, expectantes la mayoría, sintiéndonos como ratas de laboratorio, como actores de un experimento que sabe dios en qué librito lo leyeron.
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