Diarios de vida
Libros / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)
Escribir un diario de vida sería algo así como escribirse una carta a uno mismo. Puede sonar paradójico o inútil, aunque en realidad es bastante frecuente que suceda. Es que ese mensaje a uno mismo no es inmediato, no es instantáneo, es, por el contrario, un mensaje diferido, un mensaje al uno mismo del futuro. O, dicho de otro modo, es dejar un testimonio del uno mismo de ahora para que lo lea el uno mismo de cuarenta años más tarde.
Parece un juego de palabras, pero no lo es. La motivación de escribir un diario pasa por dejar plasmado en un texto las sensaciones, preocupaciones o circunstancias que se atraviesan en el día a día con el fin de poder observar, con el tiempo, el devenir de una vida, los cambios en la personalidad de quien escribe, el modo en que nos dejamos arrastrar o nos resistimos al contexto, a las modas, a las formas de pensar que se imponen generación tras generación.
Abelardo Castillo, alguien que llevó un diario durante muchos años, asegura que en sus diarios no está lo más relevante de su vida sino todo aquello que en su momento no cabía en la categoría de inolvidable. Por ejemplo, en sus diarios no hay constancia de cuando el gobierno de Onganía lo llevó preso por publicar una revista considerada subversiva. No sintió la necesidad de escribir sobre algo que nunca olvidaría. Tampoco hay grandes referencias a la época del Proceso por idéntica razón.
En un diario nadie escribiría: hoy me casé, ni hoy nació mi primer hijo. De llevar el registro de esos datos se encarga el monstruoso aparato burocrático del Estado. Sí, en cambio, en un diario podrían volcarse las sensaciones que provoca el hecho de casarse o tener un hijo.
Un verdadero diario de vida se escribe a partir de la certeza de que nadie, más que uno mismo, lo leerá. Cuando alguien se vuelve famoso y las editoriales empiezan a rondar como buitres sedientos de material inédito, la tentación de publicar un diario tal vez apremie. Algunos se dejan tentar y dan a conocer sus secretos, no sin antes revisar y cuidarse de no ofender a nadie o no dejar al descubierto ciertas miserias.
Por esa razón me pareció imprudente la publicación de los diarios de Bioy Casares después de su muerte. Algo que el escritor nunca autorizó. Sus descendientes decidieron dar a conocer esos papeles y de tal forma desnudaron aspectos de la personalidad del escritor que estaban restringidos a su fuero más íntimo. ¿Puede alguien en su diario mofarse del amigo de toda la vida? Claro, porque lo que se escribe en un diario personal ―volvemos al inicio de esta nota― tiene como único destinatario a uno mismo. Reprimir motivaciones espontáneas de ese tipo sería como obligarnos a no pensar mal de nadie. Sin embargo, cuando esas apreciaciones tan personales se vuelven públicas, cambian completamente de sentido debido a la sencilla razón de que no habían sido enunciadas para ser leídas de ese modo.
En fin, leyere quien leyese (expresión que la IA pretende censurarme por “arcaica”), nunca perdamos la saludable costumbre de escribir.