El boom con la pólvora mojada
Libros / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)
Hace exactamente cincuenta años, Mario Vargas Llosa presentaba su tesis de doctorado en la Universidad Complutense de Madrid. La obra llevaba por título: García Márquez: historia de un deicidio. Estaba dedicada al colega por el que sentía profunda admiración. Unos años más tarde se produjo la famosa disputa entre los dos escritores. Según cuentan las malas lenguas, el colombiano esperaba en el Palacio de Bellas Artes de México el inicio de la proyección del film “La odisea de los Andes”, de Álvaro Covacevich, cuando Vargas Llosa lo sorprendió con una certera y potente trompada que le dejó el ojo en compota. Los motivos de la ira del peruano nunca fueros develados, aunque no sería descabellado imaginar una disputa amorosa entre ambos.
Después del encontronazo, Vargas Llosa sacó de circulación el libro basado en su tesis y lo mantuvo discontinuado hasta que ahora, cincuenta años después, autorizó a Alfaguara a publicar una nueva edición.
El hecho, anecdótico, tal vez sirva de corolario al famoso movimiento conocido como boom de la literatura latinoamericana, movimiento literario y político que aún mantiene una minúscula vigencia sólo por la longevidad del único de sus exponentes que aún sigue publicando nuevos libros, Mario Vargas Llosa.
Lo más difícil para un libro es envejecer con dignidad, parece ser la enseñanza que nos deja el boom. Prácticamente ninguno de los libros de aquellos años pudieron lograrlo. La mayoría de ellos no pudieron entusiasmar a nuevos lectores: ¿quién leería “El obsceno pájaro de la noche”, hoy? La novela de Donoso resulta ahora insoportablemente pretenciosa, muestra de la jactancia desmedida y ridícula de su autor. Algo similar pasa con Carlos Fuentes, cuya obra, tal como declara Rafael Torriz esta semana en la Revista Ñ, “parece más un monumento vaciado de sentido –bien a la mexicana– que confunde lo grandioso con lo grandote, con lectores que no se han renovado con el tiempo y el eco de su nombre suena como un dios de barro que se rompe”.
Ni siquiera los dos exponentes galardonados con el premio Nobel superan la crueldad del paso de los años. Si bien se reconoce la importancia de novelas como “Conversación en la Catedral”, “La ciudad y los perros” y “La casa verde”, de Vargas Llosa, como estandartes de la literatura latinoamericana, su influencia viene en franca decadencia. Más que copiar aquellas obras, los escritores actuales se esfuerzan por diferenciarse de ellas. Hace tiempo, Juan José Saer lo declaró sin pelos en la lengua cuando caracterizó la literatura del peruano por “su verborrea omnipresente, su sintaxis renga, sus efectos de pacotilla, su narcisismo vulgar que, a decir verdad, nada justifica”.
Ni siquiera la obra cumbre de aquel movimiento, la comercialmente exitosísima “Cien años de soledad”, de García Márquez, logra escapar al descoloque de los años. Tal como adelantara el visionario Pier Paolo Pasolini, son muchos los que hoy ven en ella “la novela de un guionista o de un costumbrista, escrita con gran vitalidad y derroche de tradicional manierismo barroco latinoamericano, casi para el uso de una gran empresa cinematográfica norteamericana”.
Durante algunos años se pretendió salvar a Cortázar del bochorno de sus novelas sosteniendo que sus cuentos eran geniales. Las novelas del argentino estaban sostenidas por la ideología dominante de la época, resultaban atractivas o valiosas para quienes planeaban hacer la revolución, son cáscara vacía para los jóvenes de hoy. Los cuentos, si bien aún hoy mantienen cierto encanto, están avanzando lentamente hacia esa rama de la literatura que se conoce como literatura juvenil o literatura de iniciación.
En todo caso, el aporte que pudo haber dejado el boom habría que buscarlo en el estímulo que significó para las nuevas generaciones de escritores. Los escritores latinoamericanos actuales encuentran hoy un espacio de expresión en cierto modo gracias al camino que trazaron aquellos precursores.
Ni siquiera quedó, de aquella movida, la tendencia tan marcada hacia el reclamo colectivo, hacia la denuncia, hacia el sostenimiento de cierta actitud de resistencia. El carácter tan ideologizado que tuvo el boom se perdió por completo, y si buscáramos ejemplos actuales encontraríamos posiblemente que las excepciones a esta regla se manifiestan en expresiones que se colocan en las antípodas de las que se difundieron por todo el continente en los años sesenta y setenta: Leonardo Padura ha construido una literatura cuya principal característica es su mirada crítica al régimen cubano, Rafael Gumucio y Roberto Ampuero, en Chile, escriben con el propósito de ridiculizar aquel intento de reivindicación y de búsqueda de un camino alternativo para América Latina que movilizaba a los escritores del boom, en Argentina, las novelas sobre los años de la guerra sucia van perdiendo poco a poco terreno.
Tal vez Vargas Llosa pretenda, con este gesto tardío, absolver a su antiguo amigo de las viejas y olvidadas disputas que los alejaron. Tal vez quiera cerrar el largo período histórico que lo vio ir y venir por caminos ideológicamente a contramano.
De cualquier manera, este círculo que se cierra nos deja en el punto de partida, nos remite nuevamente al inicio de todo. Nos empuja otra vez al único que sale limpio de todo esto.
Nos vuelve a enfrentar con Borges.
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