El mono y los frutos

A veces, el deseo de aferrarnos a algo que deseamos hace que quedamos atrapados en una trampa.


Por: Arq. Jorge Hugo Figueroa / Tiempo de lectura estimado: 3:20 minutos

Cuentan que en algún lugar del desierto del Kalahari, en África, los bosquimanos perforan un hueco en la tierra, un hueco no demasiado grande ni demasiado pequeño, del tamaño de una pequeña mano.

Mientras cavan el pozo se aseguran que algún mono los esté observando. Una vez que lo terminan, colocan dentro unos frutos que son deliciosos para los primates, tan ricos que serían capaces de matar o morir por ellos.

Los bosquimanos se alejan del hueco, pero tan sólo para observar a una gran distancia.

Los monos se acercan, poco a poco, destinando bastante tiempo asegurándose que los humanos se fueron. Saben que dentro del pozo se encuentra un preciado bien, un delicioso alimento. Cuanto más cerca están de la boca del agujero, más comienzan a entusiasmarse y a tratar de aventajarse para meter la mano y quedarse con el botín que ocultó el humano.

Luchan brevemente y el más fuerte logra meter la mano y asir su recompensa. Al fin tiene lo que merece, por lo que peleó contra sus pares.

  Pero ocurre que al tratar de sacar la mano con el premio, ésta queda trabada en el hueco. El agujero tiene el tamaño justo para que entre una mano abierta y para que entre los frutos, más no para que pase un puño y menos aún con un objeto en su interior.

  Si suelta los frutos se escapa, pero también se queda sin su premio.

  Observa por encima de su hombro y nota que los hombres se acercan trotando, el resto de la manada corre a ocultarse, pero él no puede acompañarlos, no sin lo que siente que le corresponde.

  Entra en pánico y por más que grite y forcejee no puede sacar su puño con su fruto.

  Al final siente los brazos hábiles de los cazadores que rápidamente lo sujetan evitando sus dentelladas y los arañazos inútiles de su mano libre.

  Incluso estando atado, imposibilitado de escapar no suelta lo que fuera su premio.

  En ésta ocasión los hombres no lo van a matar, quieren algo más importante. Saben que los monos conocen cada pequeño manantial del enorme desierto del Kalahari y tienen un truco para que hacer que el primate los guíe hasta allí.

  Comienzan a darle pequeñas piedras de sal que el mono comienza a comer luego de un tiempo y de haberse resignado al fruto que los humanos gustosamente comen.

  A más hambre, pues, más sal le dan y llega un punto en que tiene una sed desesperante.

  En ese punto le colocan al mono una soga larga y lo liberan de tal modo que pueda desplazarse. Apenas lo puede hacer, éste comienza caminar, trotar o correr de cualquier modo hacia el manantial de agua fresca más cercano. Es interesante que no los guiará hacia un punto de agua contaminada o por alguna razón peligrosa ya que los simios evitan esos lugares.

  Luego de un tiempo de andar, bajo unas rocas quizás, o a la sombra de un enorme Baobab (un árbol gigante y sagrado) encontrarán la preciada y vital agua. En ese punto, los humanos le obsequian al mono tres cosas: Su libertad, su vida y unos frutos iguales a los que lo llevaron a la trampa.

  Se me ocurre pensar en cuantas veces nos habríamos ahorrado padecimientos si tan sólo hubiéramos decidido abrir la mano, soltar aquello que nos parecía tan preciado. Además se me ocurre pensar en cuantas personas se benefician de esa necesidad imperiosa de no querer abrir la mano…

  Hombres y mujeres violentas, parejas tóxicas (como dicen ahora), empleos mal pagos, planes del gobierno, trabajos indignos que prometen una muerte temprana o una vejez terrible. Religiosos, quizás, que sabiendo lo difícil que será soltar una fe promulgan una religión o una secta sometiendo a sus adeptos a ideas descabelladas o a sus antojos varios y como olvidarnos de los políticos, cuando no, sacando provecho de los que no pueden soltar los frutos que nos ofrecen. ¡Cuánto podemos evitarnos si tan sólo abriéramos la mano para soltar aquello que en realidad nos atrapa!

  Claro que está que al mono nadie lo obliga a meter la mano en la trampa y tampoco lo obligan a mantener fuertemente aprisionados los frutos, y tal vez allí radique el verdadero drama, la verdadera tragedia de toda ésta gran obra de teatro que es la vida.


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