El derrumbe


Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

Hay dos maneras muy sencillas de convertir un país como Argentina en país “bananero”. La primera es tomando deuda indiscriminadamente, la segunda, tal vez más efectiva aún, desbaratando la estructura de ciencia y técnica.

No es novedad que los países que más crecen económicamente son aquellos que más invierten en desarrollo científico. Corea del Sur, Estados Unidos, Alemania, Japón, Suecia, lideran ese ranking y destinan más del 3 % de su PBI a políticas destinadas a promover la actividad científica y tecnológica.

En nuestra región, Brasil y Argentina mantenían la delantera hasta no hace mucho (los últimos datos del Banco Mundial son de 2021). Brasil destinaba a Ciencia y Técnica ese año el 1,15 % de su PBI, y Argentina el 0,52 %. Muy lejos de los niveles de inversión de países del primer mundo, pero con tendencia en ambos países al crecimiento progresivo.

En los nueve meses del actual gobierno, en Argentina, la inversión en ciencia y técnica ha sufrido el más estrepitoso descalabro. Si bien no se tienen datos precisos, quienes forman parte de esa estructura tambaleante, aseguran que ya se percibe a simple vista un deterioro descomunal en estos pocos meses. Al congelamiento de sueldos de investigadores y a los despidos de personal en organismos como el CONICET, se le suman la baja de los proyectos de la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación y la no actualización presupuestaria de los proyectos que ya estaban en marcha, la reducción injustificada de becas a futuros investigadores y la no incorporación de investigadores formados al sistema científico nacional. La drástica reducción de los presupuestos a las universidades también afecta, obviamente, a todo este deterioro del sistema de investigación y desarrollo.

Además, se suma otra maniobra que resultará mortal para el sistema si no se revierte de inmediato: la cancelación de las suscripciones que Argentina mantenía con las principales editoriales científicas del mundo. Dicho de otro modo, los investigadores no disponen, actualmente, de acceso a las bases de datos donde se publican los nuevos artículos científicos (papers). Es importante señalar respecto a este punto que el conocimiento se construye sobre conocimiento anterior consolidado y revisado y resulta imposible, por lo tanto, que pueda llevarse adelante un trabajo de investigación desconociendo el trabajo que realizan en la misma temática el resto de los investigadores del mundo.

Este detalle, en particular, deja en evidencia que la decisión de desfinanciar el desarrollo de la ciencia y la tecnología por parte del actual gobierno no se sostiene en la necesidad de ajustar el presupuesto. Los gastos de suscripción a las editoriales científicas, sin bien no podrían ser cubiertos por las universidades de manera individual ni mucho menos por los grupos de investigación, son completamente desestimables para el presupuesto del Estado Nacional. Dicho de otro modo, pagar una suscripción para acceder a las revistas donde se publican los últimos descubrimientos en medicina, humanidades, física, ingeniería, o ciencias de la computación, no “mueve el amperímetro”, no tiene relevancia dentro del presupuesto que maneja el Estado. Decisiones como esta solo se explican a partir de un plan sistematizado tendiente a romper con un paradigma de crecimiento genuino, por desidia, por ignorancia, por torpeza, o por una combinación de todas estas miserias.

El crecimiento económico de los países, crecimiento perdurable a largo plazo, guarda una relación directa con la cantidad de papers que los investigadores de dichos países publican en ese circuito donde se vuelcan los resultados de las investigaciones de todo el planeta. Y esto último no es una opinión o una observación personal, es una afirmación que se sostiene en evidencia empírica. Porque, de más está decirlo, si Estados Unidos, Alemania o Japón realizan tan importantes inversiones en ciencia y técnica, no es por filantropía sino por conveniencia.

El problema mayor es que desbaratar esa red de investigadores es muy fácil y rápido, pero volver a construirla, sin embargo (y la prueba más evidente es la experiencia argentina de los años noventa), es sumamente dificultoso y requiere de mucho tiempo.

Pero no serán sólo argumentos económicos o utilitarios a ese “sistema” del que cada tanto repudiamos desde esta columna dominguera algunos de sus aspectos, que sostengamos la defensa del aparato científico. Los trabajos de investigación en ciencias sociales y humanas, en artes y en otras disciplinas menos funcionales a la marcha del capitalismo son igualmente imprescindibles para cualquier país. Es a través de ellos que se revisa y aprende de la Historia, que se asegura el sostenimiento de valores culturales que hacen a la idiosincrasia de un pueblo, que se explica el presente, se aprende a pensar y debatir, se preserva la lengua y, sobre todo, se supervisa justamente que esa “marcha del capitalismo” no se convierta en alienante para los hombres y mujeres.

(Casi en el mismo momento que se terminaba de escribir esta nota, el Congreso aprobó una ley que permitiría atenuar en parte la situación que aquí se describe respecto a universidades nacionales. Esta ley ―aunque insuficiente― evidencia al menos algo de sensatez de parte del grueso de los legisladores. No es poco.)

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